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No han pasado ni 24 horas desde que anunciara en la reunión del Patronato su marcha como director del museo Guggeneheim, pero el aspecto y el tono vital de Juan Ignacio Vidarte (Bilbao, 1956) reflejan una evidente liberación tras hacerse pública una decisión largamente meditada.
- ¿No es un poco sorpresivo que su sustitución se anuncie antes de que se produzca la investidura del nuevo lehendakari o de que comience el mandato de Mariët Westermann, la nueva directora de la fundación neoyorquina?
- Bueno, para una cosa así es difícil encontrar el momento perfecto, donde no concurran otras circunstancias. Pero es una decisión que llevo meditando mucho tiempo. Además, no es lo mismo iniciar este proceso ahora o dentro de dos o tres años, cuando tocaría por una razón vital. Llevo pensando en ello desde que el museo cumplió veinte años. Creí que entonces era el momento de abordar la renovación, pero la pandemia lo hizo imposible. Después vino la sustitución de Armstrong en Nueva York, que se alargó más de lo esperado. Nunca hay una situación temporal que sea la perfecta.
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- ¿Ha sido autónomo en su decisión? ¿No ha recibido ninguna indicación de las instituciones vascas?
- Completamente autónomo hasta el momento en el que se lo hice saber al lehendakari a finales del año pasado.
- ¿Y qué le dijo?
- Recibí todo su apoyo. También me pidió que siguiera, pero entendiendo que si lo que yo quería era afrontar un proceso de renovación tendría su respaldo y su confianza para que planteara cómo hacerlo. A partir de ahí he tenido conversaciones en los últimos meses con los representantes institucionales y con los fundadores del museo.
- ¿No se siente frustrado por el hecho de dejar la dirección sin que el proyecto de Urdaibai tenga un horizonte cierto?
- Pues bueno, yo no diría frustración… Me hubiera gustado que el proyecto quedara en una fase más avanzada de la que está. Pero también entiendo que es un proyecto estratégico, lo suficientemente complejo como para requerir la definición y la articulación de muchas variables. Me refiero a un consenso institucional y al desarrollo en curso de una serie de actuaciones administrativas.
- ¿Y no existen riesgos de que el proyecto decaiga si su primer impulsor ya no está en la primera línea?
- Supongo que siempre existen riesgos y los cambios producen incertidumbre. Pero este no es un proyecto personal. Con él he puesto la carne en el asador, porque es muy importante para el museo. Tengo confianza en que siga adelante con las señas de identidad que lo definen. También es un proyecto con un amplio grado de maduración interna y de consenso entre el equipo del museo, la fundación neoyorquina y la Diputación. Espero poder seguir contribuyendo a su culminación en la medida en la que me lo pidan.
- Ahora se anuncia que la selección del futuro director la realizará una empresa internacional. ¿No teme que se produzcan las habituales interferencias políticas?
- Para responderle con una frase, le diré que en base a mi propia experiencia no tengo esos temores. Siempre lo he dicho: una de las cosas por las que estoy más agradecido a las instituciones públicas ha sido el absoluto respeto que han brindado a la independencia del museo y a mis decisiones de gestión. En base a esa trayectoria, tengo la confianza de que también en esta fase la situación será similar.
- ¿Cómo va a ser el proceso?
- Estará liderado por la propia institución, pero con el apoyo externo de una empresa especializada en la selección de directivos en instituciones culturales y museísticas. Esta empresa realizará un trabajo de análisis, de propuestas y de acompañamiento a un comité de selección en el seno del propio Patronato.
- ¿Cuál es el perfil deseado?
- Tendrá que reunir las condiciones de cualificación y de experiencia profesional que se requieren para un puesto así. El enfoque de la selección seguirá unas pautas similares a las de la búsqueda que concluyó con la designación de Mariët Westermann, en Nueva York. Tendrá que ser un profesional excelente, pero también una persona que comparta los valores de la institución y que encaje con su filosofía de funcionamiento. Asimismo, debe tener la capacidad de desarrollar un proyecto a medio o largo plazo; es decir, a 10 o 15 años.
- Ahora que se habla de atracción de talento, ¿podría darse el caso de que el elegido no sea vasco?
- Perfectamente, pero dentro de las condiciones de idoneidad es importante que la persona elegida conozca la arquitectura institucional del país, lo que suponen los territorios históricos, cómo funciona el País Vasco desde ese punto de vista institucional, lo que significa Bilbao dentro de España...
- No me diga que el candidato deberá conocer la Ley de Territorios Históricos…
- No, no tiene que conocerla. Pero si la persona que aterrizara aquí no conociera eso, entonces perdería por lo menos dos años en empaparse de todo ello, con lo cual haríamos un flaco favor al museo.
- Ahora depende de la fundación neoyorquina, pero también estará en el patronato de Bilbao, donde además será director emérito. ¿Actuaría como un 'casco azul' si surge algún conflicto de intereses ente Bilbao y Nueva York?
- El haber sido director del museo de Bilbao aporta una visión importante a la estrategia y al desarrollo de la constelación de museos Guggenheim. Desde el momento que se elija a mi sucesor ya no tendré funciones ejecutivas en Bilbao, pero se reconoce en la fundación la importancia de esa visión de los diferentes museos. No sé si ejerceré de 'casco azul', pero intentaré suavizar o engrasar las relaciones si aparece algún conflicto.
- Mirando al pasado, ha trabajado con dos directores tan antitéticos como Thomas Krens y Richard Armstrong.
- He tenido la suerte de tener una buena relación con los dos. Con el segundo la relación fue buena desde el principio. Con Krens la relación fue más complicada, tuve con él más momentos de fricción. Pero fueron épocas distintas. Con Krens vivimos los momentos iniciales, hubo más tutela de Nueva York. Armstrong era más partidario de nuestra autonomía y el museo ha vivido durante su mandato los mejores momentos. En todo caso, le diré que sin la visión de Krens este museo no existiría.
- ¿Le queda algún recuerdo amargo de aquel año 2009 en el que se pidió su cese desde la consejería de Cultura en manos de los socialistas?
- Sinceramente, no. Por supuesto que no fueron unos momentos agradables. Sufrí, pero no lo recuerdo con amargura. Hubo discrepancias con aquellos responsables, pero también existió respeto. Nunca me he sentido condicionado en el desarrollo de mi actividad ni me he visto forzado a hacer nada que no entendiera que debería hacer.
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