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Defendía Salvador Robles Miras (Águilas, Murcia, 1956) que cuando alguien cercano se va es muy duro aceptar que la vida sigue a pesar de su ausencia, que el mundo gira aunque esa persona ya no forme parte de él. Pero después de esta desgarradora reflexión surgía siempre el Salva optimista, el que llenaba los huecos vacíos con una generosidad desbordante, el que se regalaba sin esperar nada a cambio con una calma envidiable. Y entonces añadía a aquella reflexión que en el mundo hay dos tipos de seres humanos: los que con sus actos tratan de retrasarlo o los que le dan cuerda para que funcione mejor. Él, sin duda, era de estos últimos. Salva, que con su fallecimiento a los 68 años nos ha dejado huérfanos de su voz cálida y de su prosa lúcida y lírica, daba la cuerda al mundo todos los días con una empatía humilde y contagiosa.
Escritor, pedagogo y periodista, nuestro compañero en EL CORREO durante cuatro décadas era un hombre del Renacimiento en pleno siglo XXI. Culto y un apasionado de la literatura, el cine y la música, estiraba los días más allá de las 24 horas para que le diera tiempo a cultivar sus infinitas inquietudes intelectuales. Amaba los libros –se sumergía entre sus páginas y encontraba en ellos la concentración que necesitaba para dar rienda suelta a su filosofía de vida–. Las películas –las desmenuzaba una y otra vez hasta encontrar ese mensaje oculto que nadie veía–. Y los discos –siempre que la melodía acompañara a una letra que invitara al pensamiento–. También le apasionaba hablar de fútbol, por algo había sido entrenador. Pero, por encima de todo, adoraba escribir. No hubo ni un solo día que no lo hiciera. Ensayos, microrrelatos, cuentos, novelas... Ahí volcaba sus recuerdos, su sufrimiento y sus anhelos.
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Oskar Belategui
Salvador Robles publicó nada menos que 42 obras, en diferentes formatos y con temáticas muy diversas, lo que le convierte en una de las grandes referencias del panorama literario vizcaíno –residió en Bilbao desde los diez años– y con una importante penetración en los mercados de Murcia, su tierra natal, Madrid y Barcelona. Su cabeza y su corazón bullían sin descanso y la escritura fue el canal que eligió para tratar de expandir lo que llevaba dentro.
El amor como concepto universal envuelve prácticamente todos sus textos literarios, siempre ligado de alguna manera con el perdón, el arrepentimiento y la redención. Salva creía ciegamente en las segundas oportunidades si la absolución de uno mismo era sincera. Su fe en el género humano era absoluta aunque en muchas ocasiones conlleve frustraciones y decepciones.
Ese amor platónico por la vida le llevó a abrazar el pacifismo y a colocarse detrás de una pancarta en El Arenal bilbaíno cada vez que ETA cometía un asesinato o un secuestro, cuando lo habitual era desentenderse o mirar hacia otro lado. Su imprescindible trilogía 'Contra el cielo', 'Paga o muere' y 'Despìadados' resume los años en activo de la banda terrorista y la normalización de la violencia en el País Vasco. Constituye, además, un tratado impagable sobre la ética.
Leer a Salva es siempre enriquecedor, pero quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo un poco más nunca olvidaremos las interminables conversaciones con él compartiendo un café y su capacidad para escuchar. Allá donde esté me lo imagino cargado de libros para regalar o mirando la cartelera para comprobar los estrenos. Y escribiendo para dar cuerda al mundo.
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