Pintaba con los dedos, con el mismo tubo de óleo o con la punta de la madera del pincel, prefigurando una manera de hacer en libertad que llega por lo menos hasta Miquel Barceló. No pedía a sus modelos que se mantuvieran quietos. Les dejaba ... que se movieran, que hablaran, que comieran. Solo así podía conocerlos, retratarlos, dotar de vida a sus burgueses, científicos e incluso a una princesa del imperio austrohúngaro, Matilda Lichnowsky.
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Así fue Oskar Kokoschka, el «artista más salvaje» según los críticos de su ciudad, Viena, el que se rapaba la cabeza. El pintor apadrinado por Gustave Klimt, del que se distanció pronto. La verdad es que esos años –la década de los diez del pasado siglo– fueron salvajes en todos los sentidos. Hubo infinidad de artistas con voluntad rupturista y en 1914 llegó la Gran Guerra, con millones de muertos y un shock 'general' que afectó al pintor, enrolado en la contienda, de lo que después se arrepintió.
Como ilustra la exposición del Guggenheim 'Oskar Kokoschka. Un rebelde de Viena', el pintor siguió su recorrido vital en Dresde después del conflicto mundial, primero en un psiquiátrico y enseguida como profesor en la Academia de Bellas Artes. Luego viajó por Europa, el norte de África y Oriente Próximo, siempre con el apoyo económico del galerista Paul Cassirer.
Con el suicidio de Cassirer en 1926 y la crisis económica de 1929, empezó a sufrir serios problemas para costearse los materiales y para sobrevivir. Se refugió en Praga. La ciudad le gustaba. Pero en 1938 huyó de ella por el acoso nazi. Se exilió en Inglaterra hasta 1946. A partir de ese año se estableció en Suiza.
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Enrique Portocarrero
La exposición convierte estos pasos en capítulos con sus espacios correspondientes. Comisariada por Dieter Buchhart y Anna Karina Hofbauer, organizada por el Guggenheim y el Musée de'Art Moderne de París, y con el patrocinio de la Fundación BBVA, reúne unas noventa obras, cuadros en diversos formatos y de épocas distintas, diferenciadas en cuanto al estilo, además de dibujos y de sus siempre espectaculares acuarelas y gouaches, como su célebre 'Salvad a los niños de Guernica'. La realizó a raíz del bombardeo de la localidad foral y está en la muestra y en la colección del Bellas Artes bilbaíno.
Esta pieza casa con las intenciones de la exposición de realzar el lado político – «activista», según la palabra que utiliza el Guggenheim– de Kokoschka. Nada más claro en su caso, si bien comprometerse en los turbulentos años diez y veinte fue muy común. Incluso algunos como los futuristas italianos lo hicieron con el fascismo.
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Pero la exposición rebasa este marco y gracias a ella el visitante tendrá acceso al artista completo, al retratista de humanos y animales (su famoso 'Tigón' de 1926), así como a sus paisajes. Alguno recuerda a otro expresionista, Vasili Kandinski, de quien el museo ha expuesto en varios ocasiones esos cielos azules oscuros que unen a ambos.
El director del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte, trazó el recorrido de Kokoschka junto a Silvia Churruca, de la Fundación BBVA. La comisaria Anna Karina Hofbauer se fijó en uno de los cuadros estrella, 'Anschluss. Alicia en el País de las Maravillas', obra de la serie alegórica pintada en Londres. El lienzo representa la anexión de Austria por parte de los nazis, «con Viena ardiendo y sin que nadie haga nada», relató la experta.
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Dieter Buchhart explicó por qué hay tantos autorretratos en la muestra. «Desde la Primera Guerra Mundial, se cuestionaba a sí mismo de continuo y la pintura era su medio para hacerlo».
En otro de los lienzos más destacados se pinta como un 'artista degenerado', etiqueta nazi que significaba la pena de muerte si no se huía antes. Se la aplica con un doble sentido, por ser parte de los expresionistas, a los que el régimen de Hitler persiguió con especial saña, y por haber tomado las armas en la guerra del 14. Esa participación supuso para él, después un pacificista militante, una degeneración.
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