El comercio con los Fernández Rey

CON LA CESTA AL HOMBRO. En 1946, cuando se hacía la compra con un puñado de pesetas, aún se bajaba a la tienda con la cartilla de racionamiento. En Vitoria atendían unas decenas de comercios, sobre todo, ultramarinos. Hoy funcionan más de 2.700 establecimientos, el 25% de alimentación

maría rego | iñaki andrés (fotografía)

Jueves, 25 de noviembre 2021

A Victofer le gusta presentarse como «el Mercedes de la conserva» y, como la marca de automóviles, este otro icono de la ciudad enraizado en la 'Cuchi' lleva muchos, muchísimos, kilómetros rodados. A punto de cumplir un siglo en el mostrador, donde saluda hoy la ... tercera generación de esta familia, el comercio y el consumo han evolucionado ante su cristalera. De la tienda de barrio a las grandes superficies, las franquicias, los centros comerciales... Los vitorianos –las vitorianas, en realidad, durante años– han pasado de llenar la cesta de mimbre, de echar la mañana entre recados, a empujar el carrito online desde el sofá de su casa.

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Ni los mangos, ni los aguacates, ni los kiwis que ocupan hoy unas cuantas cajas al fondo de Victofer cabían en la cesta de mimbre que las vitorianas –en femenino, sí– cargaban en esta tienda allá por 1946. Las frutas exóticas que nutren las neveras del siglo XXIeran entonces eso, exóticas, y en esta ciudad ni se cataban. Las clientas bastante tenían con apurar las cartillas de racionamiento. A base de patatas, un puñado de alubias, algo de aceite... y ese «un poco más» que algunas pedían en un susurro al tendero porque la cantidad estampada en los cupones «no les llegaba» para engañar al estómago. Beatriz, Estitxu y Sergio Fernández, quienes atienden ahora en este rinconcito de la 'Cuchi' y también online, conocen aquellos años de oídas. De lo que les han contado sus padres, Víctor y Soledad, y de los chascarrillos de la abuela paterna, Beatriz Amatriain, que abrió el negocio en 1922 junto a su hermana Corpus. El consumo y el comercio han evolucionado ante su mostrador.

«Cuando éramos críos llegábamos del colegio, comíamos y a la trastienda»

La tercera generación que levanta la persiana de este ultramarinos sabe que sostiene un pedazo de la historia local. Como antes lo hicieron Basterra, Maximino Pérez con su icónico tabique móvil, Medina o Alimentación Herranz, otros de los establecimientos que llenaban la despensa –y la nevera, quien la tenía– hasta que la apertura de locales más modernos y surtidos y la falta de relevo se los llevaron por delante. A ellos y también a las costumbres de una época. «Antes se bajaba cada día a hacer la compra», evoca Víctor, el patriarca, de 88 años, sobre la Vitoria de antaño. La que dejaba a los niños en la tienda mientras hacía más recados o pedía que le fiaran cuando la cartera no daba más de sí. El comercio era unas veces «la caja de ahorros» y otras servía de confesionario porque vendedores y clientes «se contaban la vida a diario». Y allí se han soltado desde Manuel Fraga hasta Karra Elejalde. «La gente ahora es más descariñada», relata este símbolo del Casco Medieval cuyas raíces crecen en el pueblecito navarro de Cárcar.

Víctor tomó las riendas del negocio familiar en 1951, cuando la lechuga salía a peseta, y unos años más tarde se unió Soledad. Sólo un caño separaba su vivienda del ultramarinos donde echaban el día:ella, pegada al mostrador y él, a pie de calle, «como comercial». «Entonces era muy común tener juntas la casa y la tienda, como ahora hacen los chinos», comentan. Lo normal era también cargar la cesta en el barrio o, como lejos, pedir la vez en Abastos. Allí, en la alhóndiga de cristal y hierro que ocupaba la actual plaza de Los Fueros, los puestos despachaban sin descanso hasta que un tañido, a la una y media, daba la jornada por terminada. Campana y se acabó. «Como en aquellos tiempos no había supermercados se compraba cerca de casa», recuerda Soledad, sentada en una silla de madera junto a las baldas que encadenan las botellas de etiqueta donde ha rebuscado más de un coleccionista.

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Ver escaparates como ocio

Pero en 1959 comenzó la peregrinación hacia otro modelo comercial. La apertura del Supermercado Vitoria S.A. en Olaguíbel –el primero de su especie en la ciudad, donde hoy funciona más de un centenar– supuso todo un acontecimiento y también un enorme pisotón para los ultramarinos. Disponía de sección de congelados, megafonía, café tostado en el día... y reparto a domicilio en una furgoneta DKW. En un año pasaron 150.000 clientes por su caja. En Victofer apenas notaron el bocado que este establecimiento pegó al sector porque, aseguran los herederos, sus padres «fueron listos y se especializaron muy rápido». Las conservas se convirtieron a principios de los sesenta en su seña de identidad, como los caramelos de malvavisco para Hueto o el globo de Calzados Gil que agarraban los críos cuando salían de la zapatería. Mientras los Fernández Rey apilaban latas y tarros de espárragos, alcachofas, pimientos o habitas, entre otros productos arrancados de la huerta, la ciudad se desbordaba. En el censo y también en la oferta comercial, con tiendas de todo tipo en cada calle que se urbanizaba, economatos y más, muchos más, 'súper'.

