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Escribo esto rápido, antes de que el tiempo y el olvido actúen. Escribo porque quiero recordar que la cuarta temporada de 'Stranger Things' me gustó. Que me gustó mucho. Que lo pasé muy bien con la chavalada de Hawkins, sobre todo con el equipo local, ... y que disfruté esta partida de D&D con ellos. Escribo porque, aunque esté convencido de que han estirado la serie más -mucho más- de lo necesario, el corazón sigue en el sitio correcto, con Dustin, Max, Steve, Lucas, Robin y Erica. Y Eddie, claro. Eddie también. Y escribo, sobre todo, porque dentro de dos años, cuando empiece el runrún de la quinta temporada y diga que ya no me importan estos chicos, que no sé por dónde iba la historia, que esto debería haber terminado en la primera temporada, entonces, digo, quiero leer esto y decirme: idiota, calla y disfruta.

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Eso no quita que me parezca un exceso la duración de los episodios. Se han pasado. Ningún episodio, ni siquiera el último, necesitaba tanto tiempo. Aunque, en mi caso, el tiempo ha jugado a favor de la serie. Mientras que la mayoría se tragó la primera mitad de la temporada en un día o dos, como mandan los cánones de la modernidad, en casa la vimos poco a poco, dejando que reposara. Y eso le ha sentado muy bien, como a todas las series, de hecho.

Los guiños y referencias de la temporada son fantásticos, desde 'La cosa' hasta 'Los Goonies' pasando por 'El silencio de los corderos', 'Juegos de guerra' o 'El señor de los anillos'. Pero, como les digo, el éxito de la serie, para mí, no está en el hechizo de la nostalgia, sino en sus personajes. Los hermanos Duffer han conseguido una pandilla alucinante (otro guiño) que me importa. Me gusta pasar tiempo con ellos y ver cómo resuelven los problemas. Y no quiero olvidarme de ellos.

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