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IRATXE BERNAL
Sábado, 13 de noviembre 2021, 00:06
«En mi vida ha habido dos accidentes. El del autobús y Diego». No es una de las frases de Frida Kahlo que hoy se plasman en camisetas, tazas o cojines, pero sí la que mejor resume su biografía. Porque, aunque nació en el 6 ... de julio de 1907, ésta bien podía haber empezado en realidad el 18 de septiembre de 1925. Ese día, la maniobra imprudente de un motorista hace que el autobús en el que viaja con su novio sea arrollado por un tranvía. Vuelven de la Escuela Nacional de Preparatoria, donde ella destaca por ser una de las 22 únicas muchachas entre más de un millar de alumnos. Frida, que quiere ser médico, no sabe lo mucho que aquel viaje la iba a acercar a los hospitales.
El golpe la destrozó. Además de fracturarle la clavícula, dos costillas y la pierna derecha, un pasamanos atravesó su abdomen y le rompió la pelvis. Tuvo secuelas de por vida que la obligaron a pasar más de una treintena de veces por el quirófano y le causaron tres abortos. Pero también le propició una imagen de sí misma que acabó gustándole: la de la mujer doliente que siempre se sobrepone al sufrimiento. A cualquier sufrimiento. De hecho, algunos historiadores aseguran que no tuvo ningún reparo en 'adornar' algo las consecuencias del siniestro al retratarse, por ejemplo, con la columna rota cuando en realidad no llego a fracturársela. Tampoco sería cierto que con siete años fuera víctima de la polio, lo que, según ella, le dejó una leve cojera que hoy algunos biógrafos creen en realidad un trastorno asociado a una posible espina bífida o quizá una escoliosis. Con exageración o sin ella, es ahí cuando nace la pintora. Nueve meses de cama y el espejo que pidió a su madre que sujetaran al dosel crean a la retratista empeñada en mostrar su dolor.
Apenas recuperada del siniestro se precipita hacia el segundo accidente. El peor de los dos, según ella. Tras la convalecencia recobra su vida social y vuelve a reunirse con los universitarios decepcionados por los escasos cambios sociales que ha traído la revolución que en 1911 había acabado con los casi treinta años de dictadura de Porfirio Díaz. Es una habitual de los círculos de intelectuales de izquierdas y acaba afiliándose al Partido Comunista, del que también es miembro el más importante pintor mexicano, Diego Rivera.
Ella ya se había fijado en él en 1922, cuando Rivera pintaba un mural en el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria. Y aunque el pintor no reparó en aquella muchachita que lo alababa insistentemente, sí lo hizo su entonces mujer, que la echó de allí sabedora de que para él no había tentación lo suficientemente «flacucha». Se casaron en 1929. Ella con 22 años y él con 43 y un historial donjuanesco que no gusta nada a la familia de la joven novia, que, resignada asiste a un banquete ofrecido por la anterior esposa en casa de una antigua amante. Rivera siempre tendrá a más de una mujer orbitando a su alrededor y Frida lo sabe. Lo sabe tan bien que solo un año después, cuando el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedica una exposición individual y éste además acepta el patrocinio de los Rockefeller, asegura que el supuesto «talento sobrenatural» que él atribuye a algunas de sus jóvenes asistentes norteamericanas «está en relación directa con la temperatura de sus bajos».
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La aventura americana, en la que ella no logró pasar de ser la folclórica esposa del genio y solo vendió cuatro cuadros a Edward G. Robinson, finaliza cuando los mecenas descubren en los murales del Rockefeller Center los rostros de Lenin, Marx, Engels y Trotsky. En 1934 el matrimonio regresa a México y se instala en dos casas con sus respectivos estudios que unen por un puente a la altura de la azotea, que solo se abre desde el domicilio de ella. En teoría, Frida consiente que él tenga sus aventuras. «Quizá esperen oír de mí lamentos de lo mucho que se sufre viviendo con un hombre como Diego. Pero yo no creo que las márgenes de un río sufran por dejarlo correr», asegura antes de saber que la nueva amante de Rivera es su hermana Cristina.