EL DATO

  • 10 pesetas costaba el kilo de plátanos de Canarias a finales de los años 40.

Era la época en la que uno subía o bajaba de compras a Vitoria en función del barrio donde hacía vida. Eran los años en que ver escaparates, ir de compras aunque se volviera a casa con las manos vacías, contaba como actividad de ocio. Por Dato, Postas, General Álava... o las galerías –hoy bautizadas Itaca– que en esa década conectaron ambas arterias. «Había mucha vida comercial. Sólo en esta calle, en diez metros, teníamos dos mercerías», señala Soledad sobre uno de los negocios borrados del mapa por el paso del tiempo. Como las tiendas de telas o los anticuarios. La clientela empezó a cambiar el comercio que atendía a la vuelta de la esquina por las grandes superficies, donde viajaba en escaleras mecánicas y encontraba casi de todo y, a menudo, más barato. Un chollo, vamos. Los vitorianos hicieron cola en los setenta para inaugurar Simago, Galerías Preciados, ¡Bang! ¡Bang!, Jaun o Woolworth.

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En Victofer ya se habían ganado por entonces fama dentro y fuera de Vitoria por sus conservas. La variedad no paraba de crecer y la familia, tampoco. Entre 1973 y 1977 nacieron Beatriz, Estíbaliz y Sergio, que se criaron entre el género. «Llegábamos del colegio, comíamos y a la trastienda», comparten sobre una infancia en la que vieron a sus padres currar sin respiro. Eran todavía unos críos que aplastaban su nariz contra el escaparate de Kolkay cuando desembarcó Eroski con su híper de Asteguieta, abrió el primer Gretel en Portal del Rey o comenzó la peatonalización del centro, donde las opiniones se dividieron por el impacto de la obra en el comercio. «El daño al principio fue grande», afirman a este lado, el de la resistencia, que ha sostenido un establecimiento casi centenario con los pilares de la familia. Y a base de «muchas horas» en el tajo, tantas que sólo han bajado la persiana en una ocasión para realizar una escapada todos juntos. «Un puente, fuimos a Comillas», sueltan al unísono.

Más de una vez, «todos los días» en realidad, confiesa Sergio, imaginan otro viaje:su traslado al centro. «Aquí nos estamos quedando solos, en la calle sólo tenemos ya al carnicero y una tienda de ropa», lamenta. Pero Victofer «se asocia a la 'Cuchi'». Primero en el número 18, donde hoy acumulan algunos trastos, como una báscula cargada de historia, y desde finales de los ochenta en el 14. Mientras movían la mercancía a un local «más vistoso», colina abajo, el Ensanche cruzaba las puertas de Dendaraba, saludaba a las primeras franquicias e Inditex ocupaba metros y metros cuadrados. Vitoria empezaba a asemejarse a su entorno y a mediados de los noventa ya compraba también en El Corte Inglés y exprimía la calderilla en los todo a cien –el bazar de la época– que habían brotado en cada barrio. Pero aún se resistía a los centros comerciales, a esos gigantes que el exalcalde José Ángel Cuerda defendía que aplastaban la vida urbana como «depredadores». En Echávarri-Viña se implantó el primero en 2001, Gorbeia. Después llegó el de Lakua y, en 2003, El Boulevard, con sus doce toneladas de acero.

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«Antes clientes y vendedores nos contábamos la vida a diario»

Víctor y Soledad no temieron nunca una fuga de clientes a las afueras. «Aquí la gente viene por la calidad del producto. Mi madre me decía 'compra lo mejor, que lo mejor siempre se vende'», rememora él, que se jubiló con la edad oficial tras casi medio siglo entregado a Victofer. Soledad, de quien le separan 14 años, lo dejó un poco después. «Aún sigo bajando». Con la misma filosofía de sus padres, hace década y media, los hijos tomaron el relevo oficial en la tienda aunque hacía tiempo que despachaban mano a mano. «¿Trabajar con los hermanos? Tiene sus pros y sus contras», ríen. Los tres han mamado el oficio y visto desde su cristalera la revolución comercial de la ciudad. De la cesta de mimbre al carrito online. Del puñado de ultramarinos que abastecía a la ciudad a los cerca de 2.800 comercios que atienden hoy. «Han cambiado las costumbres cuando se hace la compra, como la hora, pero la gente sigue buscando atención y calidad», resume Sergio.

– ¿Y vuestros hijos, los bisnietos de Beatriz, seguirán vuestros pasos?

– Primero que estudien, que se formen, que vean lo que hay y decidan. Si esto les gusta, aquí lo van a tener.

EL TESORO

Al peso: Kilo y medio de naranjas, por favor

De cinco, diez, veinte, cincuenta, cien gramos... y también de un kilo. Con estos pedazos de metal colocados en una balanza calculaban hace décadas en Victofer cuánto pesaba la compra de sus clientes. «Luego ya se pasó a la báscula, una más arcaica que la digital que tenemos ahora».

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