Más allá de Machu Picchu
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El Museo Británico explora las culturas andinas que, desde hace 3.000 años, prosperaron en uno de los entornos más diversos y retadores del planetaExposición ·
El Museo Británico explora las culturas andinas que, desde hace 3.000 años, prosperaron en uno de los entornos más diversos y retadores del planetaluisa idoate
Sábado, 20 de noviembre 2021, 00:13
Chavín, paracas, nazca, chimú, mochica, wari, inca. Son las culturas que el Museo Británico recorre en 'Perú, un viaje en el tiempo', para conmemorar el bicentenario de la independencia del país y explorar sus raíces más allá de Machu Picchu. Hasta el 20 de febrero, ... analiza cómo numerosas civilizaciones andinas florecieron y brillaron en paisajes extremos, adversos y diversos. Para ellas, la tierra era un ser vivo con quien se fundían en un entramado de símbolos, mitos, religiones y creencias; y el tiempo, un todo continuo que les permitía rectificar el ayer desde el mañana. Ambos vertebran la exposición, que abarca desde 1200 adC hasta el hundimiento del imperio inca conquistado por Francisco Pizarro en 1532. La ilustran 123 piezas, algunas no exhibidas hasta hoy: 80 son del Británico y 43, de Perú. Hay importantes joyas de oro como las narigueras del ajuar funerario de la Señora de Cao, de El Brujo; y los pendientes de Kuntur Wasi, de Cajamarca. Cerámicas, textiles, ornamentos, objetos ceremoniales, amuletos. Maquetas que muestran su extraordinaria arquitectura y tapices tan exactos y detallados que parecen hechos por ordenador.
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La costa, la sierra y la selva. Son los mundos que conviven en Perú, con paisajes, climas, costumbres, lenguas, pueblos y fisonomías diferentes. Los delimitan los Andes, donde confluyen las rutas que los unen. En ese nudo estratégico, a 3.000 metros de altura, los chavín (1200-200 adC) levantaron un centro religioso que documenta sus creencias. Presidían Chavín de Huántar los templos Viejo y Nuevo, separados por una plaza hundida de paredes labradas con cabezas clavas: esculturas de seres míticos empotradas en el muro. Unos las creen protecciones contra los malos espíritus y otros, trofeos de guerra. Hay quien ve en ellas a sacerdotes en trance durante los rituales. Los potenciaban con sonidos que imitaban el rugido del jaguar; y consumían en ellos alucinógenos como el cactus San Pedro.
El hallazgo de la tumba del Señor de Sipán, en 1987, reivindica a los mochica (100-700) como una de las grandes culturas americanas. Aunque destacaban como ingenieros construyendo canales de riego y presas en los territorios que ocupaban, su fuerte fue la cerámica. Representaban personas, animales y divinidades, y momentos cotidianos y ceremoniales. Eran pequeñas esculturas. Hay constancia de que las hacían con moldes, lo que explica la gran cantidad de piezas. Son un documento excepcional, al relatar su vida, costumbres y leyes, y compensar la carencia de escritos. Fueron precursores de la fabricación en serie. Replicaban miles de utensilios domésticos poco decorados y pequeñas piezas de adobe para sus construcciones. Las más famosas son las Huacas del Sol y la Luna, cerca de Trujillo, su capital, rematadas con pinturas y conservadas hasta hoy.
Lluvia de arena. Es el significado de su nombre en quechua. Los paracas (700 adC-200 ddC) lo toman de la península donde se asientan, en la costa sur de Perú, azotada por huracanes que la cubren de polvo blanquecino. Un paraje desértico en el que fundaron un cementerio, a juzgar por los muchos restos funerarios rescatados. Los enterramientos con forma de botellón en el suelo de su primera época, la Cavernas (700-200 adC), delatan la influencia de sus contemporáneos, los chavín. En una segunda, la Necrópolis (200 adC-200 ddC), formaron cementerios con las sepulturas; aunque algunos consideran este periodo como otra cultura diferente, la topará. Pocos pueden competir con sus telas. Eran de algodón y lana de camélidos, y con nueve colores base de cuya mezcla obtenían 190 tonos. A lo que añadían sofisticados bordados, a veces con hilos de oro y plata y pelo animal y humano. Su vestigio más conocido es El Candelabro, un geoglifo excavado en la roca que ha dado pábulo a todo tipo de interpretaciones no demostradas. Muchos lo atribuyen a los nazca.
Suceden a los paracas en los áridos valles costeros de Ica. Los nazca (200-700) desarrollan la cerámica de mayor calidad del Perú preincaico. Aumentan su permanencia aplicando brillantes tonos pastel antes de la cocción. También la consiguen sus momias, halladas en perfecto estado; y las cabezas que cortaban a sus enemigos y procesaban con una depurada técnica para exhibirlas como signo de poder. Las líneas de Nazca les catapultaron a la fama. Están dibujadas en el suelo y ocupan 500 kilómetros cuadrados. Las descubrió en 1926 Toribio Mejía. Se hicieron removiendo la capa superior de piedras oscuras quemadas por el sol, y dejando asomar la inferior clara y amarillenta. Los trazos más gruesos y profundos ahondan 30 centímetros. La tecnología de la época lo permitía. Hay muchas conjeturas sobre ellas y ninguna certeza. Para la matemática alemana María Reiche (1903-1998), que dedicó la vida a su estudio, pudieron ser un observatorio astronómico. Otros apuntan a un centro de ofrendas y súplicas a los dioses, y a representaciones de estrellas, solsticios y equinoccios. Se ven parcialmente desde las colinas próximas, pero en todo su esplendor solo desde el cielo. No sabemos para qué las hicieron.
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Los primeros urbanistas del mundo andino son los wari (600-1100). Crean la ciudad estructurada como centro administrativo, político, religioso y militar; la urbe moderna con la que cubren la costa peruana. Fundan un estado centralista cerca de Ayacucho, y organizan un sistema de supervivencia y desarrollo en condiciones adversas. Potencian la agricultura intensiva y el comercio artesanal. Crean una sociedad urbana, con nuevas formas de producción y relaciones económicas, que les permite una rápida expansión y una eficaz gestión de los territorios ocupados. Son el núcleo de un planificado sistema de enclaves provinciales, que extienden a conveniencia anexionando las conquistas. Crecen y exportan su modelo allá donde llegan. Absorben los territorios de modo pacífico, con alianzas y pactos rentables, y reubican a la población a zonas sin desarrollar para evitar rebeliones.
Chan Chan fue la obra maestra de los chimú (1100-1470). La ciudad de barro más grande de América y el corazón de su reino. Significa 'gran sol' en lengua qingman. Con más de 20 kilómetros cuadrados, cobijó a 35.000 personas. No se parece a ninguna otra de ciudad de América. Tuvo nueve casas o 'an', bien diferenciadas y rodeadas de muros decorados: del rey, del norte, la pequeña, la del mar… Revelan la estratificación social: sirvientes, campesinos y artesanos, clase media, propietarios, burócratas y nobles, y el rey dios. Había una zona pública para las audiencias y celebraciones, con forma de U y bancadas para sentarse; otra de almacenaje, incluido el enterramiento del gobernante; y la doméstica, para cocinas y alojamientos. Se abastecía de agua con un sofisticado entramado de canales. Los chimú eran además maestros de la cerámica y los textiles, y dominaban la metalurgia. Trabajaban el cobre, el estaño, la plata y el oro: aleaciones, enchapado, cera perdida, perlado, repujado… Los atacan y doblegan en 1470 los incas, y destruyen la ciudad.
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