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El Tour es una historia abierta que cada año suma personajes y escenarios a su enorme patrimonio, construido por mitos como Eddy Merckx y templos como el Tourmalet. En ese relato escrito a toda velocidad sobre las mejores postales de Francia irrumpió a última hora ... el año pasado un esloveno precoz, Tadej Pogacar, que sólo tenía 21 años. A esa victoria suma ahora, ya cumplidos los 22, su segundo triunfo en el Tour. Nadie lo ha hecho tan temprano. Su era está en marcha. Y es joven. Jonas Vingegaard, el segundo, tiene 24 años. Carapaz, el tercero, sólo 28. Juntos componen el podio más juvenil en medio siglo.
Anquetil e Hinault esperaron hasta los 23 para abrir su cuenta en el Tour. Merckx, la referencia para todo, se estrenó con 24, como Contador. Induráin no lo ganó hasta los 27 y Froome, con 28. A esa edad, Pogacar puede haber destrozado todos los registros. Eso pronostica Merckx, enamorado de su heredero esloveno. El belga sabe que alguien batirá algún día el récord de cinco victorias en el Tour que comparte con Anquetil, Hinault e Induráin. También temía que Cavendish le quitara en la etapa final de París su plusmarca de 34 victorias en la ronda gala. Pero no. Lo evitó otro belga, Wout Van Aert.
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Por una vez, el paseo final por los Campos Elíseos tenía algo más, mucho más, que el homenaje al vencedor del Tour. Estaba en juego un pedazo de historia. Cavendish, el mejor velocista de la Grande Boucle, contra el mejor ciclista jamás visto, el belga Merckx. Por eso, en Bélgica, todos apoyaban a Wout Van Aert. Le animaban a que a sus triunfos en el Ventoux y la contrarreloj del sábado uniera el sprint final. Eso le coronaría, además, como el ciclista más completo y, quién sabe, si como un futuro rival de Pogacar en esta carrera. Motor tiene de sobra; le sobra carrocería, peso.
Cavendish no quería desperdiciar quizá su última oportunidad. Antes de venir a esta edición, sus últimas victorias en el Tour se alejaban hasta 2016. Dos años después cayó en una depresión contra la que aún pelea. Nada le animaba. Vivió en un callejón sin salida. Aunque siempre mantuvo una luz encendida. Cuenta su lanzador, el impagable Morkov, que Cavendish le anunció en 2019, cuando era un deportista derruido, lo que casi ha ocurrido ahora: «Si me dejan correr una vez más el Tour, bato el récord de Merckx». Morkov, claro, pensó que estaba loco. Le hacían falta cinco triunfos y estaba ya muy lejos de su mejor momento.
A este Tour vino a última hora. Casi a oscuras. Pero ha ganado cuatro etapas y ha igualado la marca de Merckx. Para sobrepasarla, le quedaba París, donde ya había vencido cuatro veces. Pero en esta ocasión perdió la estela de su infalible guía, Morkov. Y, encerrado contras la vallas, no pudo remontar a Van Aert. Merckx sigue a salvo. Van Aert levantó tres dedos, tres victorias de etapa. Una en el Mont Ventoux, otra en la contrarreloj de Saint-Emilion y ésta al sprint en París. El ciclista total. Algo así sólo lo han logrado mitos como Merckx y Bernard Hinault. El segundo Tour de Pogacar deja una pregunta en el aire: ¿Puede Van Aert ser su rival?
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Cavendish ha tenido que esperar a los 36 años para discutirle el récord de victorias de etapa a Merckx. Pogacar inició en 2020, con 21 años, la carrera por alcanzar los cinco Tours del viejo 'Caníbal'. Cumplidos los 22 ya ha subido dos de los cinco escalones. Han empezado a apodarle como al mito belga, el pequeño 'Caníbal'. Abandera una generación joven, atrevida y mágica que ha revolucionado el ciclismo junto a dos bestias sin medida como Van der Poel, que rindió homenaje a su abuelo Poulidor al vestirse de amarillo, y Van Aert, el dorsal más polivalente del mundo. Con ciclistas así, el inicio de este Tour fue una fabulosa carnicería que se llevó por delante a candidatos como Roglic y Thomas, víctimas de tantas caídas.
Enseguida, Pogacar venció en la contrarreloj de Laval y, sin pausa, se colocó de líder a su manera: con un ataque en el col de la Romme a 30 kilómetros de la meta. Como Merckx. Dice el esloveno que el ciclismo es como jugar a los dados. Hay que apostar. «¿Qué tengo que perder si lo doy todo?», repite como lema. Con la ventaja que adquirió en los Alpes ha sabido controlar la carrera hasta París sin más grieta que la que le abrió en el Ventoux, sin consecuencias, otro joven cargado de futuro, el danés Vingegaard.
De la fortaleza física de Pogacar no quedaba duda. Faltaba por comprobar su solidez mental. Y parece de cemento. En 2020, cuando batió el penúltimo día a su compatriota Roglic, Eslovenia lloró. Luto nacional por la derrota de su ídolo. Pogacar sintió ese rechazo. Le dolió. Lo asumió y le ha dado la vuelta gracias a su carácter amable y cercano.
El otro examen psicológico lo ha pasado en ese Tour: el de la sospecha. La sombra del dopaje que acompaña siempre al número uno. La herencia maldita de este deporte. Pogacar ha respondido con calma a todas las preguntas. Siempre dice que viene de «una buena familia». Tiene una razón para hacerlo: su madre, preocupada por el dopaje, quiso que dejara el ciclismo cuando era adolescente. Ante la insistencia del chaval, fue a hablar con su entrenador. Le hizo jurar que no le enviaría por ningún atajo farmacológico.
Y así, con 22 años, subió de nuevo al podio de París por delante esta vez de Vingegaard y Carapaz. Enric Mas acaba sexto y de Pello Bilbao, noveno y con el premio de estar en el mejor equipo del Tour, el Bahrain. Pogacar se quedó, al 'estilo Merckx' con el maillot amarillo, el blanco de mejor joven y el de lunares de la montaña. Más tres etapas. Sí que hay algo del 'Caníbal' en él. Ha disputado sólo tres grandes rondas: fue tercero en la Vuelta de 2019 y ha ganado las dos ediciones del Tour que ha disputado. Sólo leyendas como Binda, Coppi e Hinault lograron subir al podio en sus tres primeras grandes vueltas. A Pogacar sólo se le escapó el maillot verde, el de la regularidad, que lució con media sonrisa Cavendish tras no haber podido batir el récord de victorias de etapa de Merckx. A por otra de sus marcas, los cinco Tours, pedalea precoz un joven esloveno.
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