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Ander Arteagabeitia llegó a jugar en el Cadete del Athletic.

Ander, el joven de 27 años con el que se ha volcado toda Bizkaia: «Me he quedado tetrapléjico, pero soy feliz»

Este vecino de Sopuerta sufrió el pasado verano un accidente en la piscina que le privó movilidad desde el pecho hasta los pies. Su cuadrilla ha organizado una recogida de fondos para adaptar su casa a sus necesidades físicas

Lunes, 25 de enero 2021

«Perdóname, pero ¿podemos hablar mejor dentro de media hora? Ha venido una compañera a hacerme las cejas, que ya no me apaño con las pinzas...», se disculpa Ander Arteagabeitia con una gran naturalidad y sentido del humor. Lleva más de cuatro meses ingresado en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, donde cada día se demuestra a sí mismo de lo que es capaz. «Me da vergüenza hablar de mis logros, de lo que realmente me siento orgulloso es de ayudar a la gente», reconoce.

La vida de este joven de 27 años y natural de Sopuerta empezó de nuevo el 25 de julio de 2020. Estaba siendo el mejor día del verano, su cuadrilla había decidido juntarse para hacer una barbacoa y darse unos chapuzones en la piscina. Iba a ser una divertida jornada entre amigos, pero se truncó por un fatídico accidente. «Yo solo recuerdo el impacto contra el suelo de la piscina, estar dentro del agua y pensar que me iba a morir», relata. Uno de sus amigos, que en ese momento también se estaba bañando, se lo encontró tumbado en el fondo con la mirada perdida e inconsciente. «Ya en la camilla de la ambulancia yo repetía que me había quedado tetrapléjico, porque no sentía mi cuerpo ni podía moverlo. Siempre he tenido pánico a las agujas, pero solo quería que me llevasen al hospital para que me pinchasen algo, porque el dolor era insoportable, estaba sufriendo muchísimo», recuerda este muchacho vital y optimista que con su actitud y perseverancia se ha convertido en un ejemplo de superación para muchas personas.

Tres días después de ingresar en el hospital de Cruces, le operaron de urgencia y fue diagnosticado de una tetraplejia de nivel C6-C7 que le priva de movilidad desde los pectorales hasta los pies. «Carezco de sensibilidad motora de las axilas hacia abajo, cada vez que me siento es por puro equilibrio. La lesión también me afectó a las dos manos, en la derecha apenas muevo los dedos y los de la izquierda están algo mejor, pero si intento cerrar el puño, mi dedo índice se queda 'p'allá', parezco un pistolero», bromea. Y, pese a todo, califica el accidente como «un pequeño bache» que le ha puesto la vida. «El 2020 ha sido un año que me ha quitado mucho, pero me lo ha enseñado todo. Cuando te podías haber muerto perfectamente, aprendes a apreciar lo realmente importante: vivir la vida, disfrutar de los pequeños detalles y ayudar a los demás. 'Quizás tenía que pasar, no es justo, pero sólo así se aprende a valorar', canta Rozalén y es la pura realidad», reflexiona.

Antes del accidente, era un apasionado deportista que disfrutaba practicando escalada, alpinismo o 'snowboard'. De hecho, llegó a jugar con 15 años en el Cadete del Athletic, compartiendo equipo, entre otros, con Ager Aketxe e Iñigo Ruiz de Galarreta, y residencia en Derio con Iker Muniain. Durante sus años como alumno del colegio San Viator de Sopuerta fue «un estudiante malillo, de los que aprobaban en el último momento», pero siempre se marcó nuevos retos y quiso superarse a sí mismo. Cursó un grado superior para ser monitor deportivo y después trabajó durante tres años en una empresa de Gallarta mecanizando piezas en tornos mecánicos. Pero en el último tiempo no era feliz, así que pidió una excedencia para buscarse la vida en Londres, donde trabajó en un restaurante. «Antes de irme a Londres estaba muy mal, me sentía depresivo y no sabía el motivo, pero allí empecé a autoconocerme y comprendí que me castigaba mucho a mí mismo, que era demasiado autoexigente. Me di cuenta de que yo lo que quería en mi vida eran retos y ver dónde estaban mis límites. Y fíjate si me ha puesto un buen reto la vida, el mayor de todos, solo levantarme cada día ya lo es», asegura. Tras unos meses en Londres, se mudó a Edimburgo para vivir una nueva experiencia, pero en marzo regresó a Sopuerta para que su madre no pasase el confinamiento sola.

