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El baloncesto es uno, pero también un océano separa dos maneras aparentemente opuestas de interpretarlo. En apenas unos días se han resuelto los campeonatos de la NBA y de la ACB, tercera competición del mundo por detrás de la formidable máquina de entretenimiento estadounidense y ... de la Euroliga. Pues bien. Mientras América baila bajo los dulces sones del violín que maneja a su antojo el mejor tirador de la historia (Stephen Curry), un pívot de 2,20 metros (Edy Tavares) condiciona el continente de la canasta a este lado del Atlántico.
Golden State Warriors, el equipo de un prodigio en el clavado de dardos sin importar las distancias sobrenaturales, alzaba la semana anterior su cuarto título de la NBA en los últimos ocho años. Y el domingo el Real Madrid terminó de devorar físicamente a un Barça amedrentado ante el poderío atlético de su archirrival. El conjunto del vitoriano Pablo Laso, convaleciente del infarto pero sin la paciencia para aguardar el desenlace liguero envuelto en el aire acondicionado de su domicilio, había cedido un mes antes el duelo sin retorno de la Euroliga por un solo punto en una final hiperdefensiva hasta la claustrofobia por la falta de espacios. Cuerpos cada vez más móviles y voluminosos en los metros cuadrados de siempre.
Curry ha cambiado la manera de entender este deporte con sus lanzamientos de cirugía precisa en un rango de tiro insólito. Un tipo de 1,88 metros de estatura abandera la fuerza centrífuga del baloncesto, un juego que hace años entronizaba en Estados Unidos a los pívots y ahora esparce el veneno hacia afuera. Su dominio de la pelota y la facilidad con que efectúa sus demoledores lanzamientos a vista de prismáticos vienen variando el juego de unos años a esta parte. Tanto al máximo nivel -sus Warrios ya forman una dinastía- como entre la cantera de futuros aficionados. Antes los niños soñaban con colgarse del aro, ahora disparan triples mejor cuanto más lejos. Si jugaran en una farmacia se alzarían en suspensiones desde la rebotica.
Y, sin embargo, Europa asiste a las ediciones corregidas y aumentadas de un 'cinco' capaz de determinar por sí solo -cierto que el entramado defensivo blanco en su conjunto (Hanga, Taylor, Rudy, Deck...) le ayuda lo suyo- tiros, encuentros y estados de ánimo adversarios. Tavares es el pívot alto, así con mayúsculas, más decisivo a esta orilla del océano. Entre los verbos que maneja en el diccionario propio de sinónimos figuran términos como 'repensar', 'condicionar', 'acomplejar'... Todos para mayor sufrimiento de los contrarios. Décadas antes los gigantes de su envergadura no mostraban ni la cuarta parte de coordinación que exhibe el caboverdiano.
Cierto que el Madrid cayó en la final de la Euroliga por el canto de un euro ante el dúo exterior con más talento del continente (Larkin y Micic en el Anadolu Efes revalidador del título). Tan verdad como que los aspirantes al cetro de los grandes pesos a esta vertiente del Atlántico anhelan un grandote que les conduzca a competir en los tejados y permitir, desde ahí, que los bajitos rebañen las piezas abatidas. Sin acudir más lejos, el Baskonia pretende incorporar a un poste que supere en contundencia y físico a cuanto tiene en sus filas.
Dos formas supuestamente enemistadas de interpretar el baloncesto según se dispute en Norteamérica o en Europa. Pero el análisis quedaría cojo sin una referencia necesaria a las reglas de allá o de aquí. En la NBA nadie puede permanecer más de tres segundos bajo la canasta propia y a raíz de ese hecho se abren mayores espacios. Europa, en cambio, sí consiente el anclaje de un cancerbero defensivo en el centro de la zona bajo su propio aro o, en casos como el de Edy Tavares, casi a la altura del círculo anaranjado.
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