Juan Carlos Berdonces e igor martin (fotografía)
Logroño
Martes, 23 de noviembre 2021
Pablo Zatón todavía recibe cada Navidad el aguinaldo de Michelin. Y como él, otros 4.500 trabajadores jubilados –o sus viudas– de esta empresa «paternalista» que es uno de los motores económicos del territorio más industrial de España. La fábrica de neumáticos se puso en ... marcha en 1966 y desde el principio se nutrió de trabajadores procedentes de otras regiones agrícolas que llegaron a Álava al calor de la industrialización. Del Valle de Losa en Burgos vino Zatón con sus hijos, Jesús Mari y Alberto, hoy también trabajadores de la multinacional francesa. Daniel, el nieto mayor, sigue igualmente sus pasos.
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Juan Carlos Berdonces
El caso de Pablo Zatón (Návagos de Losa, 1935) es similar al de miles de vitorianos 'adoptados' que dejaron el duro trabajo en el campo para buscar una vida mejor en una ciudad que entre principios de los años 60 y mediados de los 70 pegó un estirón considerable con el mayor aumento de población registrado en España: de 73.000 habitantes a casi 175.000 en tres lustros.
Michelin, junto a otras fábricas como Ajuria, Aranzabal, Forjas Alavesas, Esmaltaciones San Ignacio –todas desaparecidas– o Mercedes, contribuyeron a ese 'boom', al igual que la puesta en marcha del polígono de Gamarra-Betoño. Todo ello hizo que el PIB industrial aumentara en esa época del 45% al 58%. Estas empresas necesitaban mano de obra y si era necesario salían fuera a buscarla. La plantilla de Michelin pasó de apenas 250 operarios en sus inicios a 4.400 en 1975.
«Nuestro padre nos ha contado que Michelin iba con autobuses a traer personal, por ejemplo a Brozas, en Extremadura, porque alguien de ese pueblo había subido aquí a currar y decía que allí había gente dispuesta a dejar el pueblo por trabajo», apunta Alberto Zatón, hoy bombero en la fábrica de neumáticos. De más cerca, de una pequeña localidad burgalesa junto a Medina de Pomar, vino Pablo Zatón. Primero él solo en 1971 y al año siguiente con su mujer (Josefina Torre, ya fallecida), sus hijos y sus padres, Anastasio y Leonor.
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Dejó el campo y el ganado en un momento en el que o se modernizaba hacia la mecanización o cogía la maleta. La transición de los bueyes y las mulas al tractor se le hacía ya cuesta arriba y decidió cambiar de vida. Probó suerte en Bilbao «pero no le gustó, era demasiado grande para alguien de un pueblo pequeño». Vitoria, en cambio, sí le convenció y tras encontrar trabajo en Michelin se asentó en Zaramaga, en un distrito obrero cerca de la factoría y que acogió a numerosos extremeños, andaluces o castellanoleoneses que también habían emigrado en busca de trabajo. En los años setenta, seis de cada diez habitantes habían nacido fuera.
Entonces empezó a emerger este 'barrio de oro' de la ciudad y entre 1966 y 1975 se construyeron el 75% de las viviendas actuales, incluida la torre de 14 pisos que tanto llamó la atención a Jesús Mari y Alberto. «Parecía un rascacielos». Zaramaga llegó a tener 30.000 vecinos, una sexta parte de la población vitoriana. Ahora apenas suma 12.000.
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De casa a la fábrica y de la fábrica a casa. Así pasó los primeros años en la capital alavesa Pablo Zatón mientras sus hijos estudiaban en los colegios Cándido Ruiz de Garibay y Reyes Católicos. «Eran tiempos en los que había mucho trabajo y era duro. El que sabe, sabe; y el que no a Michelin. Eso se decía entonces, porque en cualquier taller se ganaba más dinero y oficios como albañil, fontanero o tornero estaban mejor pagados», relata Alberto. Su padre se encargaba de introducir las membranas de los neumáticos, «que pesaban 200 kilos, en las ruedas sin cocer». Pero era un hombre fornido, acostumbrado a las esforzadas labores del campo, así que «aquí él no temblaba».
Esos trabajos denominados penosos han pasado ya a la historia en la factoría: «Está todo mucho más automatizado. Ya no hay tantas repeticiones de movimientos y las máquinas se encargan de esos automatismos. Además, se ha mejorado mucho en ergonomía y prevención de lesiones», confirma Jesús Mari, hermano de Alberto y responsable de mantenimiento general en la planta de Avenida del Cantábrico. Su hijo Daniel aprecia esta revolución tecnológica, hacia la industria 4.0, «casi a diario. Llevo aquí cinco años –trabaja en mantenimiento de máquinas en el taller de ingeniería civil– y los avances son evidentes. Está todo digitalizado. Y la formación es continua con cursos de mecánica, electrónica...».
