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Salva Robles (Águilas, Murcia, 1956) dedica 'Doble oscuridad' (ed. Pluma de sueños) a su padre, Manuel Robles, «quien sufrió durante la pandemia los excesos (y se rebeló contra ellos) de los protocolos impuestos por las autoridades sanitarias en las residencias de ancianos». Excompañero de la ... redacción de EL CORREO felizmente jubilado, este periodista y pedagogo nos obliga a recordar los terribles días del confinamiento y la catástrofe humanitaria que tuvo lugar en los centros de mayores, a través de la historia de dos amigos, exprofesor y experiodista, que plantan cara a la inhumanidad con las armas de la decencia y la integridad.
–¿Qué le pasó a su padre?
–Mi padre, diabético en grado máximo, vivía en una residencia de Águilas en la que impusieron unos protocolos por los que estuvo 412 días sin poder salir a la calle. Si un empleado contraía el covid, de inmediato los residentes eran encerrados quince días en sus habitaciones. Mi padre necesitaba andar para que la glucosa no se le disparase. Sufrió esos encierros durante año y pico, no le dejaban ni salir al pasillo. Se declaró en huelga de hambre y me llamaba llorando. En una ocasión hasta tuvimos que llamar a la Guardia Civil.
–Con todo, su padre sobrevivió a la pandemia.
–Murió hace dos años. El coronavirus le dejó muy tocado. Una úlcera en la pierna al no poder caminar le complicó sus últimos años. Mi padre superó de joven la tuberculosis y dejó incompleto un libro de memorias, 'Galería de reposo', que yo terminé. Pasó cinco años en un sanatorio, le dieron la extrema unción a los treinta. Hizo de todo: pastor, mecánico naval, guardia civil, delineante, tuvo una inmobiliaria en Bilbao... Le dieron la incapacidad con poco más de 50 años por la tuberculosis y la diabetes. Volvió a Águilas pensando que se iba a morir pronto. Increíblemente llegó a los 93 años.
–'Doble oscuridad' nos retrotrae a unos días que nos queremos recordar, dos meses en los que la gente mayor fue abandonada a sus suerte en las residencias porque entendimos que eran prescindibles.
–Tengo testimonios terribles de médicos, enfermeras, empleados de residencias, familiares... Ancianos enfermos que desfilaban por los hospitales y eran rechazados, residencias de Madrid con cadáveres en las camas durante varios días, conviviendo con internos vivos en la misma habitación... Algunos de ellos aporreaban en las puertas antes de morir porque se asfixiaban.
–No ha habido una reacción social, judicial ni política a esa ignominia.
–La gente se ha mostrado indiferente. Ha habido denuncias y algún alto cargo de la Consejería de Sanidad de Madrid ha tenido que declarar ante el juez. Pero si pasa en Suecia o Dinamarca, los responsables políticos de esta tropelía no vuelven a gobernar ni una aldea. A los ancianos y discapacitados se les abandonó a su suerte . No querían la imagen de féretros saliendo de los hospitales.
–Hemos borrado aquellos días de nuestra memoria.
–Ellos nos trajeron hasta aquí. Y cuando más necesitaban de nosotros, los abandonamos. El 7 de abril de 2020 murieron 913 ancianos en las residencias de Madrid, la inmensa mayoría en sus habitaciones. Esos días me avergoncé de ser español. Aullando y sin un gelocatil. Gente que había dado lo mejor de sí misma para que nosotros salgamos adelante. La calidad moral de una sociedad se mide por cómo trata a sus seres más desfavorecidos.
–Más allá de la pandemia, los mayores tienen muy poco protagonismo en esta sociedad.
–Ninguno. Por ser anciano no eres una gran persona, pero casi todos tienen algo que los jóvenes no poseen: años vividos. Esa experiencia se pierde cuando se van. Yo recuerdo con mucho cariño mi infancia, cuando vivíamos las generaciones mezcladas: mis abuelos, mis tíos... Una comunión de experiencias que te enriquecía. Ahora veo viejos en las residencias a los que no visita nadie.
–Ha escrito ¡41 libros!
–No paro. Tengo otros cuatro entregados a la editorial. Madrugo mucho, me levanto a las cinco. Escribo todos los días varias horas, no recuerdo ni un solo día que lo haya hecho desde que tenía 16 años. Hasta el día que acudí al funeral de mi hermano escribí en el tren.
–Haber pasado buena parte de su vida en la redacción de un periódico habrá nutrido sus historias.
–Muchísimo. Pasé por todas las secciones: sucesos, cultura, deportes... Una atalaya de la actualidad. Y literariamente siempre he sido un enamorado de los autores rusos de finales del siglo XIX: Chéjov, mi maestro en relatos cortos, Dostoievski, Tolstói, Gógol...
–¿Ha escrito ya su gran novela o está por venir?
–Mi padre me decía que jamás alcanzaré el nivel de 'Contra el cielo' (ed. Torre de Lis), una historia ambientada en el País Vasco que hablaba de terrorismo. Yo sigo a la caza y captura de mi gran novela, porque procuro aprender y mejorar todos los días. Hoy creo que escribo mejor que ayer.
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