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La casa que que me sirve este año de cuartel general para el PGA Championship está en Henrietta, una pintoresca localidad encuadrada en el área más rural de Rochester, la ciudad de referencia de la zona, que está rodeada de hogares unifamiliares y núcleos residenciales. ... Enclavado en el oeste del Estado de Nueva York, mi barrio de acogida es un pequeño Estados Unidos en el que se suceden escenas cotidianas de un país gigantesco que estamos acostumbrados a ver en las series y en las películas. Hay incluso un cierto 'déjà vu' cuando me levanto por la mañana, me asomo a la ventana de la habitación y admiro lo que hay fuera, una suceción ordenada de viviendas de madera de diferentes colores con jardín y con sus correspondientes accesos asfaltados a cada garaje.
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Sí, lo admito, reducir una nación de medio centenar de Estados e innumerables modos de vida distintos a un rincón concreto es sociológicamente insostenible. Pero en mi particular visión, sugestionada por la pantalla grande y la televisión, siempre hay canastas de baloncesto junto a las casas –como en Henrietta–: dos o tres coches en la entrada que luego salen marcha atrás –como en Henrietta–; banderas con las barras y estrellas salpicadas por algunos jardines del vecindario –como en Henrietta–; porches con grandes jarras de té helado en la mesa –como en Henrietta–; y, por supuesto, un autobús escolar amarillo cuyo conductor recoge a los niños tras abrir la puerta con una barra oxidada y con señales de stop en los laterales –como en Henrietta–. ¿Por qué no los cambian? Porque todo el mundo los identifica y los respeta en la carretera.
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En esta sucesión de imágenes no podían faltar la de un residente con el cortacésped o retocando el motor de su automóvil. O limpiándolo con una manguera. Sí, esas también las he visto en el Estados Unidos a escala que han levantado en este tranquilo paraje en el que te despiertas con el cantar de los pájaros. Un servidor y sus dos compañeros de aventuras hemos asimilado tanto este modo de vida que por supuesto aparcamos el coche para salir marcha atrás y soltamos el acelerador en cuanto vemos un autobús escolar. Un gran amigo mío siempre dice que donde fueres haz lo que vieres y eso es lo que procuramos hacer. Hemos echado en falta que un día suene el timbre y una pareja se presente en casa con una tarta de arándanos para darnos la bienvenida. Lo mismo sí han venido pero con los horarios que tenemos no hemos coincidido.
Es verdad que tanta paz puede tener su reverso, que en los barrios residenciales de postal que salen en el cine en ocasiones suceden cosas que no cuadran en un entorno con tanta calma ambiental, sin contaminación acústica –el ruido de toda la vida– y libre de humos. No hay comercios, ni cafeterías, ni tiendas de alimentación. Para hacer la compra, o comer o cenar, o tomar algo es obligatorio coger el coche. En la mayor parte de Estados Unidos las piernas son las ruedas y por eso hay gasolineras en cada esquina. Nosotros tenemos cuatro en un radio de cinco millas –¿ven como se pega todo?–. Las casas de Henrietta, por supuesto, tienen sótano, cómo no. La nuestra también. Me asomé un día por curiosidad pero me quedé en el primer escalón. La iluminación era tenue y de nuevo el cine me llevó a pasajes que es mejor no imaginarse.
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