Se podría decir que la dimisión de Rubiales formaba parte del guion, que ese era el único cierre lógico a la historia de su caída, como la muerte de Jean Paul Belmondo en las últimas escenas de 'Al final de la escapada', la famosa película ... de Jean Paul Godart. Suspendido por la FIFA, que le dio la puntilla con su suspensión, ahora acusado de agresión sexual por la Fiscalía, abandonado por todos, incluso por aquellos que eran sus amigos y tantos otros que vivieron y medraron a su sombra, el ya expresidente de la Federación Española de Fútbol estaba sentenciado. Era desde hace días lo que los anglosajones llaman un 'dead man walking', un hombre muerto andando que no tenía salvación posible. Y lo sabía.
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Se hablará durante mucho tiempo del final de Luis Rubiales, uno de los más polémicos, extraños e impredecibles que se recuerdan en un alto dirigente no ya del fútbol sino de cualquier otra disciplina. Se podría decir que el granadino se hundió a sí mismo con una cadena de errores difícil de entender en un alto cargo al que se le supone, como a todos, un afiladísimo sentido de la supervivencia. En su caso, sin embargo, la soberbia se impuso sobre cualquier otro tipo de sentimiento o consideración estratégica.
Su actuación durante la final en la que España logró su primer título mundial femenino fue exactamente, en el fondo y en la forma, la que hubieran deseado todos sus enemigos, que como todo el mundo sabe eran muchos, unos ya clásicos y otros sobrevenidos. Es muy complicado hacerlo peor, y todavía más, la manera en que intentó arreglar su chapuza. Es probable, quién lo sabe, que le hubiera bastado con un simple gesto sincero de contrición, pidiendo disculpas a Jenni Hermoso y alegando como excusa su desatado estado de euforia ante un logro extraordinario, para que esta historia no hubiera acabado así. Pero su soberbia, plasmada en un afán de protagonismo en el estadio de Sidney que dio vergüenza ajena y, sobre todo, en aquel discurso disparatado ante la asamblea de la Federación, le hicieron cavarse su propia tumba.
Se podría decir que a Rubiales le fallaron todos los cálculos, especialmente uno: la relación que tanto él como Jorge Vilda mantenían con las jugadoras españolas. Tras la victoria en las semifinales, sumido en la alegría del momento, el ya expresidente de la RFEF aseguró que el amor era una fuerza mucho más potente que el odio cuando le preguntaron sobre cómo había podido la selección española, tras la crisis vivida en noviembre, disfrutar de un ambiente tan propicio y en apariencia feliz en el Mundial.
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Ese amor, sin embargo, no existía. El conflicto seguía allí, latente, como se ha demostrado en las dos últimas semanas. Las jugadoras no le han perdonado, empezando por Jenni Hermoso, que le ha acusado de agresión sexual ante la Fiscalía. ¿Significaba esto perdonar lo imperdonable? Puede que sí, pero hay muchas opiniones al respecto. Lo que nunca se sabrá es si las cosas hubieran llegado a este punto de no retorno si Rubiales hubiera hecho lo que tuvo que hacer desde el minuto 1: pedir perdón con un mínimo de grandeza. O dicho de otro modo: no reaccionar como reaccionó, es decir, como un personaje lamentable que por estos hechos, y por otros que protagonizó durante su presidencia, no podía seguir en su cargo.
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