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Ander Arteagabeitia solo pensaba en volver a casa para abrazar a su familia y en tomarse una caña con sus amigos. Después de nueve meses ingresado en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, donde solo pudo ver a su madre «3 o 4 veces», el pasado 8 de abril regresó a su pueblo, Sopuerta. «La vuelta a casa fue increíble». Su cuadrilla le esperaban con una pancarta casi tan grande como la actitud de este chaval de 27 años que se quedó tetrapléjico el pasado 25 de julio por un accidente en una piscina. «Aupa zuek!», les gritaba él emocionado desde su silla de ruedas.
«Aupa tú!», piensan las miles de personas que han seguido su historia. Sus amigos impulsaron una campaña de recogida de fondos para adaptar su casa a sus nuevas necesidades físicas. Y, en ese momento, Ander pasó del anonimato al corazón de la gente. Este joven vital y optimista se ha convertido en un ejemplo por su fortaleza mental, humildad y amor por la vida. A Sopuerta ha vuelto un nuevo Ander, mucho más autónomo y mucho más feliz. Sí, más feliz. Define su etapa en el Hospital de Toledo como «la más bonita» de su vida. Porque allí ha conocido «a gente extraordinaria», empezando por él mismo. El nuevo Ander se supera cada día a base de intentarlo las veces que haga falta. Y sabe apreciar «lo realmente importante»: «vivir cada segundo, disfrutar de los pequeños detalles y ayudar a los demás». Dicho por él parece sencillo, pero llevarlo a la práctica no lo es tanto.
De «bievenida a casa», se contagió de covid, con síntomas leves, pero no pudo salir en quince días. «Lo pillé la primera semana que estuve fuera del hospital, pero poco a poco estoy empezando a ir con los amigos, a comer a por ahí... el otro día tuve una comida con familia y colegas que fue increíble», cuenta Ander, que califica el accidente, que le dejó sin movilidad desde el pecho hasta los pies, como «un pequeño bache» que le ha puesto la vida. «Simplemente por el hecho de vivir ya se debería ser feliz», opina.
No solo se esfuerza por ser mejor cada día, sino que también logra vencer sus miedos. Desde el accidente, no había vuelto a bañarse en una piscina. Pero el pasado miércoles, metió el bañador en la mochila y se dirigió al polideportivo de Muskiz. «Cuando entré en el agua, mi cabeza me hizo chispas. '¿Otra vez me voy a meter aquí?', me pregunté a mí mismo. Pero para mí ha sido muy importante superar ese miedo. Una vez dentro, todo fue como siempre, me desenvolví bastante bien, mejor de lo que pensaba», cuenta orgulloso.
Sigue adaptándose a su «nueva vida» en su pueblo, donde le arropan vecinos, familiares y amigos. Sus monitoras Nerea y Lucía, su prima, su cuñada, su hermano, su madre... nadie le suelta la mano. Todos le impulsan para seguir avanzando. Y él no cesa en su empeño de ser cada vez más autónomo. Los lunes y viernes por la tarde practica gimnasia en el polideportivo. «Con la ayuda de Nerea, realizo ejercicios en el suelo para trabajar la estabilidad del tronco. Y la última media hora, hacemos máquinas. Como no tengo fuerza en las manos, utilizo unos guantes especiales que tardamos en ponerlos tres horas, más tiempo que en hacer ejercicio, pero poco a poco vamos sacando cosillas», explica con su particular sentido del humor. Y los miércoles, vuelve al polideportivo para nadar en la piscina, porque no hay miedo que le frene.
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Le ayudan a superarse su hermano, su cuñada y su prima Nerea, que los martes y los jueves le acompañan mientras hace ejercicios en su habitación. «Cojo el bipedestador, me levanto, ando un poquitín y hago unos ejercicios en el suelo, todo lo que me puedo permitir dentro de casa», explica. Ander vive en una vivienda de dos pisos que ha reformado para eliminar las barreras arquitectónicas que pudieran suponer un impedimento para él. Su actual habitación antes era el salón, porque él vivía en el piso de arriba.
Reconoce que los primeros días en Sopuerta fueron «un poquito raros», porque ya no podía pulsar un botón para solicitar ayuda, como ocurría en el hospital. «Allí llamaba y enseguida venía alguien. Aquí lo tengo que hacer todo yo solo, salvo cocinar, porque no puedo coger un cuchillo. Pero estoy feliz de poder seguir trabajando duro para intentar siempre ser la mejor versión de mí, y sobre todo de poder hacerlo en casa con la ayuda de mi familia», cuenta.
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De todas las actividades que realiza, reconoce que la más tediosa es subirse al coche. «Lo intento hacer yo solo, quiero ser lo más autónomo posible. Me monto, desmonto la silla, la meto en el asiento del copiloto, la vuelvo a sacar… ¡Me deslomo! Y como no tengo fuerza en las manos, me está costando un mundo, pero con práctica lo conseguiré todo», asegura. En el Hospital de Toledo, volvió a obtener el carnet de conducir, ya que al haber sufrido una lesión medular tuvo que realizar de nuevo las clases prácticas. Gracias a toda la gente que se volcó con la recogida de fondos impulsada por su cuadrilla, se ha comprado un Audi A6 de segunda mano en color negro. «Me habían recomendado un coche tipo ranchera porque es más espacioso para poder meter la silla de ruedas», explica. Aún no puede conducirlo, aunque hoy mismo va a llevarlo al taller para que se lo adapten a sus nuevas necesidades.
Ander ha convertido su vida en una carrera de fondo, en la que va superando los objetivos que él mismo se pone. De momento, ya se plantea retos deportivos como participar en los Juegos Paralímpicos de París 2024. Pero antes deberá someterse a una nueva operación, una transposición tendinosa, que tiene como objetivo restaurar, en la medida de lo posible, la funcionalidad de la mano con el fin de obtener la máxima autonomía e independencia física. «Me van a tener que operar de las manos tres veces, dos en la derecha y una en la izquierda. La primera va a ser en septiembre de este año, que tendré que volver al Hospital de Parapléjicos de Toledo para la intervención y después estaré allí tres meses para la rehabilitación», cuenta sin perder la sonrisa.
Ander, que volvió a nacer hace casi un año, sabe mejor que nadie que el secreto está en las ganas. «El problema es tu actitud frente a él, si tú no piensas en él y te limitas a vivir, el problema no existe. Realmente se puede ser feliz con muy poquito, apreciando el momento y los pequeños detalles», explica. Hoy valora especialmente la solidaridad de todas aquellas personas que han empatizado con su historia y han contribuido a mejorar su calidad de vida. «La gente se volcó muchísimo. Nunca voy a poder agradecer como me gustaría toda la ayuda que he recibido», dice horas antes de ir a Bilbao para comer «con un par de colegas». «Desde el primer momento que pisé mi casa, parecía que llevaba toda una vida en esta situación. Doy gracias cada día y sonrío, simplemente, por poder estar aquí sentado hoy».
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