El puesto de mando y la ética del poder
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Capitán. ·
A Conrad le preocupa la explotación en todas sus dimensiones y la responsabilidad que implica tener autoridad sobre otrosSi hay que buscar una clave en la obra de Joseph Conrad, el gran escritor polaco que abrazó el inglés como lengua de creación literaria, esa clave es sin duda la ética del poder. Toda su obra acaba girando en torno a la responsabilidad de ... quien tiene una ascendencia sobre los otros, bien porque se la otorgue un puesto de mando, como es el caso de los capitanes de barco que protagonizan varias de sus obras, bien porque esa potestad sobre otro ser humano se la brinden la realidad, el destino, las circunstancias…, sin que medie una jerarquía que la imponga.
Es el caso del dominio que Mr. Verloc, el espía de 'El agente secreto', ejerce sobre Stevie, su cuñado, quien siente por él un gran respeto que va unido a su discapacidad mental. Estamos ante un personaje que en un momento dado no tiene escrúpulos en aprovecharse de esa autoridad. El tema de la explotación ocupa y preocupa a Conrad en todas sus dimensiones. A pequeña escala cuando Verloc compromete al muchacho en una acción terrorista. A gran escala cuando, en 'El corazón de las tinieblas', aborda el tema del colonialismo inspirándose en la cruel explotación llevada a cabo por el rey Leopoldo II de Bélgica en el Congo que él mismo conoció en su juventud.
La ética del poder se traduce, en la obra de Joseph Conrad, en un obligado y profundo sentido de la responsabilidad por parte de quien se halla al frente de un colectivo de personas que han de cumplir sus órdenes. Y esa ética se plasma de una manera especialmente gráfica y simbólica en la figura del marino, que responde a su propia experiencia personal. Quien desee conocer de verdad a Conrad puede empezar por leer 'El espejo del mar', un texto de carácter autobiográfico que hay que sumar a su producción más literaria, porque en él está expresada, con un gran aliento emocional y una insuperable fuerza de estilo, toda su pasión por el mar y su propia vida: cómo se despierta en él ese sueño, el momento en que comienza a navegar con dieciocho años enrolándose a bordo del buque Mont Blanc, el día en que le dan el mando del primer barco una vez que hubo obtenido la nacionalidad británica y después el título de capitán…
El libro fue traducido al castellano por Javier Marías con un memorable y enloquecedor esfuerzo, dada la meticulosa descripción del oficio de navegar que hay en sus páginas y la terminología náutica con la que lo describe. Pero, a cambio de esos tecnicismos, hay impagables momentos de un arrebatado lirismo a la hora de cantar la belleza de la navegación a vela o de describir con minuciosidad las maniobras de los barcos cuando zarpan y cuando puede alcanzar un inusitado grado de fatalidad cualquier error. En ese libro ya queda expuesta de forma explícita la poética de lo que podemos denominar «el aventurero responsable», que distinguiría a Conrad de otros autores como Stevenson, Verne o Melville en los que la aventura ocupa un primer lugar en el plano narrativo y en los que la condición virtuosa del héroe puede hallarse presente, pero no es planteada en toda su potencialidad para modelar, modular y moldear su destino tan definitivamente como el valor o el azar.
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Unida a la cuestión de la responsabilidad, en esa y en otras obras de referencia de Conrad, aparece la de la equivocación. Así, en 'Lord Jim', novela que fue publicada hacia 1900, un inesperado desperfecto en el casco de un barco de pasajeros, el Patna, lleva al inexperto primer oficial y a la tripulación a cometer el error de abandonar la nave. Jim se pasará toda su vida con un fuerte sentimiento de culpa y a la espera de una segunda oportunidad que le permita borrar esa mancha de su propia conciencia, ya que no de su historial. En contraposición a esa conducta, 'La línea de sombra', publicada quince años después, vuelve a abordar el tema de la correcta actitud humana, esto es de la respuesta solvente, cabal y moral ante los imprevistos calamitosos de una travesía marítima. En ella, un joven capitán que comparece sin nombre acepta tomar el inesperado mando del Oriente, un velero mercante anclado en Bangkok sobre el que pesa la sombría historia de un capitán anterior que se volvió loco y una maldición que profirió sobre el barco y su tripulación. Esta parece hacerse efectiva durante un accidentado viaje plagado de graves contratiempos, entre ellos el de una epidemia de fiebres tropicales, que acaba siendo para el novato capitán una prueba de fuego y un tránsito a la madurez, al dominio de las inseguridades de la juventud.
