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El Instituto de Literatura de Eslovenia lleva a cabo una investigación en toda Europa trabajando sobre lo que llaman poetas nacionales y santos culturales, escritores, sobre todo poetas, que han concitado una importante aceptación de su figura, de manera que crean una simbiosis especial con su nación y se mantienen en la memoria colectiva.
Se pueden considerar santos culturales a escritores de gran talla como Dante, Shakespeare o Cervantes. Pero también poetas que en el siglo XIX se empeñaron en las luchas de configuración nacional en el centro de Europa, como Mickiewicz en Polonia, o Preseren en Eslovenia.
Cuando me preguntaron cuál podría ser el santo cultural en la literatura en lengua vasca no dudé en afirmar que José María Iparraguirre resulta una figura que, a pesar de algunos claroscuros en su vida, puede entrar dentro de esa categoría.
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José María Iparraguirre nació el 12 de agosto de 1820 en Urretxu, por lo que estos días se celebra el 200 aniversario de su llegada al mundo. Está siendo una efemérides un tanto oscurecida, no solo por las especiales circunstancias de este año, sino también porque no ha habido en las instituciones, tanto políticas como académicas, una voluntad de celebrar la memoria del llamado Bardo de Urretxu. Una memoria que va ligada a una canción que terminó por convertirse en himno de los vascos, el 'Gernikako Arbola'.
El cantante nació en un contexto político singular. Como Jon Juaristi ha relatado más de una vez, y con maestría al tratar de su familia y de las crisis políticas en Bilbao, la caída del Antiguo Régimen y del absolutismo real sumió en una crisis importantísima a todo el País Vasco y a España. Una de las consecuencias más importantes se reflejó en la lucha entre absolutistas y liberales y en las sucesivas Guerras Carlistas que asolaron el País Vasco. José María Iparraguirre participó en la primera, alistándose con 13 años. En aquel momento residía en Madrid y no era un iletrado, puesto que acudía al Colegio San Isidro que regían los padres jesuitas. Mucho más tarde el protagonista de esta historia reconoció que no lo hizo por razones políticas, aunque es evidente que la tendencia carlista de su familia algo tuvo que ver, sino movido por un profundo amor a su tierra, versión que endulza la posición que mantenía en el marco político, una figura que simbolizaba la defensa de los Fueros. Pero su tendencia ideológica era meridianamente clara, puesto que llegó a formar parte de la Guardia personal de Don Carlos.
En el ámbito literario su obra aparece dispersa y a menudo tiene un tono circunstancial, muy unido a la peripecia vital o poética en la que se crea el poema. El autor no la reunió en vida, por lo que no puede hablarse de una unidad de sentido. Más bien se trata de una colección de textos que han sido recogidos y editados con posterioridad.
Pero si en lo político, José María Iparraguirre vive en unas circunstancias de frontera, en los límites entre Absolutismo y Liberalismo, otro tanto le sucede en lo literario. Como vimos, no se trata de un poeta iletrado. Utiliza, sí, las estrofas populares de los bertsolaris, pero no los improvisa. Es más bien un cantante, un 'chansonnier', que compone sus canciones, actúa en grandes teatros o en los grandes salones de la burguesía, que en lengua vasca utiliza una estrofa popular, pero con música compuesta. Así es un renovador de la música, y un conservador en la utilización de la estrofa. Y no es un improvisador, como sucede en el bertsolarismo; de hecho si existió algún debate literario en su vida fue la respuesta de Xenpelar, este sí conocido bertsolari, que le negaba tal condición. No, no era un bertsolari, sino un cantante que había recibido clases de canto y conocía la ópera.
En sus años dorados sus actuaciones se sucedieron en Francia, Italia y Austria durante sus doce años de exilio. Y entre sus virtudes estaba el canto, pero también su habilidad compositiva. Llegó a dominar cinco idiomas y a ser capaz de expresarse en ellos.