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A esta evolución profesional que «sin lugar a dudas te permite desarrollar Michelin», coinciden los hermanos Zatón, se une el «crecimiento en el plano personal, por los valores que transmite y la cultura de empresa. Te sientes parte de ella». Y aunque han desaparecido algunas de las ventajas sociales que ofrecía la fábrica a su personal como el economato –para ayudar a las familias con menos recursos económicos a comprar productos a precios más asequibles– o las colonias en verano para hijos de trabajadores, se mantienen otras como el aguinaldo navideño o los neumáticos gratis para los empleados y también los jubilados.
Jesús Mari y Alberto entraron en la plantilla de la multinacional en 1989, en un momento histórico porque fue cuando se puso en marcha el quinto equipo. Supuso una revolución en la fábrica porque ampliaba la jornada laboral de tres a cinco turnos, con los sábados y domingos también laborables. Para ello contrató inicialmente a casi 400 jóvenes, entre ellos estos dos burgaleses.
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«Al principio ese modelo generó rechazo y conflictos con los más veteranos que veían amenazado el sistema tradicional que tenían, ya que les obligarían a trabajar fines de semana. Hubo huelgas y movilizaciones, incluso se crearon enemistades, pero al final hasta quienes más se oponían a ese quinto equipo pidieron que les incluyeran en él porque se ganaba más y se podía aumentar la cotización de cara a la jubilación», recuerda Alberto.
Eso sí, nada tuvieron que ver aquellos conflictos con los que hubo en 1972. Entre finales de enero y primeros de marzo tuvo lugar una huelga en Michelin en plena negociación del convenio. Los trabajadores del fabricante de neumáticos encontraron la solidaridad en compañeros de otras factorías como Aranzabal, Areitio, Esmaltaciones o Cegasa que también hicieron paros reivindicativos. Una manifestación con 10.000 personas recorrió las calles de Vitoria y se registraron enfrentamientos entre las fuerzas de orden público y los manifestantes.
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Fue una situación inédita en la ciudad por la movilización de la clase obrera y quizá el germen de lo que sucedería cuatro años después, con revueltas de trabajadores que finalizaron con los trágicos sucesos del 3 de marzo de 1976. «Los vivimos en nuestra casa de Zaramaga, que estaba muy cerquita de la iglesia de San Francisco de Asís. Allí lugar una asamblea de trabajadores vitorianos para reivindicar mejoras laborales que acabó disuelta a tiros por la Policía Armada y en la que fallecieron cinco obreros», recuerda Jesús Mari Zatón, que entonces tenía 12 años. «Para unos chavalitos de pueblo que llevábamos aquí poco tiempo, esto nos parecía la guerra, con porrazos, pelotazos... Salíamos a la terraza a ver qué pasaba con tanta policía y nuestro padre nos decía que entrásemos para estar protegidos. Había miedo», apostilla Alberto.
Aquello forma parte del pasado. El presente y el futuro lo marcan la pandemia y sus consecuencias. «Pero creo que en Michelin nos estamos recuperando muy bien, aunque la situación no ha sido nada fácil y ahora existan problemas puntuales. Esta es una gran empresa, con futuro, que siempre va por delante de sus competidores, y trabajar aquí es una garantía para quienes formamos parte de ella pero también para Álava y Euskadi», resumen los Zatón.
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El padre y el tío de Daniel, con 57 y 55 años, tienen claro que se jubilarán en la multinacional de neumáticos, «y yo también aspiro a eso por la estabilidad que me pueda dar», remata el joven (28 años), que de muy pequeño «ya quería ir a la fábrica con mi padre. Incluso un jefe suyo me regaló una navajilla con mi apellido para que la guardara por si tenía que trabajar ahí». Aún la conserva, como algunos juguetes que recibía por Reyes. «Michelin es parte de nuestra vida».
Jesús Mari conserva esta reliquia como oro en paño. Ya no la usan, pero en su momento «nos cortó el pelo a todos los de la casa». La compró el abuelo Tasio en Medina de Pomar «y le sacamos mucho partido. El peluquero lo teníamos a 15 kilómetros del pueblo y con esta maquinilla nos ahorrábamos esos viajes que no siempre eran sencillos de hacer». Era del modelo 'espiral' y tenía unas cuchillas «siempre muy bien afiladas. Había que tener cuidado».
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