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Iñaki Ezkerra
Sábado, 10 de septiembre 2022, 01:09
En 'La ley de la calle', película que se inspiró en la novela homónima de la escritora norteamericana Susan E. Hinton, Francis Ford Coppola nos presentaba a un adolescente nacido en una población industrial de Oklahoma que soñaba con seguir los pasos de su hermano mayor, el Chico de la Moto, un líder urbano en una época en la que el pandillismo juvenil se le ofrecía como la alternativa más sugerente a aquella desorientada generación. Con lo que soñaba Rusty (así se llamaba el muchacho) no era solo con un modelo, sino con un 'orden' en el que ese modelo reinaba. A grandes rasgos, este viene a ser también el planteamiento argumental de 'Un tal Cangrejo', la nueva novela del escritor bilbaíno Guillermo Aguirre, quien ya cuenta con una asentada trayectoria literaria de la que dan buena prueba tres consistentes títulos anteriores: 'Electrónica para Clara', con la que obtuvo el Premio Lengua de Trapo en 2010; 'Leonardo', en 2013, y 'El cielo que nos tienes prometido', una original y arriesgada virguería a medio camino entre el 'western' hispánico y el género de carretera.
Si en esas entregas anteriores Aguirre ya mostraba un don especial para fusionar un castellano inusualmente sólido con una realidad dura y violenta, 'Un tal Cangrejo' es una novela de madurez y de consagración, no solo por su larga extensión, que roza las quinientas páginas. Lo es porque a lo largo de estas mantiene firme el pulso narrativo con un lenguaje eficaz, personal y vivo en que ya no asoman las lecturas del realismo de posguerra, sino la voz propia para trazar el logrado retrato vital de Cangrejo, o Grejo, su joven héroe, desde los doce años en que saca a pasear el perro, como un crío de clase de media con unas ganas irreprimibles de meterse en problemas, hasta los dieciocho en los que, ya de vuelta de la aventura callejera en que se metió, es consciente de que debe enderezar su vida.
Como adolescente prematuro que es, Cangrejo, que nació en los inicios de los años 80, rechaza todos los frágiles valores de la sociedad en que vive, desde los del trabajo a los de las clases pudientes de un Bilbao de mediados de los 90, en pleno pelotazo urbanístico y también en pleno desmantelamiento de los Altos Hornos y de la Naval, pasando por los del colegio público al que falta de un modo constante, porque le produce un aburrimiento que no remedian las directrices pedagógicas de la recién estrenada ESO; por los del devenir político de la Euskadi oficial o los de un padre ausente, que son los de la izquierda espesa de la Transición. Es un rebelde sin causa que llena las horas de su absentismo escolar en un peculiar espacio metropolitano, el de La Casilla bilbaína, que se halla situado exactamente al borde de los barrios más modestos, violentos y problemáticos de la Villa del Nervión. Es ahí donde conoce al Toni, al Cuco, a Kikón, a Frodo, a Jotacé, al Tarado y a unos cuantos chavales mayores que él, a los que ofrece pitillos para ser aceptado y para que le perdonen su baja estatura. Es ahí también donde tiene el primer contacto sexual de su vida con Zoraida, una chica que le lleva cuatro años y que tiene un bebé de uno de esos pandilleros que no asume su papel paterno.
Uno de los muchos hallazgos de la novela es cómo, en la cabeza inmadura de ese chico, maleado y soñador, infantil y roto por dentro a la vez, se mezclan dispares fascinaciones y devociones: las motos, las navajas o las drogas con el honor y la lealtad; la violencia y la delincuencia de los matones de barrio con un mitología de héroes de tebeo. Tal cacao mental, brillantemente expuesto en el libro, conduce al joven a una peripecia sórdida en la que no faltan el vandalismo, el episodio de una violación en grupo o las escenas de maltrato brutal con su propia madre y sus abuelos. Además de su crudo contenido y de su solvencia técnica, lo importante de esta novela, su valor, reside en el registro de voz con el que nos transmite el esquema de valores o la pérdida de estos; ese tono coloquial, desenfadado, canalla incluso, pero a la vez cuidado al milímetro para hacerse verosímil.
Con fuertes resonancias de la novela norteamericana, pero también con ecos del Ferlosio de 'El Jarama' o del Marsé de 'Encerrados con un solo juguete', Aguirre nos descubre una sociológica realidad vasca tan inédita como veraz y reconocible. No se ha escrito una novela sobre Bilbao de esta categoría, con esta honestidad, esta fuerza y esta crudeza sobre una generación que puede ser la de cualquier ciudad española de aquellos años del final del siglo y del desmantelamiento industrial.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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