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Beñat (con gorra roja) posa con dos compañeros y una voluntaria para la foto de Andrea, a bordo del Izkira. Maika Salguero
El verano de Gorabide: «Estar con los amigos es lo máximo»

El verano de Gorabide: «Estar con los amigos es lo máximo»

El programa estival de la asociación llevará a 275 usuarios a pasar una semana de vacaciones o hacer salidas de día:acompañamos a un grupo en su excursión a Laida

Lunes, 5 de agosto 2024, 00:39

El plan consiste en viajar en tren hasta Busturia, tomar el pequeño ferri para cruzar a Laida, pasar un rato en la playa, volver en el barquito hasta Mundaka y comer en un restaurante. Pero en las excursiones de Gorabide –como, en realidad, sucede en la mayoría– el plan acaba siendo una cosa secundaria y lo importante de verdad es la compañía, ese placer intenso y necesario de disfrutar de una mañana de verano con amigos. A las personas con discapacidad intelectual, a veces se les pone un poco cuesta arriba esa vertiente comunitaria del ocio, y ahí entra el programa estival de Gorabide, subvencionado por la Diputación: este año, 228 usuarios se irán a pasar una semana en Santander, Jaca, Pamplona, Lardero..., mientras que otros 47 participarán en salidas de día como la de Laida, con destino en distintos lugares de Bizkaia y alrededores.

El grupo de hoy se compone de once jóvenes y adolescentes, acompañados por ocho voluntarios. Los voluntarios –si exceptuamos a Vicente Pérez, que ya anda por los 57– son igualmente jovencísimos, casi se les podría llamar también adolescentes: «Yo llevo seis meses: es bonito saber que puedes ayudar, conseguir que los usuarios pasen un buen rato, que las familias te den las gracias... Son cosas que merecen la pena», comenta Andrea Moreno, de 19 años, que ha estudiado Atención Sociosanitaria y ahora quiere hacer Auxiliar de Enfermería o Integración Social. «El primer día te sientes un poco perdida, pero son muy majos todos y te hacen sentir bien. Estoy muy contenta», resume June Lillo, que también tiene 19, está en su tercera salida y estudia algo tan ajeno a todo esto como Diseño de Interiores. Y el veterano Vicente apunta: «Es que esto engancha. Tú aportas, pero también te aportan ellos. Muchas veces estás de bajón, vienes con ellos y te animan el día».

Daniela, Ariane, Aintzane, Eneritz y Lisa dan un salto en Laida. Maika SAlguero

¿Y cómo se presenta la salida de hoy? ¿Barco, playa, restaurante..., qué es lo más atractivo? «Igual el barco. Ya he navegado y me gusta. La playa... La verdad es que yo soy más de piscina, porque la playa es agobiante cuando se llena. Un día lo pasé muy mal: salí del agua y no encontraba el sitio. Además, a mi madre no se la ve casi», explica con una sonrisita Lisa, que dice que la han apuntado a esto para que se sobreponga a su timidez, pero responde a la entrevista con elocuencia de profesional. «A mí me encantan las tres cosas: los restaurantes, el barco, tomar el aire... ¡Estar con los amigos es lo máximo!», afirma Daniela. Y Beñat, de quien dicen los monitores que es una máquina de positividad, siempre animoso y dispuesto, levanta los pulgares con entusiasmo.

El hamaieketako

El grupo se apea del tren en Itsasbegi y, a los pocos metros de paseo, se topa con el panorama de Urdaibai, como si de repente les abrazase el paisaje. «¡Hala, qué chulo!», exclama uno. «¿Vamos a navegar en uno de esos?», pregunta otro, señalando al fondeadero de Portuondo. «Nos va a llover encima», alerta una tercera voz, quizá con menos euforia. Y es verdad que chispea, pero Beñat deja claro que eso «da igual».

Al participar en una de estas excursiones, el observador externo se asombra por dos cosas. Una de ellas es la paciencia infinita y el cariño de los voluntarios: por mucho que se empeñen los prejuicios y los estereotipos, en este mundo hay chicas y chicos que no han cumplido aún los 20 y dedican jornadas de sus vacaciones a acompañar, animar y, si es necesario, tranquilizar a cuadrillas como las de Gorabide. Y el otro hallazgo es cómo estar con estos chavales lleva a reevaluar la realidad y a darse cuenta de que las cosas más pequeñas (bajar a un embarcadero, pasear por la arena, zamparse el hamaiketako en un banco) tienen algo de aventura cotidiana y de trocito de felicidad. «¡Buenos paisajes! Lo único malo del barco es que ha sido un poco corto», valora Daniela, que está todo el rato sacándose selfis con su cómplice Ariane.

–¿Qué estaríais haciendo si no hubieseis venido?

–¡Hablar con el móvil! –responden al unísono.

–¿Es lo que más os gusta?

–A mí –dice Daniela– lo que más me gusta es cenar con amigos.

–A mí también –añade Ariane–, o con mi novio.

–¿Tienes novio?

–Sí, uno. Con uno ya me vale.

Cada vez que la fotógrafa toma un retrato de grupo, Beñat acude rápido a revisar cómo ha quedado. «¡Como si fueses policía!», se ríe Ariane. Pero, siendo Beñat como es, el resultado siempre le parece bien. Es el momento de charlar sobre el verano que queda por delante: Lisa se va a perder la siguiente salida porque se marcha de vacaciones familiares a Oviedo, aunque se teme que les va a llover, y Eneritz está pensando ya en las piscinas de su pueblo, en Salamanca. Pasa zumbando la moto náutica de Cruz Roja y Ariane la contempla con ojos soñadores: «Me gustaría ir en esa. Una vez me monté en una, en Peñíscola, y me encantó: ¡me monté cuatro veces!».

Es hora de irse de Laida. Llega a recogerlos el Izkira, el coqueto ferri que enlaza ambas márgenes, para que estén puntuales en La Fonda de Mundaka, donde tienen reserva.

–¿A ti, Beñat, qué te apetecería comer?

–Me da igual, me gusta todo.

–¿Te gustan los pimientos?

–¡Claro!

–¿Y el brócoli?

–...

Y ahí hemos dado con una de las pocas cosas en el mundo que pueden conseguir que Beñat haga un gesto –brevísimo y pasajero– de disgusto.

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