Jon Rahm, la forja de un ganador nato

El talento, la cultura del esfuerzo y la fortaleza mental moldearon desde la infancia a Jon Rahm, que nunca se rinde

Lunes, 21 de junio 2021, 02:17

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Jon Rahm (10 de noviembre de 1994) cogió su primer palo de golf con 6 años y solo ocho después, con esa rotundidad propia de los adolescentes que se quieren comer el mundo, le dijo a su maestro de la Escuela de Derio, Eduardo Celles, ... que iba a ser el número uno. Por qué un niño de Barrika acabó enamorándose de este endiablado deporte cuando no había tradición familiar ni personas cercanas que lo practicaran es una historia de casualidades. O un golpe del destino, según cómo se mire. Una historia que empieza cuando el grupo de amigos de su padre, Edorta, acudió a Valderrama a finales de septiembre de 1997 a ver la Ryder Cup con Severiano Ballesteros como capitán de Europa. Volvieron tan entusiasmados que decidieron probar y arrastraron a Edorta. Después se apuntaría también la madre, Ángela.

El matrimonio y sus dos hijos, Eriz y Jon, comenzaron a ir juntos al Club Martiartu a aprender los rudimentos del golf. El tee de salida hacia la gloria ya estaba sembrado. Ha sido un camino muy duro con alternancia de alegrías y decepciones, subidones y frustraciones, como un recorrido en un campo exigente que no da tregua. Y con escenarios dispares: Barrika, Derio, Larrabea, la Blume, Arizona... Una senda con un denominador común: su capacidad para mirar siempre de frente a la adversidad para vencerla y salir reforzado. Nada más nacer le escayolaron la pierna derecha por una malformación congénita que le obligó a pasar dos veces por el quirófano. Como relatan los periodistas David Durán y Alejandro Rodríguez en 'Jon Rahm, señalado por los dioses' (Ten Golf books), sus padres le enseñaron a asumirlo con naturalidad y nunca dejó de hacer nada que le gustara hacer. Ni ha pretendido ocultarlo ni tampoco airearlo porque huye de ejemplaridades y modelos de superación. Su pierna derecha es hoy más delgada y corta que la izquierda y tiene que llevar plantillas. Es el principal factor que ha moldeado un swing tan particular.

Al ganador del US Open nunca le ha gustado perder. A nada. Lo llevó mal desde la infancia y ha logrado atemperarlo con ayuda, primero de su madre y después de especialistas. El libro de Durán y Rodríguez deja dos imágenes impagables de hasta qué punto le afectaban las derrotas. Una está relacionada con sus inicios en el golf. Cuando tenía una pésima racha con los palos en Martiartu y se enfadaba, Ángela le decía que subiera una cuesta y la bajara hasta tranquilizarse. La otra, con el fútbol. Jon, al igual que su hermano, jugaba de portero. Si le marcaban uno o dos goles, lo sobrellevaba.

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Pero si caía el tercero era incluso capaz de marcharse del campo. Su madre solía ponerse detrás de la portería para calmarle. El aprendizaje para gestionar la frustración ha sido determinante para forjar una fortaleza mental inquebrantable que le permite sostenerse cuando las cosas se tuercen. Y en el golf, el deporte de los dientes de sierra y los altibajos, suele suceder muchas veces.

Rahm es ahora mismo el mejor golfista con un putter en las manos. Y eso tampoco es una casualidad. Cuando alternaba Derio con el club alavés de Larrabea en su proceso de formación, pasaba horas y horas practicando el 'approach' y el putt. Su talento para leer los greenes era ya evidente. Distancias, pendientes, caídas... Medía, medía y medía con la mirada. Agachándose con ese gesto tan característico en el que sus ojos ven lo que otros ni aprecian. Con una paciencia impropia de un chico de su edad. Y empezó a ganar torneos. Con 14 años se adjudicó en 2009 el campeonato de España de la categoría en Larrabea y en 2010 el Junior Sub'21 en Sancti Petri. Esas victorias fueron determinantes para encauzar ya de manera definitiva su vida deportiva. La entrega fue absoluta, sin respiro. Los palos eran ya una prolongación de sus brazos, mandos a distancia fabricados con la cultura del esfuerzo. Una rutina incansable que también trasladó dos años a La Blume, en Madrid.

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En el mundillo ya se hablaba de ese chaval de Barrika que aunaba la potencia en las salidas, la exactitud con los hierros y la sutileza con el putter. Hasta que en 2012 tomó la decisión que marcaría su carrera al abrirle de par en par las puertas de Estados Unidos, uno de los santuarios del golf. Se marchó solo y con un inglés todavía precario a la Arizona State University, en Phoenix. Le concedieron una beca deportiva para estudiar Comunicación y entró a formar parte del equipo golfístico del centro académico dirigido por Tim Mickelson, hermano del reciente ganador del PGA en Kiawah Island. En esta aventura le pasaron muchas cosas, dos de ellas fundamentales en su proceso vital. En lo profesional aprendió a jugar en equipo y tuvo la oportunidad de enfrentarse, y vencer, a Phil siendo aún amateur. En lo personal conoció a Kelley Cahill, con la que contrajo matrimonio en la Basílica de Begoña en 2019. Tuvieron a Kepa, su primer hijo, el pasado mes de abril.

Las clases fueron bien y su golf no dejaba de crecer. Pronto cosechó excelentes resultados en la liga universitaria –cuna de muchos de los mejores profesionales del momento– y todo parecía encarrilado. Asesorado por los técnicos, Rahm no quiso correr y quemó etapas de forma casi natural hasta llegar al profesionalismo con una madurez envidiable. Ya sería para siempre de Arizona State, la universidad que le dio tanto y a la que tanto dio él. Una pasión todavía mayor siente por el Athletic, el equipo de su vida y del que siempre se acuerda cuando va a disputar un partido especial –llegó a cubrir el drive con un pequeño león y el escudo rojiblanco–. En 2017 llegó su consagración en el Farmers Insurance, en Torrey Pines, el mismo campo donde ayer entró a formar parte de la historia de este deporte, y en 2018 jugó contra Tiger Woods en la Ryder en Francia. «Voy a ser número uno», vaticinó a su entrenador cuando era un adolescente.

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