Qué leer: La locura según Aixa de la Cruz

Cuatro mujeres de una misma familia se enfrentan a una casa rural heredada y a sus propias adicciones

Domingo, 9 de octubre 2022, 01:07

El movimiento que recibió el nombre de 'antipsiquiatría', y que negaba la locura al considerarla una construcción social, cuyo fin sería la estigmatización del sujeto que no responde al patrón disciplinario del sistema productivo, ha cumplido ya más de medio siglo. Pese a los excesos ... en los que incurrieron sus apóstoles (David G. Cooper, Michel Foucault…), sirvió para revisar el propio concepto de la psiquiatría e introducir unas sanas dosis de humildad en una ciencia especialmente subjetiva y difusa que tiene por meta la curación de algo tan misterioso e inaprensible como es el alma humana. No resulta raro que ese planteamiento ideológico y crítico ante la medicina psiquiátrica se haya llevado bien con la novela moderna, que nace con el Quijote, el primer héroe y gran loco del género, cuya presunta 'patología' idealista cuestiona más los vicios y lacras de la sociedad de su tiempo que su propio equilibrio mental. Es en el contexto de esa larga e ilustre tradición donde hay que situar la nueva novela de la escritora bilbaína Aixa de la Cruz.

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Las Herederas. Aixa de la Cruz. Ed.: Alfaguara. 326 páginas. Precio: 19,90 euros (ebook, 8,99)

'Las herederas' plantea una situación argumental de unos tintes singularmente claustrofóbicos: cuatro mujeres de una misma familia que rondan la treintena reciben la herencia de una casa rural de la que era propietaria la extravagante abuela de todas ellas, que decidió quitarse la vida. La casa está enclavada en una localidad castellana prácticamente deshabitada, lo que aumenta la sensación de encierro que transmite el libro de forma permanente. Los caracteres de esas cuatro protagonistas quedan muy pronto bien perfilados y se definen en la relación que todas ellas mantienen con las drogas y la farmacopea.

Nora es la más estrafalaria de las cuatro, una precaria periodista 'freelance' que se droga para estimular su capacidad de trabajo y que busca desesperadamente por los rincones de las habitaciones las pastillas de Valium que pueda haber escondidas como parte de la herencia que le hubiera dejado su abuela, así como contempla como factible la opción de que su camello pueda utilizar la casa como almacén para su comprometida mercancía. Olivia, su hermana, es lo contrario: una cardióloga que vigila esas adicciones a la vez que está obsesionada con la idea de averiguar cuál fue la causa por la que su abuela decidió cortarse las venas. Pese a ser la que parece más cuerda, será víctima de una intoxicación con estramonio que activa en ella unas inesperadas propiedades adivinatorias. Lis es prima de ambas y desea vender la casa porque le trae unos malos recuerdos de la niñez que certificarían una de las tesis del libro: que el hogar familiar es el escenario donde se produce la primera y originaria herida psíquica. Lis se halla tanto o más enajenada que Nora por los psicofármacos, pero estos han sido pautados por un psiquiatra a diferencia de los que se autoprescribe su prima. Es decir, Lis ha entrado en el sistema, «se ha dejado evaluar». Finalmente Erica, hermana de Lis, es la que tiene motivos más confusos para drogarse y la que sueña con usar los espacios del nuevo domicilio para organizar retiros espirituales.

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Con estos mimbres y un cuidadísimo estilo al borde de lo experimental, Aixa de la Cruz mete al lector en un conflictivo gineceo, un pequeño universo de tensiones entre mujeres de personalidades opuestas, así como hace navegar la acción narrativa en una realidad paralela y subjetiva, formada por sueños febriles, recuerdos destemplados, temores patológicos y presentimientos turbadores. Las tesis de las que parte la novela, o que se esbozan en su desarrollo, adolecen de ciertas contradicciones. Sus heroínas van de revolucionarias agitando una bandera, la de la antipsiquiatría, que es muy tardía en el pensamiento progresista, cuando a la vez sus vidas se sostienen sobre la traición a una reivindicación que sí tiene un gran arraigo en la izquierda clásica: la abolición de la herencia. Y hacen gala, por una parte, de un ideal radical de feminismo en el que los hombres sobran (apenas asoman por el libro), pero, por otra, viven inmersas en un estado narcótico que entendería como alienante el mismo Marx, que, para denigrar a la religión, la llamaba 'el opio del pueblo'. Para la izquierda tradicional, en fin, el cuadro de esas mujeres no sería más que un ilustrativo fresco de la decadencia burguesa. Por suerte para esta escritora, su acierto no está en la ideología sino en la literatura: en una propuesta de ficción que roza el expresionismo gracias a las tensiones que describe y a una trabajada textura metaestilística que es el gran logro del libro.

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