Aprendió a chutar en las calles del barrio bilbaíno de Ibarrekolanda, estudió en el colegio La Salle, sacó el título de protésico dental y, al final, ha hecho del fútbol su profesión. Un oficio estricto como el de un atleta de élite. Ricardo de Burgos ... Bengoetxea dirigió 72 partidos la temporada pasada, tantos como los que disputa un futbolista. Lleva una vida paralela a la de los jugadores. «Vivo igual que un deportista. Tenemos casi los mismos hábitos», compara.
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Durante un encuentro corre «entre doce y catorce kilómetros». Otra cifra similar a la de los jugadores. «Aunque con otra intensidad», matiza. Su ritmo es más constante. Y necesita estar en forma. Los árbitros pasan tres pruebas físicas en España y dos más en Europa. Les avisan con un mes de antelación. Hay que dar la talla.
El colegiado bilbaíno se entrena cinco o seis días a la semana. «Son sesiones de hora y media. Voy a las instalaciones de Ibarreta, en Barakaldo. Hago carrera continua, series de fuerza en el tren inferior, arrancadas, intervalos de 15 segundos rápido y 15 despacio durante 30 o 40 repeticiones...». Esa lista de ejercicios forma parte de su sistema de preparación, que él divide en tres partes, la física, la psicológica y la técnica.
«Todas son importantes. Hay que saber convivir con las críticas. Si no, te vienes abajo en un par de años», apunta en referencia al aspecto mental. En cuestiones técnicas cuenta con plataformas donde obtener datos de los equipos y los jugadores. Y en el campo físico, el Comité de árbitros les traslada toda la información recabada durante los encuentros. «Llevamos un GPS en los partidos y luego nos pasan los números de distancia recorrida, de velocidad punta...», explica.
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«No pensaba que el arbitraje iba a ser mi profesión. Tienes que sacrificarte mucho. Hipotecas un poco la juventud, no sales por ahí con los amigos... Ellos se iban de fiesta y yo me quedaba en casa a dormir pronto porque al día siguiente tenía un partido. Fui ascendiendo bastante rápido. Me siento un privilegiado por haber llegado a Primera División con 29 años. Me ha salido bien la apuesta», dice con la sonrisa que mantiene durante toda la charla.
Su día a día es calcado al de un deportista profesional. «Yo tengo un preparador físico, un osteópata, un fisioterapeuta... Si necesito algo sobre alimentación, hay gente que me ayuda. El cuidado es máximo. Hago vida de deportista, sin hacer un exceso», insiste. Su preparación varía en función de si esa semana tiene o no partido, o si le toca saltar al campo o estar tras la pantalla del VAR. Todo gira en torno al balón.
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Tiene modelos a seguir. «Pérez Lasa, Carlos Delgado, Luis Medina Cantalejo... A nivel europeo, Nicola Rizzoli, que pitó la final del Mundial de Brasil, y el turco Cüneyt Çakır, que ha estado más de una década al máximo nivel y es un referente para muchos de nosotros por su manera de arbitrar, su estilo, su forma de gestionar partidos complicados logrando pasar desapercibido». Esa es la gran meta de los grandes árbitros.
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