Emitía estos días la MTV reportajitos que situaban la gala de los premios europeos de la cadena en Bilbao. A continuación, situaban Bilbao en el mapa, explicándoles la ciudad a cientos de millones de espectadores (esa era la idea, acuérdense). Lo hacían recurriendo ... a un estilo particular. Consistía en abrir la caja obvia de las postales (el Guggenheim, los puentes, las barras de pintxos…) y reaccionar a esos estímulos como si nadie pudiese soportar semejante emoción.

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Los muchachos que presentaban los reportajitos eran guapísimos, enrollados y étnicamente diversos. Se comportaban como si estuviesen saliendo al recreo. Como si estuviesen haciéndolo todo el rato. Una de las presentadoras se sentaba en una terraza de la plaza Nueva y procedía felicísima a hacer algo que presentaba como indispensable en esta ciudad: comerse una carolina gigante que llevaba una pequeña ikurriña clavada en la cúspide.

Una mínima exposición a la entrega de premios de anoche en el BEC bastaba para explicar su extraña elección gastronómica: un pastel espiral y tricolor que lleve encima una bandera igualmente tricolor y llena de cruces es lo que en el mundo estético de la MTV debe de considerarse algo clásico, contenido, casi académico.

La cadena estadounidense transformó ayer el BEC en un puro estallido. La alfombra roja era en realidad rosa chicle. Y el entorno era de repente de un lila radioactivo. La expectación era por su parte máxima y los presentadores no dejaban de decir cosas sobre «vips», «estrellas», «famosos» y «la fiesta del año». Todo les parecía «increíble». Cuando pronunciaban el nombre de algún artista que ya se veía que era 'vip', estrella y famoso al mismo tiempo, los fans se desbocaban, gritando y braceando tras las barreras, que eran como burladeros, pero infantiles, de gomaespuma.

Qué manera de gritar, los fans. Cuánto arrebato. Qué adolescencias. Daban ganas de irrumpir con una manguera de tranxilium.

Como lo que importa en una alfombra roja son los 'looks', debo señalar que había quien llevaba un esmoquin dorado y quien parecía haberse confeccionado un disfraz sexy de pirata con un excedente de papel de aluminio. También estaba alguien llamado Marshmello que lucía una chaqueta de Versace y una especie de cubo en la cabeza. Todos se decían los unos a los otros que estaban «fantásticos». Si la conversación se adentraba en mayores honduras, unos y otros coincidían en que todo era «increíble».

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El nivel de entusiasmo y de chifladura era altísimo. Eso impresionaba y daba también un poco de miedo. Enseguida comprendías que el más mínimo roce con una idea compleja podía hacer estallar aquel estridente planeta de superficialidad.

David Foster Wallace dijo en algún sitio que la MTV llega a producir un efecto hipnótico. Tenía razón. Si solo la alfombra roja ya te transporta a un planeta fascinante a su manera: un universo de énfasis exhibicionista, exaltación constante y efímeras deidades de instituto.

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Cuando, minutos antes de la gala, se procedió a entregar el premio a «los mejores fans del mundo», los fans dejaron de bracear. Y comenzaron a aullar como si fuesen ambulancias.

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