Testigo de la industrialización alavesa
CÓMO HEMOS CAMBIADO ·
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CÓMO HEMOS CAMBIADO ·
No podemos saber si Alejandro Echevarría Zorrozúa ya visualizaba el potencial industrial alavés cuando en el verano de 1946 impulsó en Vitoria una edición local de El Correo Español-El Pueblo Vasco, el periódico del que era gerente. Lo que sí es seguro es que ... su llegada a Álava coincidió con el arranque de un nuevo periodo histórico para la provincia. Por aquel entonces, el territorio no contaba todavía con un gran tejido industrial, pero tampoco carecía de fábricas relevantes (Ajuria, Aranzábal y Heraclio en Vitoria, o Vidrieras de Llodio). Además, se estaban produciendo destacados acontecimientos que sentaban las bases del acelerado crecimiento industrial que transformaría la provincia desde los años 50 y 60 del siglo XX.
Fue precisamente en 1946 cuando la Diputación de Álava comenzó a tomar medidas destinadas a favorecer la industrialización, a través de exenciones fiscales. Fue la respuesta al interés de empresarios locales; pero también de algunos vizcaínos, y sobre todo guipuzcoanos, que necesitaban terrenos donde ampliar sus negocios. Durante la posguerra, el gobierno franquista implantó una política económica autárquica, por lo que tuvo que servirse de las fábricas vascas para sus necesidades industriales. Como resultado, Bizkaia y Gipuzkoa experimentaron un notable crecimiento. Sin embargo, su complicada orografía presentaba muchas limitaciones para una expansión mayor, especialmente si se querían construir naves de cierta envergadura. En ese sentido, la cercanía de la Llanada alavesa ofrecía enormes posibilidades al respecto.
Así pues, se inició un traslado de empresas guipuzcoanas a la capital alavesa. La primera con un tamaño notable fue la eibarresa Bicicletas Iriondo (fabricante de las bicicletas y de los ciclomotores CIL, que en los años 60 crearía Torrot). Por su parte, desde Oñate llegaron dos empresarios fundamentales en nuestra historia industrial: Ignacio Emparanza, fundador de Esmaltaciones San Ignacio, y Juan Arregui, creador de Forjas Alavesas. A estos pioneros les siguieron en los años 50 y 60 más traslados (con ejemplos como BH, Cegasa, Miguel Carrera (Betico) o Metalúrgica Cerrajera), pero también empresas de nueva creación lideradas por guipuzcoanos (Grupos Diferenciales, Herzasa).
Tampoco podemos olvidarnos de la fundación de empresas por iniciativa de los propios industriales alaveses como KAS, Gairu, Zayer o Kemen. Así se fue generando un ambiente favorable a la creación industrial, que atrajo también a otros perfiles de inversor. Destacable fue el asentamiento en Vitoria de los hermanos Areitio (originarios de Ermua). Tras haber hecho fortuna como pelotaris en los frontones americanos, fueron creando un conjunto de empresas que llegó a sumar más de mil puestos de trabajo, la mayoría femeninos.
Por su parte, también el gran capital bilbaíno apostó por la inversión industrial en Álava. Inicialmente, este grupo de empresarios puso su mirada en Miranda de Ebro, nudo ferroviario en la línea Madrid-Irún, con conexión directa a Bilbao. Sin embargo, apremiado por su empresariado local, el Ayuntamiento de Vitoria (presidido por Gonzalo Lacalle Leloup) preparó unos terrenos para ofrecerlos a buen precio a IMOSA. Su empeño dio resultado. La empresa comenzó su actividad el 24 de marzo de 1954, y su producto fueron las furgonetas con licencia de la marca alemana DKW. El éxito de estos vehículos en el mercado nacional fue inmediato. A ello contribuyó una buena red de concesionarios, pero también el perfecto escaparate que supuso ser el vehículo oficial de la Vuelta Ciclista a España. En 1955 este evento deportivo pasó a estar organizado por varios periódicos, liderados por EL CORREO. Alejandro Echevarría, su director y gerente, se convirtió así en director general de la Vuelta.
En medio de todo ese panorama favorable a la industrialización, poco antes de dejar su cargo de alcalde en 1956, Gonzalo Lacalle se propuso la ordenación de la llegada de industrias. Su objetivo era evitar su dispersión por toda la ciudad. Fue una medida pionera y su primera aplicación práctica fue Gamarra-Betoño. De hecho, esa planificación facilitó la llegada de la otra gran empresa de la provincia: Michelin. En 1962 la multinacional francesa requirió al Ayuntamiento 400.000 m2 de suelo industrial, a entregar en el plazo de cuatro meses, para construir su nueva fábrica. La capital alavesa se adelantaba así a los planes de desarrollo del Gobierno español, que eligió otras ciudades (alguna tan cercana como Burgos) para emprender la industrialización planificada del país.
Para entonces, Álava ya llevaba clara ventaja a sus competidores. Eso facilitó que, durante las décadas posteriores, y tras ir superando no pocos contratiempos, fuese asentándose como uno de los territorios más industrializados, incluso a nivel europeo, hasta llegar a la realidad que conocemos hoy día.
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