Historias de Tinder

«Quedó con las dos en la misma noche… lo que no se imaginaba es que éramos amigas y que ella iba muy pedo»

Jueves, 26 de septiembre 2019

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En Bizkaia Dmoda recogemos cada viernes los testimonios sobre Tinder que llegan a nuestro email bizkaiadmoda@gmail.com. Se suele decir que el mundo es un pañuelo, y sino que se lo digan a Paula, que encontró de la forma más inesperada a su media naranja ... con quien compartía hasta orígenes extremeños. Hoy te contamos otra historia de casualidades pero, lamentablemente, sin final feliz. Lucía y Saioa, amigas de toda la vida, tuvieron la mala fortuna de quedar con el mismo chico de Tinder y en la misma noche. Cuando lo descubrieron, les pilló en pleno Aste Nagusia y montaron una escena a medio camino entre la comedia y el drama. ¡No te lo pierdas!

Cuando abres Tinder por primera vez y empiezas a indagar en busca de posibles 'match', parece que estás navegando en un mundo ilimitado donde es difícil no encontrar el amor. Si el universo es infinito, ese limbo 2.0 de almas solitarias también lo es. O al menos lo parece, hasta que perfilas tu búsqueda. Edad: entre 20 y 30. Zona: Bizkaia. ¿Este? iba a mi colegio… ¿Y este?, ¿no estaba con aquella camarera del bar al que vamos siempre? Como os decía, las posibilidades de conocer a alguien se reducen entre mucho y muchísimo. Soy Lucía, tengo 25 años y os voy a contar la historia de fiestas que reafirma aquella frase de que «el mundo es un pañuelo».

Como todos los años, mi cuadrilla y yo esperábamos casi con devoción la llegada de Aste Nagusia. Yo estaba especialmente ilusionada porque acababa de conocer a alguien. Tras superar una relación de 4 años, en una de esas tardes tontas de sofá decidí descargar Tinder y ahí lo encontré. Quizás fuera ese clavo que sacaba a otro clavo o, simplemente, era aburrimiento pero me empezaba a crear ese cosquilleo en el estómago. Era moreno, de ojazos verdes y deportista. Todo un aventurero de Galdakao que me pillaba cerquita de Bilbao. Además, le gustaba escalar, un patrón que se repetía bastante entre los chicos que me llamaron la atención en aquella primera incursión de Tinder. Nos 'conectamos' a finales de julio y, entre sus vacaciones y las mías, tan solo pudimos quedar dos veces. Sin embargo, ambos sabíamos que las fiestas estaban al caer, que las íbamos a exprimir al máximo y que era el momento perfecto para conocernos más, así que comenzamos a allanar el terreno unas semanas antes, ahora ya por Whatsapp.

El primer día de fiestas cumplí con las tradiciones y quedé con mis amigas que, desde que acabamos la universidad, tan solo coincidíamos todas juntas en estas fechas. Tras dos rondas de chupitos y en un acto de exaltación de la amistad absoluta, decidimos dedicarnos esa noche a nosotras. Nada de novios, rollos, ni ligues a altas horas de la madrugada. Txupinazo y fiestón, como está mandado. Entre kalimotxo y kalimotxo, les puse al día de mi aventura amorosa. Según fueron bajando los cubatas, ellas también se animaron a contar las suyas. Saioa confesó con dificultades para expresarse como un ser humano (ya era la 1 de la mañana y llevábamos más de 8 horas de fiesta) que «sentía mucho romper el pacto y que nos quería mucho, mucho, mucho» pero que iba a abandonarnos en menos de cinco minutos «porque se moría de ganas» de quedar con aquel misterioso hombre Tinder al que no había dejado de mandar mensajes entre trago y trago. Ya puestas… yo hice lo mismo y escribí a mi escalador. Estaba «en línea» y me contestó al momento. «¿Te veo luego?», le pregunté. Me dijo que estaba en las txosnas con unos colegas y que me pasaba a buscar a las 4 donde estuviese. El plan me resultó perfecto, aún me quedaban tres horas para disfrutar de mis amigas y no sentirme tan culpable por romper el pacto. «Viene mi macho, odddd quiedoooo mucho amigadddddd. ¡MUCHOOOO!», nos gritó, con un nuevo kalimotxo en la mano. «¿Edtoy guapa?», preguntó, y se atusó el pelo, se colocó la falda y comenzó a caminar de forma muy torpe hacia él. «Ahí viene tu hombre, ¡actúa normal!», nos burlamos, aunque seguramente ella pensase que andaba como Gisele Bündchen en la pasarela de Nueva York. La pobre Saioa intentaba mantener la compostura y, ante todo, el katxi. Nosotras no pudimos evitar acercarnos a fisgar.

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Como ocurre en las películas, un escalofrío me recorrió de arriba a abajo cuando le vi, saludando con dos tímidos besos a mi amiga inconsciente. No recuerdo cuántas burradas pude soltar en ese ratio de 30 segundos que tardé en correr a toda prisa hacia ellos. El resto de la cuadrilla contemplaba la escena estupefacta. «¡Lucía! ¿Qué haceeeees?», me gritaban. Les alcancé y Saioa me echó un mirada asesina. No recuerdo cómo le hice entender que ese era mi escalador. Tampoco recuerdo todo lo que pude decirle a él en pleno apogeo etílico, pero estaba tan pasmado que no supo reaccionar. Quedó con las dos en la misma noche... lo que no se imaginaba es que éramos amigas y que ella estaba muy pedo. Lo único que recuerdo es a Saoia diciendo «Yo podddddd mi amiga maaaa-tooooo», para acto seguido, tirarle el kalimotxo por encima y escupir un hielo al suelo en señal de desprecio (a su manera). Ella, todo amor y sutileza.

Esa noche lloramos, reímos y acabamos comiendo chocolate con churros en algún portal del Casco Viejo. Definitivamente, el año que viene cumpliríamos el pacto de no separarnos en el primer día de Aste Nagusia. Moraleja: los hombres van y vienen pero rodéate de amigas que sean capaces de escupir hielos por ti.

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