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La polémica del origen ·
Al ser adquirido por museos y coleccionistas, el arte robado obtiene una procedencia que lo blanqueaLa polémica del origen ·
Al ser adquirido por museos y coleccionistas, el arte robado obtiene una procedencia que lo blanquealuisa idoate
Viernes, 10 de abril 2020, 15:05
Los hallazgos arqueológicos de los siglos XIX y XX desatan la pasión por la Antigüedad y el coleccionismo, y avivan la codicia de contrabandistas, intermediarios, marchantes y museos. En 1871 Heinrich Schliemann localiza Troya en Hisarlik (Turquía) y encuentra 8.000 piezas de oro que ... identifica como el Tesoro de Príamo, con cuyas joyas fotografía a su esposa Sofía para promocionarse mundialmente. Las pinturas de Altamira, halladas por Modesto Cubillas en 1868, marcan el inicio del estudio del arte rupestre, desconocido hasta entonces. En 1922, Howard Carter abre la tumba de Tutankamon en el Valle de los Reyes y con su «veo algo maravilloso» desencadena una fiebre por Egipto reflejada en el arte, la arquitectura, la decoración y la ropa de la época. Además de descubrir en 1896 la Estela de Merneptah, erigida por Amenhotep III por sus victorias en Canaán, el egiptólogo William Flinders Petrie sistematiza y dota de rigor a la arqueología, que se pone de moda.
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Visitar yacimientos famosos causa furor. Herederos de familias ricas se lanzan con entusiasmo a recorrerlos. Italia, Egipto, Grecia… A todo trapo y con carabina. Lo escribe en 'Una habitación con vistas' E. M. Forster, en 1908, y lo rueda para el cine James Ivory en 1985. La tendencia cala hondo en la clase adinerada, que se apunta al coleccionismo. Una actividad con frecuencia alimentada por el contrabando. En realidad, el saqueo de arte es tan antiguo como el mundo; es el sempiterno compañero de las conquistas militares. Roma acumula piezas expoliadas en sus victorias contra los griegos. A ellos y a los egipcios, esquilma el emperador Constantino en sus campañas bélicas. Con los botines obtenidos decora su gran capital, Constantinopla, hoy Estambul, que los cruzados saquean en 1204. La costumbre se perpetúa. En el Saqueo de Roma de 1527, Carlos V arrasa la ciudad y roba sus obras de arte, como escarmiento al papa Clemente VII por su alianza con su enemigo Francisco I de Francia.
A partir del siglo XVIII, aparecen los grandes museos, que espolean el tráfico de arte: quieren obras, sin importar el origen, el modo de obtenerlas ni el precio. Lo aprovecha Napoleón Bonaparte. En sus campañas en Egipto (1798-1800) halla la piedra Rosetta, que permite descifrar los jeroglíficos. Ante la incapacidad del Directorio para gobernar Francia, regresa al país. Sus rivales británicos invaden Egipto, expulsan a las tropas francesas en 1801 y se llevan la Rosetta. Por eso hoy se exhibe en el Museo Británico. El nazismo requisa al por mayor miles de obras que considera 'arte degenerado' y las vende a coleccionistas y museos para financiar su causa; al mismo tiempo reserva otras para Hitler. Muchas son recuperadas por la división MFAA-Monuments and Fine Art and Archives, impulsada por los aliados. Lo cuenta el libro de Robert M. Edsel 'Monuments men' (2009), que George Clooney convierte en película en 2014. Uno de esos 'hombres monumentos' era el comisario de arte del Metropolitan, y luego su director, James Rorimer, interpretado en el filme por Matt Damon.
Tras la Guerra Civil, España es terreno para el expolio: tiene tanto arte como hambre y pobreza. Lo demuestran las incontables piezas de iglesias, conventos y monasterios que expone el Met. Hay casos increíbles como la reja de la catedral de Valladolid (1763), de 15,24 metros de ancho y 12,19 de alto, de los herreros Rafael y Gaspar de Amezúa. William Randolph Hearst la compra al Cabildo de Valladolid en 1929 por 500 pesetas. La almacena en el Bronx (Nueva York) y, cuando se arruina, la revende al Met. Ahí está, sin el escudo episcopal de quien la vendió: autorizó la transacción el arzobispo Remigio Gandásegui y Gorrochátegui.
