La mujer condenada a ser La Divina
Maria Callas ·
La soprano de raíces griegas alcanzaba tres octavas. Tenía el don de la metamorfosis tímbrica e instinto teatralSecciones
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Maria Callas ·
La soprano de raíces griegas alcanzaba tres octavas. Tenía el don de la metamorfosis tímbrica e instinto teatralTenía apenas 41 años cuando cantó su último papel en escena, el 5 de julio de 1965. Se despidió en Londres con el rol de Tosca, que no estaba entre sus favoritos, pero era un caballo de batalla que nunca le había fallado. Su frase ... final, 'Avanti a Dio!' (Ante Dios), debió clavarse como una lanza en la memoria de los espectadores. Sin miramientos ni compasión. No era Maria Callas una artista que buscara el amor o simpatías del público. A ojos de la artista, esa masa silenciosa y expectante (también ocasionalmente morbosa) se presentaba como el enemigo a batir. Luchó hasta la extenuación por conquistarlo, tapar bocas y servir a las únicas autoridades que ella reconocía en su trabajo. La música y el drama, nada más. Su entrega y obediencia eran radicales, como la de una vestal consagrada a lo inefable.
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El 2 de diciembre se cumple un siglo del nacimiento en Nueva York de una artista que goza en la actualidad de un prestigio que nunca tuvo en vida. Su época de plenitud fue muy intensa y breve, de 1948 a 1958. A los 35 años, empezó su declive vocal y poco después conoció al naviero Aristóteles Onassis. Mucho se ha especulado sobre el efecto que pudo tener esa relación tan intensa y tormentosa en su carrera. Los altibajos emocionales siempre se reflejan en la voz, más todavía en los profesionales de la laringe. Los cantantes de ópera trabajan el diafragma y los músculos intercostales con la disciplina y exigencia de atletas de élite. Deben mantener a punto la maquinaria para evitar estrellarse. Cada actuación entraña un riesgo. Más elevado cuanto mayor es el prestigio y la fama. La Callas se había sacrificado desde su infancia para llegar a lo más alto. Alentada por su madre, que azuzaba su talento pero con la que tuvo siempre una relación muy cercana al odio, se había aferrado al canto sin reservas. Era su mundo, donde ella reinaba e imponía su ley.
Al principio nada se le interponía. Todo debía encaminarse hacia el ideal que buscaba en escena. La posguerra había frenado el comienzo de su carrera, ya fuera en América o en Europa, un compás de espera que la haría sentir como una pantera enjaulada. En cuanto se le presentó una oportunidad, se lanzó a por todas. Entre 1947 y 1950, tras debutar en la Arena de Verona con 'La Gioconda', encadenó papeles dramáticos, incluidos tres roles wagnerianos particularmente inclementes para la voz de soprano: Brunilda, Isolda y Kundry. También se atrevía con 'Aida', 'Nabucco', 'Turandot', 'La forza del destino', 'Norma', 'I Puritani'...
En sus inicios era una joven miope, obesa y torpe en escena. Todavía no se había ganado el apelativo de La Divina, pero tenía claro su destino. Bajo la tutela de su maestra, la aragonesa Elvira de Hidalgo, había bruñido un instrumento que alcanzaba tres octavas. Si bien al principio se centró en el repertorio más pesado, no tardó en expandir sus dominios. Interpretaba lo mismo roles de soprano jilguero ('La sonámbula') que de mezzo ('Carmen') o contralto en papel de travestido ('Orfeo'). Algo que causaba espanto entre los aficionados más conservadores, hasta el punto de que el cantante y teórico Giacomo Lauri-Volpi llegó a definirla como «una anomalía de nacimiento, que no puede evitar que el público se ponga en su contra».
Nada que le restara energías, todo lo contrario. Se alimentaba del rechazo y la animadversión, igual que había hecho de niña al descubrir que sus padres preferían a su hermana. El viento en contra le daba alas. A veces se permitía locuras como el mi bemol sobreagudo que disparó en el Palacio de las Bellas Artes de México sobre la orquesta, coro y solistas al final del acto II de 'Aida', en una función de 1951 que se grabó y cuenta, además, con los alicientes de Mario del Monaco y Giuseppe Taddei. Es la nota aguda más famosa de la historia discográfica y pone los pelos de punta. Se dice que antaño la profería Ángela Peralta, una diva mexicana, y la Callas no iba a ser menos.
Competitiva hasta la extenuación, cada noche luchaba consigo misma. El director Carlo Maria Giulini solía comparar sus interpretaciones con una corrida de toros. Ella era la diestra con el capote y también la bestia. «Un espectáculo que seducía o repelía», recordaría el maestro italiano en los años 80, cuando la Callas ya solo era un recuerdo imborrable para los aficionados que habían tenido el privilegio de verla actuar.
En la actualidad se explota su imagen glamurosa, se ruedan películas -la última, con Angela Jolie y dirección de Pablo Larraín- y son muchos los que cargan las tintas en su desgarro y despecho al ser abandonada por Aristóteles Onassis. Se olvida la fuerza de voluntad de una mujer que no tenía piedad consigo misma. No vaciló en bajar 30 kilos en 18 meses para trabajar con Luchino Visconti en una nueva producción de 'La Traviata' en 1955. El regista se lo había impuesto para dar credibilidad física al personaje y ella acató sin chistar. Ese montaje representó el cénit de la cantante.
«Tiene un paladar superior en forma de arco gótico, no románico como una boca normal»
«Su timbre es mordiente, penetrante, personalísimo, de lo que deriva buena parte de su atractivo»
«Nos respetábamos mucho. Al final de cada función, nos hacíamos una reverencia, como los luchadores»
«Nunca hablaba de su familia, ni de su pasado, y nadie osaba preguntarle...»
«No tengo la menor duda. Yo prefiero 10 años sensacionales como Callas que 20 años de cualquier otra»
Su figura estilizada, la mirada y poder enfático de cada gesto le granjearon legiones y legiones de nuevos admiradores. Pero, ojo, su voz siempre había sido un fenómeno, también cuando pesaba más de 100 kilos. Igual que el gran bajo ruso Fiodor Chaliapin -padre del actor del mismo nombre, bibliotecario ciego en 'El nombre de la rosa' y abuelo en 'Hechizo de luna'-, la Callas tenía el don de la metamorfosis tímbrica. Le cambiaba el color según el personaje. Lo mismo aniñaba la voz para convertirse en la geisha de 'Madama Butterfly' que fluía densa y candente, llena de aristas, al meterse en la piel de una mujer con sed de sangre y hambre de poder en 'Macbeth'. Tenía instinto y furor teatral.
A su manera, seguía la senda de las sopranos 'sfogato' (ilimitadas) del siglo XIX, que tenían un repertorio amplísimo y dejaban «un gusto de naranjas amargas», en expresión de Saint-Saëns. Eran voces ideales para el drama y casi sobrehumanas por su envergadura. Maria Callas exprimió su arte hasta la última gota y perdió facultades prematuramente. Falleció en 1977 a los 53 años, alejada del mundillo de la ópera. Seguro que nunca imaginó que en 2023 se hablaría tanto de ella. Pero lo más importante: hay que escucharla. En su voz ella se dejaba (y nos dejó) mucha vida.
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