Iñigo Muñoyerro
Viernes, 13 de marzo 2015, 00:17
Puerto Calderón está fuera de cualquier ruta. Además de mar, viento y olas reúne en un mismo escenario pueblos y palacios, ermitas entre prados verdes donde pastan vacas y caballos; olores a heno y boñiga; cielos amplios y un número incontable de gaviotas.
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Su historia ... es antigua. Según la tradición oral se remonta a los romanos, que sí poblaron la cercana Santillana del Mar. Durante la Edad Media sirvió para avituallar las Asturias de Santillana y más tarde, en la primera mitad de siglo XX, fue cargadero de zinc de las minas que la compañía Asturiana explotaba en los alrededores. Finalmente, durante la Segunda Guerra Mundial sirvió de refugio y punto de aprovisionamiento de los submarinos alemanes, los temibles 'U-boot' que operaban en el Cantábrico.
Para contemplar el puerto que se abre entre Ubiarco y Novales es necesario llegar hasta la misma línea litoral. Dos cabos rocosos lo resguardan: Punta Calderón, izquierda, y la Punta del Poyo, perforada por las galerías mineras del mismo nombre, a la derecha. Es imposible cruzar de una punta a la otra, salvo por mar.
Nuestra intención es ir a pie a Puerto Calderón (también se llega en coche). Para ello salimos del cercano Arroyo por el Camino de Santiago para bajar a Oreña (1,3 km). El punto más alto de la pista es un mirador sobre el valle que se extiende como un inmenso prado. Parece un poljé o cuenca cerrada. No lo es. Desagua en el mar por el arroyo Rogería.
Abandonamos el Camino de Santiago. La pista sigue (derecha) hacia el barrio de Bárcena. Vamos entre prados y vacas. Olores de hierba fermentada y estiércol. A la izquierda, en un altillo, queda Casa Torre de Quintana que fue habitada por nobles ilustres. Actualmente es una vaquería. Y debajo, junto a un sumidero está la ermita de la Virgen de la Candelaria.
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Siempre entre tapias y prados alcanzamos Bárcena (2,9 km). Fuente. Sus casas se agrupan bajo el monte Coterón, ahora cubierto de eucaliptos y en otros tiempos minero. Un letrero guía hacia Puerto Calderón. La pista sube de manera sostenida y al rato estamos en el alto (5 km). Nos golpean el viento y la luz. El Cantábrico se extiende en el horizonte. Poco espacio para aparcar junto a una vaquería con perros amistosos y ladradores que agradecen las visitas.
La ensenada brillante de espuma se abre a la derecha. Es un puerto natural de gran calado protegido por imponentes acantilados. Una cadena cierra el paso a la pista de hormigón cuarteado que baja hasta el muelle roído por las mareas. Abajo todo es ruina. Siguen en pie las tolvas y los hornos de tostado de mineral. Alguna vagoneta volcada. Aún cruza el tendido de cables para cargar el mineral. Y poco más. Se hace difícil imaginar submarinos, uniformes de la Kriegsmarine, baterías antiaéreas camufladas... Cuentan que la base oficiosa de la marina nazi estuvo en Vigo, refugio de militares, espías y tripulaciones.
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La Punta del Poyo cierra el fondeadero por la derecha. Se aprecian el camino minero que baja hasta el agua y alguna de las bocaminas. El saliente rocoso está perforado por numerosas galerías de las minas de manganeso y esfalerita (blenda) ya abandonadas. Es posible entrar en ellas, conscientes siempre del riesgo que implica.
Se llega por Ubiarco (también por Arroyo). Allí, de la ermita de San Roque parte una pista parcelaria que sigue la línea de costa y termina en el cargadero de las minas. La vista es diferente. Nos asomamos al abismo con precaución y contemplamos la ensenada rodeada por un circo de acantilados donde rompen las olas. Gaviotas y cormorones en el cielo.
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Vuelta por la ruta de llegada. En Oreña sorprende el color de los naranjos cargados de frutas. La Fuentona permite echar un trago. La cuesta final de subida a Arroyo se nos puede atragantar (10,5 km).
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