Ander Arteagabeitia, durante una subida al Amboto. @_anderarte

Desde que en septiembre ingresó en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, solo ha podido verla «unas tres veces», al igual que a su hermano, Jon, siete años mayor. «Llevamos tres meses sin poder cruzar la puerta del hospital por el coronavirus. Tenemos un patio enano, en el que no pega el sol y sale la gente a fumar. Pero para estar ahí pasando frío y sin hacer nada, prefiero cultivarme», dice. Por eso, dedica la mayor parte de su tiempo a leer libros, sobre todo de psicología; y también disfruta viendo series de intriga y escuchando música 'techno house'. «Además, aprovecho para ordenar y limpiar mis cosas, pero no te creas que puedo mucho, se me cae la bayeta, la vuelvo a coger... y también intento colocar la ropa en el armario, me encanta vestir bien, me pongo casi una camiseta cada día ¿eh?», cuenta entre risas. Y todas las noches medita antes de dormir: «Si estoy tan bien anímicamente, en gran parte es gracias a la meditación. Te ayuda a fortalecer la atención que pones en tu mente y a no identificarte con ella, que muchas veces es muy traicionera».

#YoQuieroAyudarAAnder

Ander no ha vuelto a ver a sus amigos desde el accidente. Por eso, decidió crearse una cuenta en Instagram para que ellos y su familia pudiesen conocer los grandes avances que está dando. «Yo creo que me ha pasado esto porque me tenía que pasar y lo afronto con una positividad increíble. En silla de ruedas se puede ser feliz y andando se puede ser infeliz. La felicidad está en la mente, no tiene que ver con circunstancias externas, ni con tener una casa o un coche mejor. Valorar lo que se tiene y, sobre todo, ayudar a los demás es lo que hace feliz», defiende.

Una recogida de fondos impulsada por su cuadrilla

El pasado miércoles su cuadrilla le demostró que sigue ahí y lanzó una campaña para recaudar fondos a través de la plataforma 'GoFundMe'. Inicialmente, se propusieron alcanzar una recaudación de 15.000 euros, pensando que «sería una verdadera locura» conseguir esa cantidad para ayudar a Ander. Hoy ya superan los 73.000 euros recaudados. «La gente es tan buena... que yo cada día alucino. Me escriben muchas personas diciéndome que les he enseñado a ver la vida de otra manera y eso para mí es muy gratificante, me ayuda a seguir adelante. Intento responder unos 300 mensajes cada día, hasta que ya no puedo más y lo dejo para el día siguiente», cuenta. Ander tiene que rehabilitar su casa para adaptarla a sus necesidades físicas, eliminando barreras arquitectónicas: «También voy a necesitar un coche adaptado, quiero poner en el garaje una pequeña sala de rehabilitación y, en un futuro, me gustaría comprarme una bici con un motorcillo para volver a subir al monte».

Todavía le quedan «dos, tres o cuatro meses» en el hospital de Toledo, donde asombra al personal sanitario con su fuerza de voluntad y capacidad de superación. «Cuando mi fisio le comentó a mi médico que iba a pedir unos bitutores para ponerme en pie, le respondió que con la lesión que tenía cómo me iba a levantar. Dicen que soy un caso diferente y que confían en mí porque le pongo muchas ganas». De hecho, nadie imaginaba que iba a dar «tantísimos avances»: «No puedo usar un cuchillo, porque me falta fuerza en las manos, pero me levanto de la cama, me visto, paso al baño, me ducho... ¡con mucha práctica y muchas ganas!». Y, como era de esperar, ya se ha fijado próximos retos. El más lejano es participar en los Juegos Paralímpicos de París 2024. Y el más cercano lo empezó a mover este lunes: volver a sacarse el carnet de conducir, ya que al haber sufrido una lesión medular tiene que realizar de nuevo las clases prácticas. «También me gustaría viajar muchísimo, a Tailandia, Bali, Vietnam, Sudamérica, norte de Europa, China, Japón...», enumera. Pero si hay algo que tiene claro es lo primero que hará al regresar a Sopuerta: «Sueño cada día con volver a tomarme una cerveza con mis amigos en una terraza. Y volver a estar con la familia... eso no tiene precio».

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