Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
A Maïmouna Jallow (Barcelona, 1978) la pararon el otro día en la calle para que mostrara su apoyo a ACNUR. «Si supieras cómo viven en Kenia, no pondrías ahí tu dinero», reflexiona. «Estas organizaciones enormes e ineficaces por su burocracia se quedan con los africanos ... que han estudiado porque las condiciones son muy buenas. Es uno de los grandes problemas de África», explica esta experiodista de la BBC, que trabajó como encargada de comunicación para Médicos sin Fronteras en el Cuerno de África y que debuta como cineasta con 'Historias de la ciudad accidental', programada en el Festival de Cine Invisible de Bilbao.
Sus protagonistas son cuatro habitantes de Nairobi que participan en un cursillo por Zoom para manejar la ira, un problema universal. «Hice la película para un público africano, el resto verá que nuestros problemas son parecidos, poder darles de comer a nuestros hijos y una buena educación», asegura Jallow, que hace cuatro meses que se ha establecido en un pueblo de Barcelona tras una década en Kenia.
–Nació en Barcelona de madre catalana y padre gambiano y ha vivido en Togo, Inglaterra, Santo Tomé, Kenia... ¿De dónde se siente?
–Es muy difícil responder a eso... Como muchos otros como yo, de padres de diferente sitios y que han viajado durante toda su vida, me siento nómada. Tratas de encontrar tu lugar y yo no sé si lo he encontrado. Es la primera vez que vivo en España, después del covid sentía la necesidad de estar más cerca de mi familia, me di cuenta de lo lejos que estaba de ellos. Al mismo tiempo, en cada sitio que he vivido he creado mi propia familia, los amigos se convierte en familia. Con el tiempo aprendes a adaptarte a este modo de vida nómada.
Noticia Relacionada
–Ha trabajado de periodista, en comunicación, como actriz, escritora, cineasta... Siempre con el afán de contar historias.
–Sí. A todas esas ocupaciones les une el amor por las palabras, me encanta jugar con ellas. Mi padre era intérprete y de él heredé el intentar dominar idiomas. Durante mi infancia en Togo, en casa hablábamos en castellano, porque mis padres lo hablaban entre ellos. En la calle francés y en la escuela inglés. A mi padre le gustaba usar palabras que no eran necesariamente de uso común. Recuerdo un momento, creo que tenía once o doce años, cuando entré en una clase de inglés con una nueva profesora. Era afroamericana y nos introdujo en la poesía de Langston Hughes. Era la primera vez que escuchaba poemas que no eran africanos y con los que me identificaba: la musicalidad, el uso de las palabras... Veía las imágenes en mi cabeza. El lenguaje siempre ha sido una manera de conectar con el pasado y con diferentes poblaciones negras en el mundo. Como era tan mala en matemáticas no tenía otra opción...
–¿Cuántos idiomas habla?
–Inglés, francés, español, portugués y una 'mica' de catalán. Mi gran vergüenza es que no hablo ningún idioma africano, solo los idiomas coloniales. Esa es la realidad de África. De pequeñita hablaba con mi hermana el ewe, el idioma de Togo. Era muy divertido porque nuestros padres no nos entendían. Me entristece mucho no hablar el idioma de mi padre.
–En Europa tenemos un relato único sobre África, asociado a tópicos como la pobreza, la malnutrición, el ansia de emigrar...
–He pasado diez años en Kenia, sin escuchar a Europa. Y nuestras preocupaciones son muy diferentes. Sufrimos corrupción, falta de oportunidades para la juventud, brutalidad policial, falta de servicios médicos... Si eres de clase media en África y caes enfermo puedes fácilmente entrar en la pobreza. Esas son las cuestiones que me han preocupado durante este tiempo. Una vez en España me ha sorprendido que la narrativa no había cambiado. Existe un complejo de salvar, con buena intención, pero sin preguntar qué necesitan a aquellos a los que quieres ayudar.
–Eso implica una superioridad por nuestra parte.
–Una superioridad que está tan incrustada en los europeos... Pienso en Frantz Fanon, que escribió 'Piel negra, máscaras blancas' en los años 60 desde el punto de vista del africano que siente la necesidad de ser aceptado por el 'padre' colonial. Aún existe esto en partes de África. Todavía hoy, si yo entro en Kenia a un restaurante con una pareja negra, servirán antes a las parejas blancas que han llegado después. Los ingleses vinieron al país y se quedaron, hay una gran influencia más allá de lo mercantil. Allí la gente no lleva ropa africana, la comida es muy sosa, muy inglesa... Hay una nueva generación que tiene un enorme trabajo por hacer. Si, por ejemplo, quieres practicar una religión tradicional animista, quizá te van a acusar de ser bruja. La relación de los europeos con África sigue siendo un gran negocio, ves en Kenia a las Naciones Unidas y las ONG de cooperantes y tienen vidas fabulosas.
–Defiende que son los propios africanos los que tienen que construir su propio relato.
–Hay un dicho: Hasta que el león aprenda a hablar, la historia de la caza siempre glorificará al cazador. Los que tienen la fuerza escriben la Historia. Los jóvenes tienen que saber el valor que tienen ellos mismos, un niño no puede ser héroe si nunca se ha visto representado como héroe en un libro. Acabo de escribir un cuento para niños, 'Soy del color de la miel'. De niña, me ponía toallas en la cabeza para ver si se me alisaba el pelo. No veía a nadie parecido a mí en los dibujos animados o en los libros.
–En ese sentido, ¿cómo ve representada en la ficción a la mujer africana?
–Depende del creador. Hay muchos directores africanos fantásticos que crean una narrativa más diversa. Con plataformas como Netflix se abren puertas para que las personas cuenten sus historias. Me encanta Ava DuVernay, ves que ella tiene poder porque pone su dinero.
–Cree en el potencial artístico de África.
–Ahora nos toca. ¡Están pasando tantas cosas! Obras de teatro, teatro, moda... Lo que ha cambiado es que ya no esperamos la validación de Occidente. A veces se habla de que somos periféricos, como Asia. Pero cuanto estás en África eres el centro del mundo, no necesitas probarte ante nadie.
–¿Cómo es Nairobi?
–Una ciudad enorme con un tráfico endiablado. Una de las pocas urbes con un parque natural dentro de ella. Ha habido muchos intentos de destruirlo, frenados gracias al activismo de las mujeres, al Green Belt Movement. También hay mucha desigualdad, barrios de mansiones y jardines, donde viven los políticos, los funcionarios de la ONU y los cooperantes, y zonas sin sanidad, que cuando llueve se inundan. Son guetos herencia del pasado colonial, cuando el centro era solo para los blancos. Yuna vida social muy animada, música en vivo, galerías de arte... Es una ciudad preciosa.
– ¿Somos más racistas en España que en otros países?
– No lo creo. Hay desconocimiento, la gente solo sabe lo que aparece en los medios. Encuentro a los españoles con un espíritu bastante hippy, al menos los que yo conozco. He visto interés por lo que pasa en el resto del mundo. Yo tengo familia aquí, me he sentido muy acogida, y los africanos con los que he tratado sienten lo mismo. En Inglaterra, durante los 90 había un racismo institucional que después de la muerte de Stephen Lawrence tuvieron que revisar. Soy mestiza, hablo el idioma, tengo una cierta educación... Yo no vengo necesitando nada de nadie.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.