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El metanero con gas ruso que ha atracado esta semana en Bilbao es solo una de las múltiples contradicciones que ha aflorado esta guerra. Europa no puede dejar de comprar este combustible a Vladímir Putin y con sus pagos contribuye a financiar la invasión de ... Ucrania. Pero casi nadie se libra de los debates que ha suscitado el conflicto. Euskadi, tampoco. El territorio afronta la explosiva escalada de los precios energéticos con una altísima dependencia del 90% para cubrir su consumo. Dicho de otra forma, solo es capaz de autoabastecerse en un 10%, una tasa muy inferior al 32% de España y al 43% de media europea. Solo Luxemburgo, Chipre y Malta están en peor posición. El Gobierno vasco, que se quedó solo en su frustrada lucha por extraer gas en Álava, ha aprovechado el momento para reivindicar su discurso de que no se puede bloquear todo en casa, hasta la instalación de molinos eólicos, mientras se compra fuera sin límites: nuclear de Francia, gas obtenido con 'fracking' en Estados Unidos...
«Tenemos una dependencia enorme y hay que intentar generar aquí. Decimos no al gas cuando es nuestro, pero al de fuera sí. Si queremos apostar por las renovables y el hidrógeno, hay que tomar decisiones», decía este semana la consejera de Desarrollo Económico, Arantxa Tapia. Al margen de valoraciones, el hecho es que Euskadi tiene que abonar cada año una factura energética cercana a los 6.000 millones de euros, que este año seguro se disparará. La mayoría va destinada a pagar el petróleo y el gas natural, que suponen el 78% del consumo en Euskadi.
La comunidad es una fuerte consumidora de energía debido a su perfil industrial. Las fábricas son el segundo sector más demandante, con el 34%, solo por detrás del transporte, y muchas de ellas son electrointensivas y también dependientes del gas en sus procesos productivos. «La industria consume mucha energía, un factor clave para su competitividad. Es algo especialmente evidente ahora. Y no tenemos que olvidar que este sector es lo que nos aporta un alto nivel de bienestar en Euskadi, por lo que hay que cuidarlo», advierte Jon Barrutia, director del informe socioeconómico del CES vasco.
opciones
La vulnerabilidad de la industria ha quedado patente estos días, cuando las paradas se han sucedido en las siderúrgicas, las papeleras... La guerra ha disparado el precio del petróleo y el gas y, como consecuencia del sistema marginalista vigente en Europa, este último combustible encarece toda la generación eléctrica. Solo ahora, ante la asfixia generalizada, la UE va a modificarlo. Además, la industria española suma otras desventajas históricas, como un mayor coste que la vecina Francia, que tiene mucha potencia nuclear.
La industria consume principalmente electricidad y gas natural, al 40% cada fuente. Y, como se ha demostrado, está muy expuesta al precio de este combustible. La posibilidad de reducir la dependencia en este ámbito quedó capada después de que se abortara la operación de extraer gas del subsuelo de Álava. El Gobierno vasco se quedó totalmente solo en esta aventura, que comenzó en la etapa de Patxi López como lehendakari. Primero fue la oposición al 'fracking', luego también a que se explotara o explorase de forma convencional, y finalmente la Ley de Cambio Climático nacional cerró el camino a la extracción de hidrocarburos. «Ha quedado prohibido», recuerda el director general del Ente Vasco de la Energía (EVE), Iñigo Ansola, resignado a pasar página.
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Según las estimaciones que se barajaron entonces, lo que había en el subsuelo alavés equivalía a 60 años de consumo de gas natural en Euskadi y de cinco para el conjunto de España. «Ese gas hubiese tenido mucho menos impacto medioambiental que el que importamos ahora. Traemos 'fracking' de Estados Unidos que hay que licuar, transportar en metaneros y luego regasificar. Es mucho más contaminante», apunta Ansola.
Hasta la guerra, Rusia era el principal suministrador de Bahía Bizkaia Gas (BBG), la regasificadora del Puerto de Bilbao, mientras que Estados Unidos ocupaba el segundo lugar. Es posible que este año las cosas cambien. En el conjunto del sistema español, Argelia ha sido tradicionalmente el principal proveedor y esa menor dependencia de Rusia hace que el suministro esté más asegurado, pero no hay blindaje frente a los precios.
Desechada la opción del gas, «nuestra vías para reducir la dependencia vienen de las renovables, la eficiencia y el almacenamiento», explica Zigor Urkiaga, director de proyectos estratégicos en el Departamento de Desarrollo Económico. Sin embargo, previene sobre las limitaciones para el despliegue de energías verdes en Euskadi y también de su alcance. «Aunque llenemos Basauri de placas fotovoltaicas no vamos a arrancar Sidenor», señala. Ansola, sin embargo, insiste en la «necesidad de exprimir todo el margen que tiene Euskadi en eólica y fotovoltaica» y pide un ejercicio de responsabilidad para dejar de poner trabas a este tipo de proyectos 'verdes', que sufren una gran contestación social.
energía limpia
Debido al rechazo y a la lentitud de los procesos administrativos, Euskadi lleva más de quince años atascada en los 153 MW de potencia eólica. «Desde 2006 no se ha podido poner un molino», se lamenta Urkiaga. Así es difícil que se alcancen los 730 MW previstos para 2030. En la actualidad, el conjunto de las fuentes renovables cubre en el País Vasco el 9% de la demanda eléctrica, un porcentaje muy reducido.
Ansola defiende que es necesario apostar tanto por los proyectos grandes como por el autoconsumo. Ahí es donde surgen las discrepancias con las organizaciones ecologistas. «El Gobierno vasco está haciendo una apuesta por las grandes instalaciones cuando habría que priorizar las pequeñas. Estamos en uno de los principales pasillos de aves en Europa», apunta Aitor Urresti, profesor de energías renovables de la UPV/EHU.
La otra gran herramienta es reducir el consumo con mayor eficiencia. «La mejor energía es la que no se consume y ya hemos conseguido grandes avances; ahora ofrecemos muchas ayudas», dice Ansola. No hay que olvidar, además, el potencial del hidrógeno. «Pero Euskadi no puede consumir sin preocuparse de la generación como hasta ahora», concluye Urkiaga.
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