Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951) regresa al Teatro Arriaga, escenario en su antigua cafetería de los debates del grupo del grupo Pott y ahora caja de resonancia para su traducción al euskera de las tragedias históricas de William Shakespeare. El espectáculo teatral se titula 'Erresuma/ Kingdom/ ... Reino' y está dirigido por el director artístico del Arriaga, Calixto Bieito. Se representará en euskera del viernes al domingo de la semana entrante, y en castellano del 17 al 27 de febrero.
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Por otro lado, a mediados de marzo publicará un nuevo libro, 'Desde el otro lado' (Alfaguara), con una reedición de 'Dos hermanos', uno de los textos seminales de 'Obabakoak', y otros inéditos.
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- En su breve texto de presentación de 'Erresuma', homenajea a la primera generación de traductores de los textos clásicos al euskera. En el caso de Shakespeare, al agustino Benito Larrakoetxea.
- Nadie sale de la nada. Es de justicia reconocerte como parte del hilo al que perteneces. Mi intención era reescribir las traducciones de Larrakoetxea de las tragedias históricas de Shakespeare, publicadas a mediados de los setenta. Pero esa intención se fue diluyendo durante los ocho meses de trabajo. La traducción de Larrakoetxea, que sabía muy bien inglés, es totalmente ideológica, mezcla de un euskera más purista en ocasiones que el sabiniano con un vizcaíno localista para recoger el foralismo. Siendo fraile, rehúsa todas las palabras que proceden del latín, por ejemplo 'karitate' por 'caridad', como se ha utilizado en la iglesia durante décadas. Me hubiera gustado enlazar con su Shakespeare. Sólo pude hacerlo muy por encima.
- ¿A qué recurrió?
- La traducción al francés hecha por el hijo de Victor Hugo, François-Victor Hugo, es extraordinaria. Nunca se equivoca. La reina le riñe al jardinero, lo insulta por un árbol semicaído que simboliza el estado del reino de Inglaterra en ese momento. Le dice a él «you look like Adam». Lo más evidente es traducirlo como que se parece a Adán. Pero eso no es lo que quiere decir la señora, sino que es un fantasma, un espectro, un simulacro de Adán, el primer jardinero de la especie humana. Consulté varios traducciones al español, al catalán, etc. Ninguna llega a captar el sentido despectivo con el que la reina carga ese verbo, salvo la de Hugo. Mi mujer, Asun Garikano, me hizo ver las contradicciones que tenían mis textos. Si lo hubiera presentado sin sus lecturas, habría sido un desastre.
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- ¿En qué ha consistido el desafío específico de traducirlo al euskera?
- Tienes utilizar un euskera muy claro, fiel al original y que suene bien porque va a ser representado en un teatro. No es poco.
- Con una carrera literaria de cinco décadas, ¿ha aprendido algo sobre su oficio traduciendo a Shakespeare?
- Nunca terminas de aprender. Cuantos más años tienes, más consciente eres de tu ignorancia, de lo que te queda por saber. También te da más pudor la solemnidad y más miedo la pedantería, así que tiendes a lo simple. Hay una parte en las tragedias en las que Shakespeare se inmiscuye en la acción y dice al público cómo debe contextualizar lo que está viendo, porque no es posible representarlo todo en el espacio escénico, en aquellos patios de su época. Yo pensaba desde joven que eso era de Brecht, teatro de vanguardia, y resulta que no, que tenía más de cinco siglos. Nunca es tarde para saberlo.
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- ¿Cree que en la juventud se tiende a exagerar?
- Hay un soneto de Shakespeare en el que habla de la dulzura, de la 'mellowness', de la vejez. Una parte importante de esa dulzura está en la capacidad de comprensión que se adquiere con los años. Entiendes un poco más el mundo y sobre todo te entiendes mucho mejor más a ti mismo. A veces me asusto cuando veo fotos mías de la juventud. Qué gestos más exagerados. Pero estoy encantado de haber podido vivir aquella época y de haber podido aprender a lo largo de los años. Ahora veo con más claridad el mundo. Y eso me da alegría. Por eso no siento nostalgia de la juventud.
- ¿Qué 'pecados' se permite a sus 70 años?
- Aislarme es una tentación. Te parece que la vida de monje no está nada mal. Pero no hay que dejarse llevar. Estar con la gente también tiene sus recompensas. Luego llega un tercer momento en el que piensas otra vez en el aislamiento porque el mundo está como está.
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- ¿Cómo está?
