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Edición
Para la gente del cine la Inteligencia Artificial (IA) es como una buena película de terror: promete pero asusta, apetece pero inquieta. Además, su desarrollo en el cine genera expectativas muy desiguales. Para los productores es una oportunidad, pero para los guionistas y los actores constituye una amenaza. ¿Con qué nos quedamos?
La semana pasada, en una entrevista, el oscarizado director James Cameron abundaba en ese maniqueísmo de imposible conciliación. Por un lado, afirmaba las potencialidades de la IA a la hora de lograr una mejor calidad en las producciones y un abaratamiento de los costes; mientras que por otro reconocía que al principio podría generar la reducción de ciertas tareas y empleos. Dicho esto, Cameron también ponía como ejemplo el caso de su película 'Avatar: el sentido del agua', una exitosísima producción que requirió trece años de trabajo y una inversión de 350 millones de dólares, generando en taquilla un retorno de 1.500 millones.
Dicho de otra manera, en el actual modelo de negocio del cine hay que invertir una millonada para aspirar por lo menos a conseguir en la taquilla otra millonada, algo que podría cambiar con el desarrollo de la IA. Sobre todo, claro, porque la IA puede automatizar diversas tareas como el análisis de los guiones, la edición de vídeo, los efectos visuales y hasta la incorporación de actores y actrices virtuales. Todo ello permitiría reducir los tiempos y los costes en la producción de una película, además de mejorar su realismo y su calidad o de ofrecer a los cineastas muchas más posibilidades creativas.
¿Y el empleo? Pues sí, ese es el problema, por lo menos inicial y pasajero, ya que en el corto plazo la IA ocasionaría una disrupción en el mercado laboral, aunque en el medio plazo su efecto en la mejora de productividad también podría generar un aumento del empleo. ¿Y los actores?¿Serían todos replicantes? Imposible. Como dice Cameron en esa misma entrevista, la máquina puede simular una actuación plausible, pero nunca ese singular momento creativo en el que un actor refleja su experiencia vital.
Revisionismo
La verdad es que el febril proceso revisionista y descolonizador en el mundo de los museos se está poniendo divertido. Vean, si no, la petición dirigida al Consejo de Estado francés por una misteriosa asociación, International Restitutions, por la que se pretende que el órgano asesor y consultivo del Ejecutivo galo declare ilegal la apropiación en el siglo XVI de la 'Monal Lisa' por parte del rey Francisco I. La asociación de marras se ha erigido en portavoz de unos inexistentes descendientes de Leonardo y su delirante petición tiene por objeto la restitución de la obra. Habiendo perdido el favor de los Medici, en el invierno de 1516 Leonardo viajó a Francia con varios de sus cuadros, entre ellos la 'Mona Lisa', para ponerse bajo la protección de Francisco I. El monarca francés le pagó una generosa pensión y los cuadros entraron a formar parte de la colección real. Bueno, ya se ve que en esto del revisionismo muchas veces impera la historia maleable y, también, la estupidez más esperpéntica.
Moda
Suena bien el esfuerzo emprendido en Pasajes por la Fundación Francisco Rabaneda Cuervo (PacoRabanne), cuyo objetivo no es otro que promover, difundir y potenciar la trascendencia y la importancia del diseñador en la historia de la moda. La fundación prepara un libro gráfico, apoya la elaboración de un documental y no renuncia a contar con algún centro expositivo en el municipio, un sueño frustrado hace tiempo, cuando el controvertido arquitecto cubano Argilagos presentó un proyecto de museo. Rabanne no fue un creador de importantes innovaciones sartoriales, aunque si un notable subversivo conceptual que revolucionó los materiales. Pero su impronta en la historia de la moda no precisa de hagiografías locales, sino de estudios rigurosos, académicos e independientes. Algo en lo que resultaría imprescindible el apoyo profesional del actual propietario de la marca, el grupo Puig.
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