La vocación le esperaba en el bar Quijote, cerca del patio segoviano de Pío XII, donde vivía. Escuchó el bullicio que venía de dentro del local aquel 22 de julio de 1973. No era hora de fútbol. ¿Cuál podía ser el motivo de la algarabía? ... Pedro Delgado, apenas 13 años, hizo visera con la mano y pegó la nariz al cristal del Quijote. Lo vio. Un español acababa de ganar el Tour de Francia: Luis Ocaña, conquense de patillas pobladas. El locutor repetía que el vencedor iba de amarillo en aquella televisión en blanco y negro. «Qué bici más chula tiene Luis Ocaña», pensó Pedro, como cuenta en el libro 'La soledad de Perico'. Llevaba año pidiendo, rogando, a los Reyes Magos que le trajeran una. Y nada. Pensaba que al vivir en un quinto piso sin ascensor, sus 'majestades' evitaban cargar con un regalo tan pesado.
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Al final tuvo su bicicleta. El 24 de julio de 1988, Pedro Delgado, que ya era 'Perico', estaba dentro de las pantallas, ya en color, y vestido de amarillo en París. Había ganado el Tour, como un día le prometió a uno de sus maestros en la escuela. Hay algo mágico en la historia del ciclista segoviano. Meses antes de su victoria, le había llamado un astrólogo. Le anunció su triunfo en la Grande Boucle aunque también le advirtió de algo «raro» que iba a suceder. «Si eres fuerte, lo sacarás adelante porque al final se aclarará todo...». Eso decían las estrellas. Casualidad o no, acertó.
Que 'Perico' podía ganar el Tour en 1988 no era un pronóstico muy arriesgado. Con los colores del PDM neerlandés, había sido segundo un año antes, sólo superado y al final por el irlandés Stephen Roche. Delgado, de vuelta en el equipo Reynolds, que era su cuna, se colocó líder en Alpe d'Huez, meta de una etapa mayúscula que pasaba antes por las cumbres de la Madeleine y el Glandon. El Reynolds ordenó a un joven navarro, Miguel Induráin, «liarla» en el descenso de la Madeleine. Luego, Julián Gorospe, Rodríguez Magro y Omar Hernández apretaron en el ascenso al Glandon. «Les pedí que se divirtieran destrozando la etapa», recuerda Delgado. Eso hicieron. 'Perico' atacó a dos kilómetros de la cima. Sólo Steven Rooks resistió. Ya en la subida a Alpe d'Huez se les juntaron Parra y Theunisse. En la meta venció Rooks y el segoviano agarró un liderato que ya no iba a ceder. Aunque... La predicción del astrólogo. Algo pasó.
A unos día del final, en la habitación que compartía con Dominique Arnaud, lo escuchó en la televisión: «El maillot amarillo, Pedro Delgado, positivo en el Tour». A 'Perico' se le detuvo el tiempo. Helado. Hablaban de un producto, probenecid, un diurético que, al parecer, servía para encubrir prácticas dopantes. El mundo se le vino encima. Se aisló. En la cena con los compañeros sólo se oía el silencio. 'Perico' temía la reacción del público francés; sentirse como un apestado. Pero no. En la primera etapa tras el escándalo, los aficionados le recibieron con aplausos. Eso le consoló, pero el asunto seguía abierto y amenazaba su carrera.
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Entonces retumbó la voz de Echávarri: «Quieren que abandones, Pedro». La organización de la ronda gala lo pedía «por el bien del Tour y del ciclismo». A 'Perico' le rebotaba en la cabeza el aviso del astrólogo. Y decidió resistir. «¡Yo sigo!». Poco a poco se fueron conociendo datos: el caso positivo era de la cronoescalada a Villard de Lans, donde ganó. El probenecid es un regulador del ácido úrico que también se usa para enmascarar la presencia de anabolizantes. Efectivamente, lo había tomado. Se lo había dado su masajista, Vicente Iza, porque no era un fármaco prohibido en la lista de la Unión Ciclista Internacional (UCI). Pero sí figuraba en los productos que el Comité Olímpico Internacional (COI) consideraba ilegales. Lío.
El secretario de Estado para el Deporte, Javier Gómez-Navarro, defendió la inocencia del corredor español. Activó la maquinaria diplomática. Y al fin Pedro Delgado recibió la noticia que esperaba: en plena carrera camino del Puy de Dôme, su otro director, Eusebio Unzué, le anunció que todo estaba «solucionado». Alivio. No había caso positivo. «Fue como una liberación», asegura.
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Aun así, le quedaban un par de sustos por superar. El primero, a 200 metros de la meta de París: «Nos cogimos de la mano Díaz Zabala y yo para cruzar la pancarta con los brazos en alto y pillamos un bache. Estuvimos a punto de terminar por los aires», rebobina. El segundo, en la fiesta del Lido, cuando las vedettes le reclamaron desde el escenario. Quiso subir a la tarima con el maillot amarillo, pero no lo encontró. Todos sospecharon del maître.
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