Pelotón durante la decimoséptima etapa de la pasada edición del Tour. AFP

Viento de guerra en el Tour de Francia

Esta edición que enfrenta a Froome, Landa, Quintana y Porte tiene una semana inicial cargada de peligros

J. Gómez Peña

Enviado especial. La Roche-sur-Yon

Viernes, 6 de julio 2018, 02:03

El escritor Paul Fournel describe así a Jacques Anquetil: «Disfrutaba de la benevolencia de los vientos, la nariz afilada y el rostro del hábil espadachín le abrían el camino y el cuerpo entero se colaba detrás». Anquetil, el señor del tiempo, inventó la aerodinámica ciclista ... . Para tumbar a sus rivales, antes aprendió a pelearse con el viento, que en este deporte siempre pega en contra. El aire es el enemigo. El mito francés se impuso así cinco veces en el Tour y si no ganó más fue porque no quiso, porque él fue el primero en lograr esta quíntuple corona que luego consiguieron Eddy Merckx, Bernard Hinault y Miguel Induráin, y a la que ahora aspira Chris Froome en la edición que parte mañana (sábado) desde la isla de Noirmoutier con una semana inicial pegada al Atlántico, al viento de costado que tanta sal va a echar sobre la gran carrera.

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Los equipos, que este año tiene ocho corredores, uno menos, andan ya por estos caminos del norte. Olisquean el aire. Los escaladores como Mikel Landa, Nairo Quintana y Roman Bardet no piensan aún en el Alpe d'Huez, la Colombiere, la subida de tierra del col de Glieres, el Tourmalet, el Ausbisque o la estación de esquí de Saint-Lary-Soulan. Eso, la montaña, llegará tras una larga semana de nueve días metidos en el viento, el pavés y las carreteras estrechas e inquietas que van de la región de Vendée a Bretaña. «Queremos la carrera más impredecible en el escenario más bello», proclama Christian Prudhomme. Del director de la ronda gala es otra frase redonda: «El Tour son tres mil kilómetros de sonrisas». Las del público fiel a este trozo ambulante del patrimonio de Francia. El Tour son las vacaciones escolares, la aventura, los héroes, la montaña... Y, cuidado, el viento, las rotondas, la contrarreloj por equipos, la pelea por las bonificaciones, las caídas y los adoquines de Roubaix.

La geografia francesa da para todo. Como recuerda Prudhomme, si se traza una diagonal desde Biarritz hasta Alsacia, toda la montaña se queda a la derecha. La izquierda es plana, más verde y más ventosa. En ese costado se va a desarrollar el inicio de este Tour. «Queremos jugar con el viento», avisa el patrón de la carrera. Bienvenidos al Norte. Las nueve primeras etapas no sirven para ganar la carrera, pero sí para perderla. Contienen días para el sprint, finales en repecho como el Muro de Bretaña, terreno angosto típico de las clásicas de las Ardenas como la jornada de Quimper y, como remate, un día dedicado al 'Infierno del Norte', a la París-Roubaix.

«El Tour es el mejor estadio del mundo», vende Prudhomme. Acierta. «La meta de los ciclistas es la victoria. La de la organización del Tour es que la carrera sea emocionante». Por eso, después del viento, lloverán piedras en los 15 tramos de pavés de la novena etapa, incluido el Mons en Peleve, uno de los más complicados de la gran clásica del norte. Sobre esos caminos iban los mineros a las galerías en busca del mineral. Es tierra dura, cruel. Los adoquines suelen cambiar el Tour. Froome ya perdió la edición de 2014 en una jornada así, la misma que catapultó al vencedor aquel año, el hábil Vincenzo Nibali. Los que salgan de los adoquines a flote iniciarán el otro Tour, el que mira siempre cuesta arriba.

De Roubaix, la carrera volará hasta los Alpes. De repente, tres días de montaña. El primero termina cuesta abajo, en Le Grand Bornand tras subir por el camino de tierra de Glieres, la Croix Fry, el col del Romme y la Colombiere. Tierra de maquis, perfume de mil batallas. El segundo capítulo alpino es breve, apenas 108 kilómetros, pero sin un palmo de desperdicio. Comienza por el col de Bisanne y el col du Pré, los dos de categoría especial, y termina en La Rosiére, primera de las tres metas en alto de esta edición. La segunda viene a continuación: el Alpe d'Huez, sus herraduras, su historia. Antes de alcanzar esas curvas, los corredores se desgastarán en la Madeleine y la Croix de Fer. Ecos del Tour.

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De los Alpes y con una parada en el horno de Mende, esta edición se plantará ante el tribunal de los Pirineos. Otros tres juicios. El primero se verá en Bagneres-de-Luchon tras subir el col de Menté, donde aún resuena el grito de Luis Ocaña en 1971, y el duro Portillón. El segundo juicio es de urgencia: 65 kilómetros entre Bagneres de Luchon y la cima de Saint-Lary-Soulan con el Peyresourde y Val Louron en el camino. Tan corta es esta etapa que la organización colocará una parrilla de salida al estilo del motociclismo. A todo gas. El tercer día pirenaico, con final en Laruns, repasa mitos de piedra como el Aspin, el Tourmalet y el Ausbisque. Y si todavía no está todo resuelto quedará la contrarreloj, la única individual, de Espelette. Allí se sabrá quién ha sido el mejor domador de la montaña, los adoquines y el viento, que de todo eso tiene este Tour a punto de echar a... ¿rodar o volar?

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