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¡Fuerza y honor! 'Gladiator 2' se dispone desde este viernes a arrasar en una salas que han esperado 25 años para volver a escuchar la épica música de Hans Zimmer, que sigue poniendo el vello de punta. ¿A quién no le gusta una de romanos? El pasado lunes asistí al estreno de gala en los cines Kinépolis de Madrid, algo que los críticos y periodistas nunca solemos hacer, ya que las distribuidoras convocan pases de prensa por las mañanas en cines céntricos o en sus propias salas de proyección en sus oficinas (mi favorita es la de Sony, con una butacas donde te puedes echar a dormir y una proyección y sonido impecables).
El estreno VIP organizado por Paramount estuvo a la altura de una película-evento, que si no es la más taquillera del año, poco le faltará. Antorchas enormes y un decorado daban la bienvenida al complejo de salas en la Ciudad de la Imagen, un barrio de oficinas y estudios en Pozuelo de Alarcón, donde tienen sus sedes Telemadrid, Mediapro o las empresas de Enrique Cerezo. 'La que se avecina', sin ir más lejos, se rueda justo enfrente de Kinépolis, que cuando se inauguró en 1998 con sus 25 salas entró en el Libro Guinness de los Récords como el complejo cinematográfico con mayor número de butacas: 9.200.
Figurantes vestidos de romano, sets en los que el público podía sacarse fotos para subirlas a redes sociales y mucha gente guapa precedieron durante más de una hora a la proyección, que en la sala 25 disfruta de la pantalla más grande de España, de 25 por 10 metros, y sonido Dolby 5.1. Apabullante. Me llamó la atención que existiera una cola específica de acceso para 'creadores de contenido', mientras los VIPS y el resto de invitados nos apelotonábamos en otra fila. Las distribuidoras creen que los influencers, streamers, youtubers y demás fauna de internet pueden llevar a sus seguidores a las salas, de ahí que últimamente pueblen los estrenos. Algunos de ellos hasta se ponen a hacerse selfies frente a las pantallas provocando vergüenza ajena o hablan durante la película, que les importa un pimiento. Yo creo que las distribuidoras se equivocan, porque una cosa es ser follower y otra pagar una entrada de cine. ¿La mejor prueba? 'El llanto', la reciente película protagonizada por Ester Expósito -solo en Instagram tiene más de 20 millones de seguidores-, que ha sido un fracaso de taquilla.
Sin Russell Crowe, Richard Harris ni Oliver Reed, 'Gladiator II' está a años luz de la primera, pero es muy disfrutable. Y dejemos de hablar del último 'blockbuster' de Ridley Scott, que no necesita más publicidad, y desvelemos una de esas historias que se deben al azar y que hubiera firmado encantado Paul Auster. Hoy también llega a las salas 'Los últimos románticos', adaptación de la novela de Txani Rodríguez que dirige David Pérez Sañudo, un talentoso director que no hace concesiones y que ganó tres Goyas con 'Ane', donde abordaba los rescoldos del terrorismo desde un original punto de vista.
Necesito volver a hablar en primera persona, porque este humilde cronista es el responsable último (o mejor, primero) de que 'Azken erromantikoak' haya visto la luz. No es una bilbainada. Todo empezó en una piscina municipal de un pueblo de la sierra de Madrid en el verano de 2020. Mi mujer cerró el libro de Txani tras devorarlo y yo empecé a ojearlo por curiosidad, leyéndolo entero casi de un tirón. Escribí un tuit: en esa novela se escondía una gran película. Y la botella al mar fue recogida por el productor andaluz Olmo Figueredo, que también quedó prendado por Irune, la protagonista, y no dudó en comprar los derechos.
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Tras casi 30 años cubriendo rodajes como periodista, Olmo me invitó a descubrir una nueva perspectiva del extraño oficio de hacer películas siendo figurante. Y ahí estuve en la escena final en Jardín Secreto, el local de Zorrozaurre que en la ficción es el bar Jirafa, acodado en una barra y muerto de frío, con un botellín de cerveza que contenía agua, durante la filmación de un plano secuencia que exigió diez tomas y cuatro horas. Muy interesante, pero no repetiré.
Reconozco que cuando vi 'Los últimos románticos' me emocionó más leer el agradecimiento en los títulos de crédito que contemplarme fugazmente en la pantalla, por aquello del pudor. El círculo se cierra ahora con una caja de bombones de Txani y la crítica, que es buena porque la película lo es, no porque salga un servidor.
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