- No hay que esforzarse para ser pesimista, aunque esto puede ser otra tentación. Me acuerdo de aquel libro de Vicktor Klemperer, 'El lenguaje del III Reich'. Analiza cómo el nazismo contaminó las palabras, cómo las manipuló para ocultar la verdad, Ahora todo el mundo da por hecho que en internet y en las redes sociales la mitad de las cosas son falsas. Cuando no tienes confianza en la lengua, llegas a una especie de suelo. Lo único que me produce optimismo es ver que todavía entre dos o veinte amigos, o en un barrio o una comunidad, las palabras sirven para contar la verdad o para divertirse. Ahora, fuera de ahí, da bastante miedo. Falta oxígeno, hay demasiado lodo.
- ¿Qué le parece como escritor que haya gente que no distinga la verdad de la mentira?
- Para el político honesto es malo, un dilema porque tiene que decidir entre su modelo ético y una estrategia, la de utilizar falsedades, que puede tener mejores resultados. Al escritor le da mucha energía. En el más humilde libro de poemas de un chaval de 18 años hay un trozo de su propia vida, de su propia verdad. El escritor distorsiona el relato oficial y, contra más insistente sea este, más razones tendrá para escribir contra los estereotipos.
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- En los últimos años ha tenido una relación estrecha con el Arriaga. ¿Se lleva bien con Calixto Bieito?
- Admiro mucho su serenidad. Si estuviéramos en un avión y los motores se estropearan, le elegiría a él para que fuera a la cabina a arreglar la situación. Dicho esto, también me va a tener que invitar a algo, porque me convenció enseguida de lo importante que era representar Shakespeare en euskera en el Arriaga. Cuando lo acepté no pensaba que iba a ser una etapa tan larga, como si fuera una carretera con pavés para los ciclistas, Acabas extenuado. No ha sido el velódromo de Anoeta, desde luego. Calixto tiene el don del teatro, y del teatro es de lo que menos quiere hablar. Le interesan más los libros que estás leyendo. Es un gran patrón de barco.
- ¿No le parece que lo que él hace en la escena tiene que ver con su literatura, con esa bruma centroeuropea entre la realidad y la irrealidad?
- Hay algo que nos une y me parece que va por ahí. Para mí, la lectura que hizo de 'Obabakoak', cuando la llevó al teatro, salvó el libro. Lo que era el 10% de su contenido, las cosas más específicas de Obaba, se adueñó de todo. Se olvidaron los cuentos expresionistas, que los hay, y que él rescata, lo mismo que sus personajes. Yo creo que la mayoría de los espectadores vascos se quedaron estupefactos. Le estaré eternamente agradecido.
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- ¿Por qué cree que se produjo esa simplificación?
- Puede haber muchas razones, pero ahora se me ocurre una que creo que es relevante. Hay que tener mucho cuidado con las portadas de los libros. Si, como en 'Obabakoak', aparece un lagarto, que asimismo figura en la trama de una parte del libro, el animal condicionará mucho su percepción. El portadista ha hecho muy bien su trabajo y el lector, cuando encuentre el pasaje del lagarto, lo relacionará con la portada y seguramente se quedará con él como imagen dominante. Y quizá relegue el tren, que es un elemento fundamental en esa y en otras obras, y en mi vida. Por cierto, esto también lo comparto con Calixto.
- ¿Cómo surge el libro que va a publicar en marzo, 'Desde el otro lado'?
- Alfaguara quería reeditar 'Dos hermanos'. Entonces les propuse incluir un texto muy especial para mí, 'La muerte de Andoni a la luz del LSD'. Escribí un epílogo para 'Casas y tumbas', que se titula 'Conferencia sobre la vida y muerte en el cemenetrio de Obaba Ugarte', y que no apareció porque tenía un humor negro tan fuerte que hubiera marcado demasiado el libro. Lo reescribí. En la editorial me dijeron que un cuarto texto equilibraría el libro. Lo hice en veinte días, se titula 'Un crimen de película' y supuso una gran liberación de la presión que había sentido al traducir a Shakespeare.
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- ¿También tiene humor negro?
- Siempre me ha gustado emplear el humor, también en los poemas. Sucede en San Rafael Ranch y es una especie de parodia de la 'novela negrilla', de la cantidad de literatura negra que ha salido en los últimos años.
- Anunció con la salida de 'Casas y tumbas' que no escribiría más novelas. ¿Es este tipo de relatos lo que seguirá escribiendo?
- Sí, me siento bien en esa distancia de los 40 y los 50 folios. Es lo que yo entiendo como el placer de la escritura. Recuerdo con estaba delante del ordenador a las cuatro de la mañana con 'El hijo del acordeonista', sin saber si iba bien o si tendría que volver a un punto anterior. A lo mejor cada autor tiene un ritmo. Algunos necesitan correr la maratón. A mí me van los 1.500 metros. Y mezclar mucho, releer mis papeles, los cuadernos, los apuntes, las reflexiones e ir trufando todo. La hibridación siempre ha estado en mi literatura, desde sus inicios. Es el momento de hacer lo quiero, lo que me gusta.
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