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Al final se vendieron todas las entradas (305 a sólo 15 euros) disponibles el miércoles para el reinicio de la actividad artística en el Teatro Arriaga con el recital del maestro Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932), quien antes de empezar aseguró que semejante acto no era ... un concierto normal sino una manera de luchar contra el coronavirus y de disfrutar de la música. Y con tal actitud estuvo en escena, con el Arriaga iluminado todo el rato, durante 67 minutos y 8 piezas, dos de ellas fuera de programa, sendos bises de Chopin: el primero un Nocturno a modo de marasmo delicado y romántico, y el segundo el Preludio nº 16 en plan demostración de digitación rusófila y algo tormentosa que puso al público en pie.
Al acabar esta última pieza, el rostro de Achúcarro volvió a refulgir demostrando nobleza de espíritu y sus ojos claros revelaron una curiosidad juvenil inusual en una persona de 87 años. Es que el pianista vecino de Leioa (cuando no está viviendo en Dallas, donde imparte clases en la universidad) es un fuera de serie de categoría mundial y el miércoles ofició haciendo gala de su faceta de profesor, o sea explicando la mayoría de las selecciones. Salió a escena protegido con una máscara, se la quitó mientras sonaba la ovación de bienvenida, hizo una reverencia, cogió el micrófono, dijo lo de que no estábamos ante un concierto normal, y abrió con un tema habitual de su repertorio que le sirvió para desentumecer las articulaciones, el 'Jesús alegría de los hombres', de Bach.
Se nos proponía un repertorio apto para el gran público y el núcleo principal lo conformó la Sonata 30 de Beethoven, la cual debería haberse reproducido en el Arriaga el 31 de mayo con la Sinfónica de Bilbao y el mismo Achúcarro celebrando el 250 aniversario del nacimiento del mito alemán, pero ese evento se suspendió (o pospuso) por la pandemia. Antes de ella el maestro bilbaíno describió con pasión sincera lo que iba a tocar («es difícil no sentirse apabullado por esta sonata», sostuvo), la comparó con Haydn y Brahms, dijo que según cierto especialista su segundo tiempo era como «Beethoven abriéndose paso a puñetazos en una tormenta de nieve», que el tercero presagiaba a Chopin, que el quinto era contemplativo… Y, siempre sin usar partituras, con la música dentro de su cabeza, el maestro Achúcarro procedió y se sucedió ora suave, ora brioso, ora introspectivo… («esta sonata la suele tocar James Rhodes», aportó Óscar Esteban).
Fue un encuentro creciente y las mayores emociones se vivieron en la segunda parte del programa. El intermezzo 'Gracioso y jocoso' de Brahms certificó las buenas facultades del benemérito ejecutante, el Sueño de Amor de Liszt fue recogido y romántico y marcó el cénit de la cita (sonrió sincero al recibir el premio de la ovación; «esta la toca también Richard Clayderman», se sonrió Óscar Esteban desde la segunda fila, pero del lado del piano, un error en la compra impropio de un melómano con su experiencia), y al Primer Vals Olvidado también de Liszt lo calificó como maduro, sabio y delicado y lo interpretó con relieve y hondura. Otra breve lección oral antecedió al Funeral de Liszt, del que desentrañó que estaba inspirado por la muerte de su amigo Chopin («me imagino el cortejo entrando en la iglesia, hay partes que recuerdan a La Polonesa Heroica, momentos realmente desesperados»), y cuando parecía que todo se iba esfumando nos regaló los dos citados y vivaces bises de Chopin.
Mientras evacuábamos con pausa, orden y distancia social el Arriaga, oímos un par de frases en boca de espectadores anónimos y satisfechos: un caballero juzgó que había sido un lujo, y una dama calificó el concierto de fantástico. Sí, sobre todo la segunda parte.
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