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Joaquín Achúcarro, micrófono en mano, saluda al público y defiende «una vida con música». Jordi Alemany

Achúcarro reivindica «una vida con música»

Arriba el telón. El recital del pianista bilbaíno emociona a los 305 afortunados que este miércoles pudieron asistir a la reapertura del Teatro Arriaga

Miércoles, 17 de junio 2020

No había este miércoles largas colas delante del Teatro Arriaga pero sí mucha emoción. Como si fuera la primera vez que el público entraba en el coliseo del Arenal. «Todo esto, las mascarillas y el gel, las distancias y el miedo... parecen algo irreal. ¡ ... Pero hay que seguir adelante!», enfatizaba Izaskun Gallaga, junto a su joven amiga Alla Ovchinnikova, bilbaína de adopción y moscovita de origen. Ambas llevaban las entradas para el recital de Joaquín Achúcarro como un talismán. Les brillaban los ojos mientras se acercaban a la puerta principal. Era una nueva experiencia. Para ellas, y para todo el mundo.

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La reapertura del Arriaga tras el cierre forzoso por la pandemia marca el camino. El espectáculo debe continuar, como la vida misma. «La pena es que seremos pocos por la restricción de aforo. Pero, bueno, hay que disfrutar de lo que se pueda. Escuchar a Achúcarro siempre es un placer. Te ayuda a cargar las pilas», coincidían Amaia y Enrique, recién llegados de Gernika. Estaban exultantes. Tienen 64 y 83 años respectivamente. Son habituales del coliseo bilbaíno y no hay coronavirus que les pare.

El recital de Achúcarro colgó este miércoles el cartel de 'no hay billetes' como siempre. Hay cosas que no cambian. «Yo creo que de aquí a un año estaremos mucho mejor. Seamos pacientes, no queda otra. ¡Y a cuidarse, que hay mucho descerebrado por ahí», advertía Marideli, antes de frotarse las manos con el gel que se ofrecía en la entrada del Arriaga. Su nieto de 21 años, Iñigo, también se las desinfectó a conciencia. Había melómanos de todas las edades.

No se apagaron las luces

Una vez dentro del teatro, todo fluía con rapidez. Las flechas y carteles señalaban con claridad los itinerarios. La gente iba directa a su butaca. A cinco minutos que empezara el recital, ya habían ocupado todos su sitio. Había personas solas, parejas, grupos de tres personas y hasta de cuatro como máximo. Siempre con dos butacas vacías que garantizaban la distancia de seguridad de 1,5 metros. Se respiraba higiene y asepsia. Las mascarillas ponían la nota de color. Blancas, azules, negras, rojas, a rayas...

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El pianista bilbaíno, de 87 años, antes de abordar la primera pieza.. j. a

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Un panorama llamativo -más todavía porque no se apagaron las luces- que impactaba de buenas a primeras. Para no perder el aplomo, conviene llegar preparado. Y Achúcarro lo estaba de sobra. Salió con mascarilla y paso ligero. Se la quitó con presteza en mitad de los aplausos y agarró el micrófono. No para cantar sino para lanzar un mensaje: «Ahora volvemos a vivir... Pero lo más importante de todo es que vamos a plantar cara al coronavirus. ¡Queremos vivir con la música!». Los vítores no llegaron a ser atronadores porque 305 personas no pueden armar mucha bulla. Pero no hacía falta. Este miércoles no se celebraba la gloria de un artista sino la normalidad. El placer de sentarse en una butaca del Arriaga y escuchar a Achúcarro. Pocos artistas más queridos en Bilbao.

Inclinado sobre el soberbio Steinway, que resplandecía en mitad del escenario, se le veía en su elemento. Rompió el silencio con las primeras notas de una joya. La adaptación para piano del pasaje coral 'Jesús, alegría de los hombres', de la cantata 147 de Bach. Poco más de cuatro minutos que se le deben a la pianista judía Myra Hess. Una mujer que organizaba conciertos en Londres para levantar la moral en plena Segunda Guerra Mundial. La pieza estrella de Myra Hess era precisamente el arreglo para piano de 'Jesús, alegría de los hombres'. Este miércoles, Achúcarro le hizo justicia. El público se dejó llevar por el tempo sinuoso, que parecía dibujar espirales en el aire.

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No se oyó ni una sola tos

Nadie se bajó de la nube durante la hora que duró el recital. No se oyeron toses, ni móviles, ni ruidos de caramelos desenvolviéndose. A falta de programas de mano, el propio Achúcarro presentaba las piezas. La sonata nº 30 de Beethoven le sirvió para rendir homenaje al titán de Bonn, «un portento que apabulla, tan lleno de fuerza y de imaginación...». Luego siguieron Intermezzo op.119 n° 3 de Brahms; 'Liebestraum' n° 3 y 'Valse Oubliée' n° 1 de Liszt. Composiciones todas ellas plenas de vida.

Lo mismo puede decirse de la tercera obra de Liszt con la que oficialmente terminaba el recital. Cada acorde y cada silencio de 'Funerales' parecían un homenaje a las víctimas del Covid-19. El último acorde sonó como un suspiro. Llovieron los aplausos. Calaron en un Achúcarro infatigable que no dudó en brindar dos bises de Chopin: el Nocturno op. 15 nº 1 y el Preludio nº 16. Un colofón cargado de energía. Todo el mundo le despidió en pie.

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