Tampoco es fácil situarlo. Es un poeta letrado que se encuentra en el límite entre la poesía culta y la popular, muy probablemente por influencia del romanticismo. Pero destacó porque fue capaz de crear una canción que simbolizaba una posición política, el fuerismo, que era transversal, compartida por liberales y carlistas. El maestro Koldo Mitxelena escribió que su lírica «supo dar expresión a los anhelos e inquietudes de todo un pueblo, y no es éste pequeño acierto. Bastantes otras composiciones de Iparraguirre [...] se han incorporado también a nuestra literatura oral».
Algunas de sus canciones se tradicionalizaron muy pronto, y han seguido estando presentes en los repertorios de coros, asociaciones musicales, o en las sobremesas de muchas de las familias en el País Vasco. ¿Quién no recuerda textos como 'Hara non dira!', 'Limosnatxo bat', 'Nere amak baleki', 'Kantari euskalduna'? Esa condición hace que Iparraguirre sea considerado muy pronto un poeta popular y popularizado, fervientemente admirado por las masas.
A mediados del siglo XVIII, en 1760 James Macpherson (1736-1796), un poeta escocés, publicó 'Fragments of Ancient Poetry collected in the Highlands of Scotland' (Fragmentos de antigua poesía recogida en las Tierras Altas de Escocia) que, según él, había traducido del gaélico y que atribuyó a un bardo del siglo III, nada menos, al que le puso el nombre de Ossián. En 1765 publicó la obra definitiva: 'The Works of Ossian' (Las obras de Ossian).
Esas publicaciones causaron pronto una gran polémica, puesto que existían incongruencias y anacronismos en los textos de Macpherson. Se dictaminó que el escritor había utilizado baladas originales, pero que las había compuesto para la sensibilidad de su tiempo, y fue acusado de ser un mixtificador. Pero a la vez que se extendía la discusión sobre su originalidad, se agrandaba su fama, de manera que en toda Europa se amplificaba la importancia de Ossian. La obra tuvo influencia en Walter Scott, en Gothe, Herder y, más cerca, en Espronceda, de manera que se desarrolló una gran moda céltica en Europa.
Algunos escritores leyeron la obra. Otros agentes culturales, en cambio, buscaron su propio Ossian, su propio bardo cada uno en su lengua. Los bertsolaris ofrecían una buena imagen para servir como paralelos del bardo gaélico. Pero, sin duda, la figura de Iparraguirre cumplía muchas de las condiciones que se establecían para ser designado bardo: ser un creador tradicional, y unir las aspiraciones del 'pueblo' en sus poemas. En este sentido, la composición del 'Gernikako Arbola' resultaba crucial, porque conectaba con el sentir de una amplia capa de la población en defensa de los Fueros.
Así, José María Iparraguirre fue 'inventado' como bardo por una serie de intelectuales y agente sociales, entre los que se encuentra Becerro de Bengoa, su primer biógrafo y primer autor de un libro sobre el poeta-cantor en 1896. Desde luego, que Iparraguirre era consciente de lo que debía a esas personas. Hay dos momentos en los que el autor es premiado por sus méritos: cuando la colonia vasca en Buenos Aires, impulsada por el diario 'El Correo Español', hace una colecta para pagar el viaje de vuelta del poeta a España, y cuando las Diputaciones vascas aprueban una pensión vitalicia mensual de 1.100 pesetas en 1880. El poeta correspondió con sus composiciones. Si se hace un repaso a sus textos, en ellos pueden encontrarse poemas dedicados a personalidades políticas y culturales de la época con quienes Iparraguirre debía congraciarse: Mateo Moraza, Okendo, Arrese, Herrán, Becerro de Bengoa y Mantele, General Lersundi… Para ellos el compositor del 'Gernikako Arbola' tenía un sentido cultural importantísimo que contrastaba con su vida cotidiana, cercana a la pobreza en sus últimos años, en los que se dedicó a ofrecer sus conciertos de forma itinerante.
A esa condición de bardo habría que añadir el aspecto romántico en su vida idealista, inestable, itinerante, alejada de la tranquilidad burguesa, que tanto llamaba a los que soñaban con mundos de aventura desde el salón de sus casas.
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