La vida en las antiguas juderías: poder en la sombra y guetos
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Las juderías medievales controlaban la banca, la ciencia y el comercio y tenían influencia en la corteLuisa Idoate
Viernes, 30 de agosto 2024, 19:53
Mundos paralelos. Así son las juderías de la Edad Media, las sefardíes de la península ibérica y las askenazies de Europa central y oriental. Evolucionan al compás de las guerras, la unificación religiosa e ideológica de las conquistas y la creación de los nuevos reinos. ... Se acomodan a las políticas de convivencia, segregación e imposición de religiones. Viven entre la autonomía y el sometimiento. Pertenecen al tesoro real. Financian a las monarquías europeas con sus préstamos a un interés legalmente fijado. Por esa actividad condenada por el cristianismo, pagan importantes impuestos y, a cambio, reciben exenciones y privilegios que las consolidan social, política y económicamente. Los soberanos las defienden de la Iglesia, que las considera enemigas y lanza a los nobles contra ellas; y de los plebeyos que las creen ventajistas por sus prebendas. Los recortes de privilegios y el aumento de tributos no contienen los ataques y saqueos. Ni evitan las órdenes de expulsión que vacían las juderías de Inglaterra, Francia, Austria, Portugal, España… Las mismas que siete siglos después habitan los nostálgicos y recorren millones de turistas.
Son aljamas recoletas. De callejas estrechas y retorcidas, y cantones sin salida que aprovechan el espacio con avaricia. Con servicios administrativos, legales, sanitarios, religiosos y docentes mantenidos con impuestos comunitarios. Dotadas de escuela, hospital y baños públicos, con turnos para no coincidir con musulmanes ni cristianos. Con carnicerías, mataderos y comercios de los productos kosher que exige su credo. Y viviendas pequeñas, profundas, de fachada estrecha, dos alturas y bodega, con tienda o taller en la planta baja, y cocina y letrina en el patio trasero. Casas sobre las que se edifican otras nuevas cuando aumenta el vecindario y escasea el terreno.
La judería de Córdoba florece con el califato omeya del siglo X, es arrasada por Sulaimán en el XI y queda anulada con la invasión almohade del XII. Vive un periodo de calma a partir de 1236, cuando Fernando III conquista la ciudad y otorga a los judíos «iguales derechos» que cristianos y musulmanes y les devuelve su antigua aljama, amurallada para aislarla y protegerla de los cristianos. También ocupan otras zonas de la ciudad, por falta de espacio. Se lo concede Alfonso X en 1272, y nace la actual judería situada junto a la mezquita. El corregidor Francisco Valdés la desplaza en 1478 hasta el Alcázar Viejo, pero los judíos reclaman al rey y recuperan el emplazamiento. En él se levantan la sinagoga de estilo mudéjar, la puerta de Almodóvar, el zoco, los baños árabes. Y la estatua en recuerdo de Maimónides, médico, astrónomo, rabino, filósofo y teólogo, autor de la 'Guía de perplejos' que huye tras la conquista almohade de 1148.
La sinagoga era el corazón de la judería. No podía superar la altura de las iglesias cristianas y algunas socavaban el suelo para camuflarla. No eran grandes, aunque hay excepciones. Dos de ellas en la judería de Toledo. La sinagoga de Santa María la Blanca, construida por Abraham Ibn Alfache, embajador de Alfonso VIII en el siglo XII; y la del Tránsito, que levanta en el XIV Samuel Ha-Leví, tesorero de Pedro I de Castilla. En su casa se levanta el Museo de El Greco. La aljama prospera con Alfonso VI, que respeta por igual los derechos de judíos, musulmanes y cristianos. Florece con el exilio intelectual que huye de la invasión mozárabe del sur: filósofos, poetas científicos, gramáticos. Es tan importante que el arzobispo Raimundo de Sauvetât crea la Escuela de Traductores de Toledo para capitalizarlo. Brillan en medicina, astronomía, matemáticas. Ocupan cargos públicos. Hay ataques a la judería en 1178 y en 1212. La acusan de recibir un trato de favor de la realeza. Para limar asperezas, Alfonso X aumenta los tributos: en 1284 paga un millón de maravedíes en impuestos. Comienza su declive. Supera el asalto de 1355, pero no el antisemitismo que estalla en Andalucía a finales del siglo XIV y se contagia al resto de la península.
La peste negra y la lucha de Pedro I el Cruel con su hermanastro Enrique de Trastámara en 1366 recrudecen el antisemitismo, que el arcediano de Écija, Ferrán Martínez, azuza desde el púlpito. En 1391, exige a los feligreses, bajo excomunión, destruir las sinagogas de Sevilla. Los ataques se extienden como un reguero de pólvora. Lo cuenta Pedro López de Ayala: «Perdiéronse por este levantamiento en este tiempo las aljamas de Sevilla, e Córdoba, e Burgos, e Toledo, e Logroño e muchas del reino; e, en Aragón, las de Barcelona e Valencia e otras muchas; e los que escaparon quedaron muy pobres, dando grandes dádivas a los señores por ser guardados de tan Grand tribulación». Se multiplican asaltos y saqueos. Con el Edicto de Granada de 1492, los Reyes Católicos expulsan a los judíos. No pueden llevarse el oro, la plata, las monedas, las armas ni los caballos. La alternativa es hacerse cristiano converso o 'marrano', palabra procedente de marrar o errar. Algunos lo son en público, pero no en privado.
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En el siglo XV el sultán Beyazid II manda al almirante Kemal Reis con la flota otomana a España para evacuar a los sefardíes y musulmanes perseguidos por los Reyes Católicos y la Inquisición. Muchos se instalan en el barrio judío de Balat, en Estambul. Acaban absorbiendo al vecino distrito de Fener, habitado por cristianos griegos y armenios que levantan las sinagogas de Ahrida y Yanbol. Tras el terremoto de 1894, comienza el éxodo de la judería que agoniza en el siglo XX. Revive con un programa de rehabilitación de la Unesco. Y hoy promociona las coloridas casas otomanas de las calles Yildirim y Merdivenli y las mansiones de Kiremit; el arte, las antigüedades y la gastronomía de Vodina; y la iglesia del San Esteban de los Búlgaros, de hierro.
Al barrio judío de Praga lo llaman Josejov en honor del emperador José II, que, con el Edicto de la Tolerancia de 1782, elimina los muros que la rodean. De ella quedan seis sinagogas; bien conservadas porque el nazismo las respetó para hacer un museo de la raza extinta. La Vieja-Nueva, de 1270, es la más antigua de Europa aún en funcionamiento. La Alta es del siglo XVI y la Klausen, la mayor del gueto original. La Mordecai Maisel, de 1592, lleva el nombre del alcalde que la financia. La Española es de estilo morisco y la última en construirse. Y la Pinkas Horowitz, de 1535, es un memorial del Holocausto. Junto a ella está el Antiguo Cementerio, de 55 metros de largo y 35 de ancho y con 100.000 sepulturas abiertas entre 1439 y 1787. ¿Cómo? En capas de tierra superpuestas, hasta doce. A la vista, 12.000 lápidas, que se reutilizan. Irregulares, atropelladas. Estrechas y verticales, a diferencia de las sefardíes que cubren horizontalmente la tumba y además están fuera de la judería en lugares como Montjuic (Barcelona) y Judimendi (Vitoria), que significan monte de judíos.
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