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No es que Julen Lopetegui sea, precisamente, un santo de mi devoción. Y no me refiero a su calidad como entrenador, que no puedo poner en duda. La verdad es que siempre me ha parecido un hombre muy interesado, distante y un punto soberbio. Supongo ... que el remate final para esta apreciación fue presenciar en directo su papelón en Krasnodar durante el Mundial de Rusia y su posterior marcha al Real Madrid. Aún así, no puedo dejar de sentirme solidario con él por su vergonzoso despido del Sevilla, cuyos dirigentes -el todopoderoso Monchi incluido- han quedado en esta historia a la altura del barro.
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No recuerdo algo semejante. Es cierto que en el fútbol se dan a veces situaciones de mercadeo muy poco gratificantes. También en el Athletic. Rafa Iriondo, por ejemplo, dirigió al equipo las últimas semanas de la temporada 1968-69, final de Copa incluida, sabiendo que el club ya había fichado a Ronnie Allen para la siguiente campaña. Y más recientemente, también Gaizka Garitano fue despedido tras ganar en San Mamés al Elche. Ahora bien, el deriotarra al menos no sabía durante ese partido que estaba sentenciado. Le llamaron al despacho justo después para comunicárselo.
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Javier Ortiz de Lazcano
Lo de Lopetegui ayer, sin embargo, fue impresentable. Eso de obligarle a dirigir al equipo en un partido de Champions -él no podía negarse a hacerlo si no quería ser acusado de incumplimiento de contrato- sabiendo que su sustituto no sólo estaba elegido sino que en ese momento ya volaba hacia Sevilla fue algo indigno, impropio de un club que se viste por los pies. ¿Qué necesidad había de ello? Si la decisión ya estaba tomada, ¿por qué no fue destituido tras la derrota ante el Atlético? ¿A santo de qué había que obligarle a tragarse el sapo de interpretar ayer el papelón de 'dead man walking' en el área técnica del Sánchez Pizjuán? Y, por cierto, ¿dónde ha estado Monchi en todo esto? ¿Cómo ha aceptado sin rebelarse esta humillación a un técnico de quien, según dicen en la capital andaluza, ha sido su máximo valedor?
A falta de respuestas veraces, cada uno debe hacerse su opinión. Desde la distancia, y asumiendo que nuestra perspectiva no sea la mejor, algunos llevamos semanas barajando una sospecha: la de que, aunque ha crecido mucho deportivamente en las dos últimas décadas, al Sevilla todavía le sigue faltando grandeza. Grandeza, por supuesto, para digerir sus éxitos sin empacharse y para no creerse más de lo que es. Despedir en la séptima jornada a un entrenador que ha clasificado al equipo tres temporadas consecutivas para la Champions y ha ganado una Europa League es un disparate. Hacerlo sabiendo que no tiene ninguna responsabilidad en la descapitalización de la plantilla y de los malos fichajes de este verano resulta sangrante por lo injusto. Y obligarle, además, a esta última penitencia ante el Borussia de Dortmund es el colmo de la necedad.
Hablando de grandeza, tampoco deberíamos olvidar otra cuestión. El Sevilla también parece necesitarla para asumir los recientes éxitos del Betis, a quienes los sevillistas, desde su pedestal, ya estaban convencidos de poder mirarle toda la vida por encima del hombro, como el equipillo menor de la ciudad, objetivo ideal de sus chistes y sorna flamenca. Verle, en cambio, en Europa, ganando la Copa del Rey, haciendo un gran fútbol y a once puntos de distancia en la clasificación les ha puesto muy nerviosos. Demasiado. En fin, que si hablamos en el fútbol de un despido improcedente por el fondo y la forma, ése es el de Julen Lopetegui.
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