Cuando David Bowie vio su estrella negra
'Blackstar' ·
Publicó este disco dos días antes de su muerte, sin que el mundo supiese de su enfermedad: era su «regalo de despedida»'Blackstar' ·
Publicó este disco dos días antes de su muerte, sin que el mundo supiese de su enfermedad: era su «regalo de despedida»A posteriori todo se vuelve tan fácil... Los fans y los críticos escudriñan las letras y los videoclips de 'Blackstar' y se topan por todas partes con claves que parecen aludir a la mortalidad y la trascendencia, un completo código de alusiones con el que ... David Bowie dejaba entrever todo aquello que evitaba decir de manera directa. Y, al fin y al cabo, ¿a quién le pegaba más que a él orquestar artísticamente su propia muerte, como si fuese la definitiva y más espectacular de sus sucesivas metamorfosis? Pero aquel 8 de enero de 2016, el día que Bowie cumplía 69 años y editó el que había de ser su último álbum de estudio, nadie fue consciente de esa supuesta evidencia. Durante un par de días, 'Blackstar' fue simplemente un disco estupendo con el que el músico británico, a aquellas alturas y en contra de la implacable lógica del pop, había logrado reinventarse y sonar estimulante de nuevo.
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El mundo de la música, de hecho, estaba celebrándolo cuando llegó el mazazo, tan inesperado en aquellas circunstancias que las primeras reacciones fueron de incomprensión y desconcierto: el 10 de enero, David Bowie falleció a consecuencia de un cáncer de hígado que le habían diagnosticado año y medio antes y del que solo tenían noticia contadas personas de su entorno. Fue entonces cuando 'Blackstar' se desveló como otra cosa: se trataba de una audaz maniobra creativa, una coreografía casi increíble entre el arte y la muerte, un tesoro que lograba aunar vitalidad y despedida. El mejor mago de la música popular se había superado a sí mismo con su último truco. Le tocó a Tony Visconti, su colaborador de largo recorrido y coproductor del disco, condensar aquella sensación en unas pocas frases: «Siempre hacía lo que quería. Y quería hacerlo de esta manera, quería hacerlo de la mejor manera. Su muerte no ha sido diferente de su vida, una obra de arte. Hizo 'Blackstar' para nosotros, su regalo de despedida», escribió.
Y entonces, al examinar el álbum con aquella nueva mirada, empezaron a manifestarse las claves, empezando por esa canción y ese musical que se titulaban, sin mucho disimulo, 'Lazarus', como Lázaro de Betania, el muerto que en el Evangelio se levantaba y andaba. Estaban las letras («mira aquí arriba, estoy en el cielo, / tengo cicatrices que no se pueden ver», por citar un par de versos entre muchos), estaban los vídeos (ese Bowie sufriente con los ojos vendados que se retiraba a un armario-ataúd), estaban los múltiples significados de la expresión 'estrella negra' (con acepciones que van de la astronomía a la oncología, pasando por la obvia literalidad de una potente luz que ya no brilla), estaba el diseño de la carpeta (la primera de toda su carrera en la que no aparecía su cara, aunque sí su apellido insinuado con pedazos de estrella), incluso estaba ese antecedente de una canción poco conocida de Elvis Presley: «Cuando un hombre ve su estrella negra, sabe que ha llegado su hora». Algunos estudiosos se obsesionaron y siguieron profundizando hasta bucear en lo esotérico, como si Bowie, en lugar de un disco, nos hubiese legado un espeso texto cabalístico.
Pero, si estamos hablando de 'Blackstar' como ejemplo ineludible de canto del cisne en el rock, es precisamente porque se trata de un disco, un muy buen disco que se refuerza con toda esa carga conceptual y emocional, pero que también se sostendría perfectamente sin ella. No era fácil poner un broche brillante a una carrera como la de Bowie, con deslumbrantes momentos de genialidad pero también con sus horas bajas, y el prodigioso camaleón -el hombre que se describió a sí mismo como «coleccionista de personalidades»- lo consiguió reclutando a músicos de jazz más jóvenes y lanzándose con ellos a explorar nuevos senderos.
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Sin ese nervio y esa inquietud, su testamento no habría sido digno de Bowie ni, seguramente, habría conseguido ese tono que describió tan certeramente Nicholas Pegg, uno de los mayores expertos en la obra y la vida del músico británico: «Incluso en sus momentos más solemnes y serios, 'Blackstar' es un álbum poseído de un nuevo tipo de serenidad, no solo en sus letras sino en sus melodías, dolorosamente hermosas, y en sus armonías encantadoras y laberínticas. Las canciones son exquisitas. La banda las toca con tal emoción, y Bowie canta con un sentimiento tan profundo, que las sensaciones dominantes no son de miedo y desesperación, sino de trascendencia, de triunfo y, algo crucial, de resplandeciente buen humor».
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