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Guillermo Gómez Muñoz
Sábado, 2 de diciembre 2023, 00:12
La lingüista Beatriz Gallardo, en su reciente artículo 'Mi lengua, sus dialectos', planteaba el conflicto recurrente en torno a los glotónimos -nombres que reciben las lenguas-, un palabro que si se colara en nuestras conversaciones diarias sería causa frecuente de atragantamiento.
El término procede de ... dos étimos griegos. Por un lado, la palabra que se refiere a lengua, y con la que el castellano ha construido vocablos como glotis, glosa, glosario o políglota. Por otro, la palabra griega para nombre, que se manifiesta en términos como sinónimo, hiperónimo u onomástica.
Los glotónimos tienden a prender la llama de los debates mediáticos más candentes. Pero como argumenta Gallardo, parte de la problemática radica en la vinculación entre lengua y nación fijada en el siglo XIX. Esa idea se ha grabado a fuego en nuestros cerebros. Para comprobarlo, no hay más que pedir a unos estudiantes de Secundaria que elaboren una presentación sobre diversidad lingüística: el Powerpoint se llenará de banderitas.
Sin embargo, las lenguas saltan fronteras, tanto artificiales como geográficas, y se empeñan en burlarse del patriotismo simplón de las enseñas nacionales. Sus denominaciones -más tradicionales, menos viajeras- insisten en reflejar esos patriotismos, sus conflictos y sus relaciones históricas de poder. Serán asfixiantes estos glotónimos…
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