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El Eid al-Fitr, la fiesta que marca el final del Ramadán, puede contemplarse desde dos perspectivas: son las dos caras de la celebración, complementarias y a la vez muy distintas. Lo primero es la vertiente puramente religiosa, con una oración colectiva que marca el ... inicio de una jornada muy especial y que esta mañana ha reunido a unas cuatro mil personas en el Bilbao Arena. La multitud reza y se postra al unísono, como corresponde a una liturgia compartida por todos. Después viene la fiesta propiamente dicha, y al ir cerrando el foco sobre las familias y los grupos de amigos se aprecia la enorme diversidad de la comunidad islámica, tanto en su indumentaria como en sus costumbres.
«Ayer había ayuno y hoy ya no, y eso se celebra haciendo esta fiesta. En otros países dura más de un día, porque la gente se coge vacaciones. Lo primero es rezar, como en todas las fiestas islámicas: esta es una oración de agradecimiento. Después, lo importante es enlazar con la gente, pasar tiempo con la familia, visitar a los enfermos... Esta parte de oración nos une, es lo mismo para todos: para los de Senegal, los de Pakistán, los de Marruecos, los euskaldunes musulmanes... Pero aquí estamos gente de lugares muy distintos de África y de Asia y cada uno se viste y festeja a su manera», desarrolla Moulay Driss Sadiki, responsable de la organización y presidente del Centro Islámico Alforkan.
Moulay va dando instrucciones para que los asistentes junten más sus esterillas de oración y así aprovechar el espacio, ya que la cancha se queda justa para la gran afluencia de fieles. Los hombres, que son la mayoría, se colocan delante, mientras que el espacio reservado a las mujeres está al fondo. En los accesos al pabellón, voluntarios con cajas de plástico se ocupan del 'zakat al-fitr', la colecta para los pobres. A la ceremonia han asistido invitados de las instituciones y de otras confesiones religiosas: «Es una iniciativa de buena convivencia», resume Kontxi Claver, la concejala de Igualdad, Convivencia, Cooperación e Inmigración del Ayuntamiento de Bilbao.
Tras los quince minutos de rezo, los participantes han salido al exterior y ha llegado la hora de los abrazos, las felicitaciones y los retratos en grupo. «Ahora iremos a desayunar y después solemos hacer visitas a la familia: vamos de casa en casa, comiendo un poquito en cada una: dulces, té...», explica Mohamed Reda El Kadi. Después de un mes de ayuno diurno, la jornada de hoy viene a consistir en todo lo contrario, un picoteo sin descanso. «El cuerpo no te pide tanto, porque está acostumbrado ya al ayuno y no le entra», sonríe Mohamed, que también destaca que, en contra de la idea reduccionista que solemos tener los no musulmanes, el Ramadán es mucho más que no comer: «Se trata de intentar pedir perdón, empezar de nuevo, redimirte». En la misma línea se pronuncia Jawad El Yaakoubi, un joven bereber del Atlas: «Ramadán es como un entrenamiento de algo que tienes que seguir haciendo el resto del año: la idea es hacer el bien siempre». Jawad se ha cogido el día de asuntos propios en el trabajo («la mayoría lo hacemos, aunque siempre hay gente que tiene mala suerte con su jefe») y tiene previsto disfrutar de un buen menú festivo («las madres hacen un plato de trigo con salsa especial de mantequilla») y cumplir con la costumbre de dar algo de dinero a los niños, en su caso sobrinos. ¿Cuánto? «¡Depende de tu bolsillo!».
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Frente al rigor en la indumentaria de muchas mujeres, llama inevitablemente la atención el grupo de las jóvenes Ainara Mariana Mendes y Aminata Jaguite, un montón de primas y amigas con atuendos preciosos y peinados muy elaborados. Proceden de Guinea Bissau, Cabo Verde y Senegal y tienen clara su prioridad de la jornada: «¡Enseñar a todo el mundo nuestros vestidos, ja, ja...! Hoy es día de presumir», comenta Ainara, que echa una mirada decepcionada a su alrededor: «La verdad es que vamos mucho mejor que los hombres...». En sus casas se comerá thiep, «un plato de arroz con carne, pescado o pollo..., ¡de todas las maneras queda rico!».
El Bilbao Arena era hoy un lugar excelente para afianzar conocimientos sobre geografía africana. Mustapha Diallo es de Guinea Conakri: «El Ramadán ha ido bien. Aquí tenemos mucha suerte, porque no hace mucho calor: en mi país llegan a los cuarenta grados y se lleva mucho peor», dice. Pero esa ventaja meteorológica no le aplaca la nostalgia, que se acentúa en fiestas como esta: «Hoy vamos a hacer muchas videollamadas. ¡Si pudiésemos estar todos juntos!». A su lado, Ali Kone, su mujer y sus tres hijos van conjuntados, con una fabulosa indumentaria marrón y naranja. Proceden de Mali: «Solemos llevar toda la familia el mismo tipo de ropa –explica–. Hoy, los que pueden matar cordero lo matan, o compran carne. Nos reunimos todos, charlamos, damos una vuelta... Y nos hacemos regalos: el marido a la mujer, la mujer al marido y también a los niños». ¿A usted qué le ha caído? «A mí un reloj y un gorro. Hoy es un día de formularse muchas bendiciones y desearse todo el bien hasta el año que viene».
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