Abandona de inmediato el estudio y al pintor y regresa al domicilio familiar, la casa azul, que en realidad pertenece a Rivera, que se ha hecho cargo de las deudas del suegro. Será una separación de solo unos meses porque como ella misma escribe, lo quiere «más que a la propia piel». Eso sí, asume desde ese momento que también ella es libre de acostarse con quien quiera. En 1936, el muralista, que ha roto con la línea oficial del Partido Comunista, tira de influencias para lograr que México ofrezca asilo a León Trotsky. En enero del año siguiente, el héroe de la Revolución de Octubre, como le ven tanto Rivera como Kahlo, llega la casa azul, «otro planeta», como recordaría Natalia Sedova, la mujer del político. Poco después surge el romance entre Kahlo y el intelectual, casi treinta años mayor que ella. Durante seis meses se ven a escondidas en casa de Cristina, hasta que Sedova se entera y obliga a Trotsky a mudarse y zanjar el asunto. También lo sabe Rivera, quien el Día de los Muertos regala al refugiado una calavera con el nombre de Stalin pintado en la frente.
No se sabe si por el 'affaire' o por verdadera convicción política, Rivera y Kahlo se fueron alejando de Trotsky para acercarse públicamente a posturas más estalinistas. Así que, cuando el 20 de agosto de 1940 Ramón Mercader mata al dirigente soviético, Kahlo es detenida inmediatamente. No solo porque se sabe que estuvo liada con Trotsky y el despecho siempre es un buen móvil, sino porque además conoce a Mercader. Pasa una única noche en comisaría y al ser liberada marcha a San Francisco, donde reside Rivera del que se ha divorciado nueve meses antes, en noviembre de 1939.
Frida no logra triunfar en Estados Unidos ni adaptarse al estilo de vida americano y se da a la bebida. En diciembre de 1940 se vuelven a casar, esta vez con tal permisibilidad para acostarse con terceros que ejerce más de secretaria que de esposa. Así, a él se le atribuyen romances con las pintoras Irene Bohus y Rina Lazo y la actriz Paulette Goddard y a ella, con el fotógrafo Nickolas Muray, el escultor Isamu Noguchi, el pintor Josep Bartoli, la pintora Jacqueline Lamba y, quizá también, con la cantante Chavela Vargas, la pintora Georgia O'Keeffe, la vedette Josephine Baker y la actriz Dolores del Río. En medio queda María Félix, probable vértice de un curioso triángulo que casi pone final al matrimonio. Rivera quiso casarse con ella y, ante la negativa de la estrella, Kahlo le envió una carta pidiéndole que aceptara.
Sin embargo, en los últimos años, cuando las molestias físicas cobraron mayor intensidad e incluso sufrió la amputación de la pierna derecha, Frida no pudo ocultar la frustración que le generaba su relación con Rivera. «No me aterra el dolor y lo sabes, es casi una condición inmanente a mi ser, aunque sí te confieso que sufrí, y mucho, la vez, todas las veces, que me pusiste el cuerno, no solo con mi hermana sino con otras tantas mujeres. ¿Cómo cayeron en tus enredos? Tú piensas que me encabroné por lo de Cristina, pero hoy he de confesarte que no fue por ella, fue por ti y por mí, primero porque nunca he podido entender, ¿qué buscabas?, ¿qué buscas?, ¿qué te dan y que te dieron ellas que yo no te di? Porque no nos hagamos pendejos, Diego, yo todo lo humanamente posible te lo di y lo sabemos, ahora bien, cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo, hijo de la chingada», le escribió ya al final de sus días, cuando él ya se veía con la que sería su última esposa, la comerciante Emma Hurtado. «Demasiado tarde me daba cuenta de que la parte más maravillosa de mi vida había sido mi amor por Frida, aunque realmente no podría decir que, si me fuera dada otra oportunidad, me comportaría con ella de manera diferente. Cada hombre es producto de la atmósfera social en la que crece y yo soy quien soy. No tuve nunca moral alguna y viví solo para el placer, doquiera que lo encontrara. (...) Si amaba a una mujer, mientras más la amaba, más deseaba lastimarla. Frida solo fue la víctima más obvia de esta desagradable característica de mi personalidad», reconoció él años después en una entrevista.
Frida Kahlo murió el 13 de julio de 1954 en la casa azul. Oficialmente la causa fue una embolia pulmonar, aunque a falta de autopsia no falta quien cree que en realidad se suicidó con una sobredosis de fármacos. «Espero alegre la salida y espero no volver jamás» son las últimas palabras atadas en su diario. Tampoco las leerán ustedes en camisetas, tazas o cojines.
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