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Qué leer: Emilio Alfaro y una cuestión moral

Qué leer: Emilio Alfaro y una cuestión moral

El sentimiento de culpa lleva a un antiguo miembro de ETA a una grave encrucijada existencial

Iñaki Ezkerra

Sábado, 1 de octubre 2022, 00:00

Es un planteamiento narrativo que ha asomado en más de un texto de ficción sobre el terrorismo de ETA: la recurrencia argumental a un azar perverso que entreteje una relación sentimental fatalmente inviable, porque uno de los dos amantes pertenece al grupo de las víctimas y el otro, al de los asesinos. En 'El padre de Caín', novela que publicó en 2009 Rafael Vera y que inspiró una homónima serie televisiva, un guardia civil destinado al País Vasco tiene con la titular de la pensión donde se hospeda una relación extramatrimonial, de la que nace un hijo que se hará etarra y que asesinará, sin saberlo, al otro hijo del amante de su madre, o sea, a su medio hermano. El descubrimiento de ese hecho acerca de un modo tan atroz la antigua pasión al dolor presente que hace imposible siquiera la amistad del recuerdo compartido entre los antiguos amantes. Es esa devastadora colisión entre el amor y el crimen lo que, con un argumento más verosímil y un enfoque más ético, plantea el periodista navarro Emilio Alfaro (Mendigorria, 1955) en su recién publicada novela 'Matar, amar'.

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El protagonista de la historia es Luke Belandia, un hombre que perteneció a ETA y que, tras cumplir una condena de cárcel, siente remordimientos por un atentado en el que participó, por el que nunca fue juzgado, y que le costó la vida a un teniente de la Guardia Civil. Desmarcado de la banda terrorista, trabaja en una asesoría jurídica llevando asuntos de Derecho Mercantil. Su afán por saldar cuentas morales con su pasado y consigo mismo le lleva a buscar torpemente un encuentro con Marisol, la viuda de Juanjo, el miembro de la Benemérita asesinado, en el pueblo donde ella nació y donde vive con Igor, el hijo que tuvo de su matrimonio, regentando un estanco. Marisol se casó por amor en su día contra la propia voluntad de su madre y haciendo frente a la hostilidad de algunos vecinos con la misma entereza con la que después, tras el atentado, decidió permanecer en esa localidad y no tratar de emprender lejos de esta una nueva vida como era frecuente en casos similares al suyo. En esa existencia rutinaria que lleva tiene como costumbre verse los jueves en un bar del pueblo con Alazne, su incondicional amiga, que la apoyó en sus más difíciles momentos. Es en el contexto de esas citas de las dos amigas en el que Luke entra en escena. Lo que iba a ser una confesión ante la mujer del hombre al que asesinó se convierte, por un cúmulo de malentendidos, en una relación amorosa en la que él no encuentra nunca el valor para sincerarse.

Este es básicamente el planteamiento de un libro escrito con un depurado estilo que alcanza calidades poéticas en la descripción de los paisajes, y cuyo nudo se centra más en el problema moral que en la acción narrativa, continuamente trufada de digresiones que a veces se hace el protagonista en primera persona y a veces son expuestas desde la clásica tercera persona omnisciente. Su singular cerco existencial puede resumirse en que ni puede albergar la esperanza de que la relación sobreviva a la dramática revelación de su secreto ni puede asumir tampoco, para salvar esta, la impostura de seguir ocultándoselo. Por rebuscada que pueda resultar la situación, lo que aborda este texto es el tema por excelencia de la tragedia griega: la imposibilidad de restablecer el orden anterior al crimen sin que este tenga unas fatales consecuencias. Y es que lo que aquí se expone es un emplazamiento a la condición humana que va más lejos del perdón de la víctima al asesino de su ser querido (un perdón que mute nada menos que en amor) y que trasciende del propio caso, como insinúan los infinitivos que se yuxtaponen en el título de la novela. ¿Es posible amar después de matar? ¿Puede sentir ese individuo que, después de lo que hizo, tiene derecho a ser feliz precisamente con la mujer de aquel al que asesinó? ¿Siente que tiene derecho a serlo con cualquier otra mujer? ¿No son en su conciencia todas las mujeres, de alguna manera, la viuda de aquel a quien dio muerte?

Entender esta novela como una caprichosa pirueta técnica que pone a los personajes en una asfixiante e insólita tesitura es tanto como eludir ese transfondo ético al que emplazan las preguntas que suscita y que atormentan al protagonista. Y es que ese forzado destino que nos conduce a una novelesca ratonera moral, ese estrechamiento del círculo narrativo y vital de esos dos seres, lo que evidencia es el absurdo del asesinato, que despoja de sentido a cualquier conato de felicidad posterior. Dicho de otro modo, matar y amar son actividades incompatibles.

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