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Con calor, el Tour se parece más a sí mismo. El termómetro mental de Mikel Landa andaba ya mejor en la salida de Albi. «Bueno, estoy menos triste que ayer», decía. Le había bajado algo la fiebre provocada por la rabia de ... su caída el lunes por culpa de Barguil. «Se ha disculpado, pero no hacía falta que lo hiciera. Son cosas de carrera», agradeció. El alavés trata de alejarse de ese hundimiento moral por la pérdida de dos minutos que le distancian del podio.
En los esfuerzos más intensos y repentinos, a los ciclistas le llega a la boca sabor a sangre. Así andaba Landa, masticando su mala fortuna. Se ha convertido en un coleccionista de fatalidades. Suman tantas ya que parecen su sino. No es el primero. Son muchos los ciclistas que antes de su gran éxito acumularon toneladas de desgracias. El ciclista del Movistar se ha acostumbrado a asistir a su entierro. Y a salir a pie de su propio funeral. En eso está ahora que empieza la montaña y vienen los Pirineos. Su jardín particular. «Me dan ganas de poner la carrera patas arriba», avisa.
De la decimoprimera etapa se ocuparon el que la ganó en un apretado sprint, Caleb Ewan, y los cuatro fugados que ya sabían que la iban a perder: Stephane Rosseto, el ciclista que más se escapa; Aimé De Gendt, que nada tiene que ver con el otro De Gendt; Lilian Calmejane, que es de Albi, punto de salida, y Anthony Pérez, hijo de un emigrante andaluz que fundó una familia en Toulouse, sede de la meta. El pelotón se asustó al escuchar que De Gendt iba en fuga. Y se tranquilizó al comprobar que no era el vencedor de la brutal etapa de Saint-Etienne. A un tipo así no se le puede dejar ni un metro. A los cuatro escapados, en cambio, les dejó cocerse a fuego lento.
La fuga nunca pisó tierra firme. Y justo antes de atraparles, el miedo al viento y los cortes provocó una caída que raspó el codo derecho de Nairo Quintana. «Ha sido inevitable evitar el tropiezo. Íbamos por carreteras estrechas, con cambios de viento. con tensión. Estoy bien. No es nada. Con un poco de hielo basta», tranquilizó. Camino de Toulouse no hubo más víctima que Ciccone, caído en la misma montonera que el colombiano. El joven italiano, con una mano y una rodilla muy afectadas, perdió el hilo del grupo y lloró con los mismos ojos que hace nada vestían de amarillo en el Tour, una carrera que no se casa con nadie.
De hecho, nadie ha repetido triunfo en esta edición. El Jumbo, equipo en racha, quiso sumar la segunda victoria con Groenewegen. Sus lanzadores, Van Aert y Teunissen, trataron de resolverle el jeroglífico que es cada línea de meta. Pero se quedaron cortos. No lo solucionaron a tiempo. Groenewegen tuvo que detonar sus piernas antes de lo previsto. Ewan, tan menudo, tan echado hacia delante que puede lamer su rueda delantera, le pisó la sombra y salió a la luz justo bajo la pancarta. Elevó su pequeña talla. Ojos de Corea y pasaporte australiano. Una bola de músculo. Ewan era ya el demimoprimer ganador en once etapas.
A los que buscan el podio, los 167 kilómetros del día les sirvieron para coger aire antes de sumergirse en el océano pirenaico. El que menos oxígeno retenga sacará antes la cabeza y se la cortarán. La primera guadaña enseña su filo en la próxima jornada, con las subidas al Peyresourde (13,2 kilómetros al 7%) y la Hourquette d'Ancizan (9,9 km. al 7,5%), cuya cima está a 30 kilómetros cuesta abajo de la meta en Bagneres de Bigorre. Al día siguiente toca contrarreloj en Pau (27 kilómetros) y luego dos finales en alto, en el Tourmalet y en Prat d'Albis. El Tour sube de temperatura.
El sabor a sangre será general. En su primera mitad, el Tour ha desnudado hasta los huesos a los ciclistas. La montaña los hará transparentes. Comprobará la resistencia de Alaphilippe, el líder. Nunca ha estado a la altura de la gran montaña. «Sé que me atacarán. Estoy preparado. Es un orgullo ir de amarillo», proclama el francés.
También se palpará la solidez del Ineos, el equipo referencia, la guardia pretoriana de Thomas, gran favorito ahora, y Bernal, predestinado a ser su relevo. Los Pirineos marcarán el territorio de Enric Mas, segundo en la pasada Vuelta y sexto ahora en el Tour. Catarán también las fuerzas de Kruijswijk, Buchmann, Yates, Martin, Urán y Quintana, que corría a buscar hielo para el codo molido. Y medirán la bilis acumulada por Pinot y Fuglsang, cortados en los abanicos del lunes. Pinot ha jurado ante el tribunal popular de Francia que morirá atacando. Palabra de honor.
A más de cuatro minutos de Alaphilippe y a tres de Thomas, Mikel Landa sabrá si las líneas del destino impresas en su mano siguen dirigiéndole hacia la fatalidad o si, al fin, le permiten desplegar lo que realmente vale. Durante la jornada de descanso del martes recibió la visita del seleccionador español, Pascual Momparler. Hablaron. El alavés le pidió un hueco en la selección para el Mundial de septiembre en Yorkshire. Buena señal. Ya no piensa en tirar la bici por un barranco. El técnico asintió. Eso sí, le dijo que le quería para brillar en la parte final del recorrido, donde solo respiran los mejores, donde la victoria cobra sabor a sangre.
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