A Conrad le gustaban las metáforas para ilustrar las tesis de su narrativa. Si la 'línea de sombra' no era solo una mítica frontera oceánica en su novela sino también la raya que dividía la edad temprana de la adulta, el barco viene a ser en toda su obra no sólo una imagen alegórica de la existencia sino de la comunidad humana, de la sociedad, del Estado sometido a un mandatario que deberá ejercer el mando, la autoridad, el poder con criterio y mesura. El barco le brinda a Conrad una imagen perfecta para el desarrollo argumental y alegórico del poder por lo que tiene de recinto incomunicado, rodeado de agua por todas partes. En un barco el capitán es Dios. Igualmente se convierte en un símbolo de ese espacio social aislado, como una campana de cristal, la selvática región del continente africano que sirve de escenario a su obra más conocida -'El corazón de las tinieblas- que publicó en 1899. Conrad ya se había servido del espacio natural aislado en 'La locura de Almayer', su primera novela, publicada cuatro años antes y ambientada en Borneo. Ya entonces aparece otra figura que será clave en su narrativa: la demencia precedida de una serie de decisiones inmorales e incorrectas. Como Almayer o el muy posterior y difunto capitán de la nave de 'La línea de sombra' pierden la razón, Kurtz, el empleado de la compañía belga que regenta la explotación de marfil en 'El corazón de las tinieblas' encarna la figura del «jefe loco» si bien llevada al paroxismo. Aquí estamos ante el arquetipo más acabado de quien ejerce el poder de una forma arbitraria y estrafalaria, irresponsable y antitética a como lo haría un buen capitán de barco, un competente agente de una compañía comercial o un justo mandatario político. El delirio suicida de Kurtz en el infierno que construye en el corazón de África le sirvió a Coppola para filmar 'Apocalypse Now', película cuya acción se desarrollaba en otro convincente escenario de pesadilla como el que ofrecía la guerra de Vietnam.
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Conrad siempre acota, aísla y sustrae del resto del mundo los espacios de sus argumentos. Traza un círculo territorial en cuyo interior puede reproducir la maqueta del drama humano del poder. En 'Nostromo' (1904), el planteamiento político llega a lo más explícito. La acción se desarrolla en el ficticio puerto de Sulaco, situado en la igualmente ficticia república sudamericana de Costaguana y donde Estados Unidos genera un artificial movimiento secesionista para apropiarse de las minas de plata. Esa es la paradoja que plantea Conrad: los habitantes de Sulaco se liberan de sus iguales para ponerse al servicio desigual de unos amos ricos. Se ha dicho que Conrad escribió esa novela inspirándose en el proceso independentista de Panamá que culminó en 1903 con idénticos resultados. En 'Nostromo', y antes en Panamá, no sería la locura quien dictara a una comunidad un rumbo erróneo, sino la capacidad de manipulación de unos y la ceguera de otros.
Pocos autores como Joseph Conrad han tenido tantos admiradores dentro del gremio literario, hasta el punto de que se le puede calificar como 'un escritor de escritores'. Y dicho fenómeno comenzó a producirse de manera bien temprana. Se sabe que T. S. Eliot tomó como epígrafe para 'La tierra baldía' las palabras que pronuncia Kurtz en 'El corazón de las tinieblas' antes de morir: «¡El horror, el horror!». Como se sabe también que fue Ezra Pound quien persuadió a T. S. Eliot de que suprimiera ese epígrafe en la edición de 1922 alegando que no era un autor de peso. Si bien el reconocimiento que Conrad encontró en sus colegas de oficio es apabullante, también tuvo algún detractor que otro. Al caso de Pound se suma el de Nabokov, quizá porque sus personajes, empezando por el Humbert Humbert de 'Lolita', eran la antítesis de los de Conrad y del equilibrio.
Dejando en suspenso el enigma de esas inquinas, vayamos a las razones de quienes lo han venerado. Borges admiró en él su rechazo de lo sobrenatural porque aceptarlo equivaldría a negar que la realidad fuera por sí misma prodigiosa. Vargas Llosa ha celebrado su valiente denuncia del colonialismo. Pérez-Reverte ha reivindicado su sentido de la aventura. Y en esa nómina no podemos omitir a Hannah Arendt, que halló en 'El corazón de las tinieblas' una fuente de inspiración para 'Los orígenes del totalitarismo'. Ciertamente, esa 'nouvelle' fue premonitoria hasta en su fecha de publicación: en esas vísperas del siglo del nazismo y del estalinismo.
Sí. Conrad es de una actualidad enorme. Nos recuerda el deber de asumir con responsabilidad el poder, bien se trate del primer oficial de un mercante, del caudillo de un pequeño partido político, del comandante de una pequeña región o del capitán del gigantesco buque de una gran nación. Al leer a Conrad, todos ellos se pueden y se deben dar por aludidos.
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