No hay mejor prueba del saqueo patrimonial durante el franquismo que Los Cloisters del Metropolitan: el monasterio medieval ensamblado con piezas originales en el parque Tryon de Nueva York. Ahí está el ábside de San Martín de Fuentidueña, que Franco cambia por las pinturas de San Baudelio de Berlanga (Soria) y la entrada de España en la ONU, según el arquitecto Merino de Cáceres. La lista de obras burgalesas es inacabable. Está el 'Tapiz de Burgos', de ocho metros de largo y cuatro de alto, de un taller flamenco del siglo XVI. La talla de Santiago 'el Mayor' de la Cartuja de Miraflores, de Gil de Siloé; y la de Santiago 'el Menor', del monasterio de Fresdelval. Un comentario del Apocalipsis de San Juan de San Pedro de Cardeña, del Beato de Liébana; esculturas de Nuestra Señora de La Llana de Cerezo de Río Tirón; el pórtico de la iglesia románica de San Vicente Mártir de Frías…
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El 85% de las piezas del Met proceden de donaciones de particulares y entidades, destacaba en 2014 el entonces director, Thomas P. Campbell. En su etapa, el museo aumentó un 40% el número visitantes y lanzó una división digital que hoy supera los 30 millones de usuarios. Pero también acumuló un déficit de 40 millones que su sucesor, Daniel H. Weiss, hoy presidente y primer ejecutivo, intentó enderezar. Y que ha impedido hacer realidad el ala de arte moderno y contemporáneo, presupuestada en 600 millones de dólares, que conmemoraría por todo lo alto su 150 aniversario este año.
«Este es un momento extremadamente desafiante para todos», dice la reciente nota del actual director, Max Hollein, a los trabajadores. «Como empleados del Met, todos tenemos una profunda responsabilidad de proteger y preservar la preciada institución que hemos heredado». Y que ha crecido prodigiosamente. Se constituyó hace siglo y medio sin una sola obra, y hoy tiene un legado de 3.000 millones de dólares y 305 de presupuesto anual. Y su propia mascota: el hipopótamo Williams. Una figura hallada en la tumba del mayordomo Senbi, en Meir (Egipto), y adquirida en 1917. Es de cerámica fayenza -cuarzo en polvo con revestimiento vítreo-, de los siglos XIX-XX aC. Lo decoran flores de loto, alusivas al poder vivificante que otorgaban al Nilo. Se restauraron tres de sus patas. Al ser un animal hostil para los egipcios, el artesano se las rompió para que no perturbara al difunto.
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En siglo y medio, el Met ha tenido una decena de directores. Lo presidió inicialmente Robert Lee Jenkins, que donó su propia colección de arte. En 1879 fue nombrado director Luigi Palma di Cesnola, diplomático, arqueólogo y cónsul de EE UU en Chipre, donde realizó excavaciones; le acusaron de vender piezas robadas al Met, que tiene una colección con su nombre. En 1904 le relevó Caspar Purdon Clarke, del Victoria & Albert de Londres. La enfermedad le alejó del cargo, que ocupó en 1910 Edward Robinson, del Bellas Artes de Boston. En 1932 fue un egiptólogo del propio Met quien lo lideró: Herbert Eustis Winlock, que inauguró un centenar de galerías y superó los dos millones anuales de visitas. En 1940 llegó a la dirección Francis Henry Taylor, del Museo de Philadelphia. Desde 1955 siguió su labor James Rorimer, creador de Los Cloisters. En ellos trabajó Thomas Hoving que, desde 1967, revitalizó el Metropolitan con nuevas colecciones. También las multiplicó su heredero Philippe de Montebello, desde 1977 a 2008. Fue Thomas P. Campbell quien tomó las riendas en 2009 y alcanzó 6,5 millones de visitantes al año. En 2018 cedió el testigo al vienés Max Hollein, hasta entonces al frente del Bellas Artes de San Francisco.
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