Después de casi año y medio de crisis, de plena transformación de la vida cotidiana, Euskadi se asoma a un escenario cada vez más parecido a la normalidad. Con la ausencia de las restricciones más severas y la relajación de las que todavía persisten hasta ... que la incidencia se encuentre bajo mínimos, el retorno a la vida prepandémica se acaricia con la punta de los dedos. Y más con el anuncio de Pedro Sánchez de que éste ha sido el último fin de semana en el que nos veamos obligados a pasear por la calle con mascarilla. Pero, sin duda, un factor clave ha sido la vacunación, que ha supuesto esa gran palanca de cambio necesaria para aliviar también la salud emocional después de tanto ataque despiadado del virus que ha obligado al ser humano a adaptarse y cambiar sus costumbres sociales, familiares y laborales.
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Desde hace semanas, con un horizonte más esperanzador por el avance en la campaña y la remisión del virus, el estado de ánimo de la sociedad es otro. Se palpa en el ambiente: planes de vacaciones de verano, escapadas de fin de semana, las cañitas 'afterwork'... Con medidas de seguridad, sí, pero el tiempo libre se vive ya sin tantas ataduras. Y eso ha dado pie a que en el sentir general de una ciudadanía que necesita relacionarse con los demás prevalezca una mayor sensación de seguridad y confianza que, sin duda, ha levantado la moral y favorecido el restablecimiento de muchos hábitos sociales. «A medida que se vaya distendiendo el disfrute del ocio, la recuperación de la salud emocional va a ser inmediata. Para el ser humano, el futuro es importante porque se asocia a esperanza y expectativa. Cuando la persona tiene una mirada hacia delante se genera bienestar», afirma Roberto San Salvador del Valle, director de Deusto Cities Lab y experto en transformaciones urbanas.
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Jesús Prieto Mendaza, investigador y antropólogo alavés, incide en que la «gran aliada» ha sido la vacuna. «Nos ha traído optimismo. Produce un efecto individual de seguridad y también colectivo, ver que todos nos blindamos», señala convencido de que en esta nueva fase que se afronta la sociedad también tendrá capacidad adaptativa. «La ciudadanía se ha adaptado a la normalidad, a la nueva normalidad, a la anormalidad y a los distintos cambios que ha habido de distinta forma. Hay gente muy cumplidora y otra mucho menos y esto también va a ocurrir en la adaptación a esa nueva normalidad». María Silvestre, socióloga y directora del DeustoBarómetro, también percibe a la ciudadanía más «feliz y esperanzada». «Después de la tristeza y el hartazgo, la vacuna ha venido a relajar el ambiente y recuperar algunas pautas de la antigua normalidad. Tener planes a corto-medio plazo nos ha devuelto la ilusión», desliza.
Roberto San Salvador del Valle |Sociólogo
Pero en ese tránsito hacia la normalidad hay que ir paso a paso. No de golpe y porrazo. Esta última etapa condicionada por la necesidad de protegerse, por la desgracia de quienes no han superado la batalla y por el miedo al contagio, ha sido dura y no es fácil de olvidar. «Necesitamos sanarnos, como cuando vuelves de vacaciones y a la plantas les falta agua o luz. A nosotros nos va a faltar el agua de la socialización, la luz de los horarios sin límite... Hay que tener algo de paciencia y estar atentos a personas que han estado más aisladas, personas mayores o que viven solas», apunta San Salvador.
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Tampoco en la retirada de la mascarilla, que entrará en vigor el sábado, hay por qué correr. José Ramón Ubieta, psicoanalista y profesor en la Universidad Abierta de Cataluña (UOC), aconseja no imponer a nadie esta nueva medida. Una cosa es que esté permitido desprenderse de ella al aire libre y otra muy distinta que sea obligatorio. «Cada uno tiene que quitársela a su ritmo, cuando la persona se sienta cómoda para tomar esa decisión porque su balance riesgo-beneficio se lo permite», mantiene este experto catalán.
Jesús Prieto Mendaza | Investigador y antropólogo
No todo el mundo se desprenderá de esta prenda básica de protección así como así. Ubieta recuerda que habrá un grupo «minoritario, pero no desdeñable» que la mantendrá durante un tiempo. Existen dos variables que todavía implican un alto grado de incertidumbre: aún no se ha alcanzado la inmunidad de rebaño y las variantes del virus suponen una gran amenaza. «Gente que no tiene suficiente confianza y que buscará ser todavía más prudente en exteriores», incide. Además, la persistencia de la mascarilla «se va a notar» por temor al contagio. «Se ha pasado mucho miedo. Hay grupos de riesgo que realmente han sufrido aislamientos. El virus no se ha ido. El riesgo de que haya olvido también es peligroso. No hay que relajarse en exceso», arguye la directora de DeustoBarómetro.
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José Ramón Ubieta | Psicoanalista y profesor
Por miedo y también por otros motivos. La mascarilla ha supuesto una especie de refugio. Ha permitido ocultar sentimientos de cansancio, de sorpresa, de aburrimiento o de tristeza. «Mantener un nivel expresivo plano que algunos querrán conservar», indica el docente catalán. Porque «el rostro de una persona no es cualquier cosa. Es una parte muy importante del cuerpo humano», reconoce. Sin duda, la simbología que tiene la retirada de la mascarilla en exteriores es la de recuperar aún más las relaciones sociales. «Y más en una cultura, la nuestra, en la que los gestos son tan importantes. Ver de nuevo una sonrisa, que te lancen un beso... Habrá mayor felicidad porque como seres sociales que somos vamos a reencontrarnos con costumbres muy nuestras. Igual para alguien que vive en Noruega, con otra cultura, no lo es tanto», asegura Prieto Mendaza.
A su juicio, el factor de edad influirá en los comportamientos de la ciudadanía, y serán las personas más mayores quienes opten por ser más conservadoras. Pero tampoco hay que presuponer que solo los jóvenes la desecharán de manera drástica. «Hemos visto un comportamiento en la juventud mucho más laxo, pero es injusto descargar toda la culpa en este sector. También hay poteadores 'talluditos' muy imprudentes. El gran peligro es echar las campanas al vuelvo y pensar que esto es el fin», agrega el también doctor en Sociología y profesor de demografía en la UPV, consciente de que la retirada parcial de esta prenda «puede generar ciertas imprudencias en interiores».
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María Silvestre | Socióloga
De hecho, en la normalidad que está por llegar, los expertos consultados coinciden en que se observarán cambios que esta última fase de la pandemia ha provocado en la sociedad: se enfriará en sentimiento solidario que brotó durante el confinamiento domiciliario, habrá desconfianza a la hora de montar en transporte público, se producirá un boom de reencuentros familiares o la pérdida de la presencialidad por el uso de lo digital, algo que ven con preocupación sobre todo en el comercio o la cultura.
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