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Son las siete menos cuarto de la tarde y en casa de Aya Yeaalaoui, en el barrio bilbaíno de Rekalde, ya está todo más o menos dispuesto para el iftar, la comida que cierra el ayuno diurno del Ramadán. La sala es una habitación acogedora, ... con un largo sofá, una aleya del Corán en una pared y, en la opuesta, un televisor paralizado en los vídeos del cantante Maher Zain. No falta la decoración propia de este mes sagrado, con guirnaldas de luces, farolillos con siluetas de la luna creciente y cojines con motivos del Ramadán, pero la mirada de los visitantes se dirige inevitablemente hacia la mesa, un primoroso surtido de platillos que están diciendo 'cómeme'. Y uno, claro, piensa en lo difícil que tiene que ser resistirse a la tentación cuando no se ha probado bocado desde antes del amanecer.
«Ramadán es mi mes favorito, porque nos juntamos toda la familia en la mesa», comenta Aya, que tiene 18 años, está en segundo de Bachillerato y quiere estudiar Trabajo Social o Educación Social. «Es un poco como vuestra Navidad», compara su tía Hanane. Los no musulmanes solemos tener una idea bastante desencaminada del Ramadán, pese a que en Euskadi contamos ya con 90.000 vecinos de esa confesión, que esta misma semana han comenzado su ayuno: tendemos a interpretarlo desde un punto de vista penitencial, como un periodo de sufrimiento y mortificación, cuando en realidad se trata de unos días festivos, de celebración por la posibilidad de acercarse más a Dios. Por eso es costumbre felicitar el Ramadán. Es un mes que se aprovecha para reflexionar y para reforzar la comunidad y en el que, además, crecen las recompensas espirituales por las buenas acciones.
Vamos, que no se trata solo de ayunar desde que sale el sol hasta que se pone, por mucho que esa privación de alimento –ni siquiera chicles– y bebida –agua incluida– marque la vida cotidiana. Aya busca en su móvil los horarios de este Ramadán para Bilbao: «Hoy he desayunado a las seis menos cuarto y la hora del iftar son las siete y dieciocho de la tarde. Yo he desayunado Cola-Cao, frutas, unos dulces, yogur... Solemos comer naranjas o sandía, porque tiene mucho líquido, y por supuesto bebemos mucha agua». Después vienen más de trece horas sin comida ni líquido, un periodo que va creciendo a medida que los días se alargan (y que experimentará un brusco retraso de una hora cuando llegue el cambio de hora), pero las demás rutinas no cambian: «Tienes que seguir tu horario habitual, claro. El año pasado yo hacía boxeo y eso no lo dejas por Ramadán. En clase, cuando se ponen a comer algo delante de mí, a veces me piden perdón, pero no hay por qué», va detallando Aya, que pertenece a la asociación de mujeres musulmanas Bidaya.
Cuando llega la hora, se reúne toda la familia, que tiene sus orígenes en Tánger. Están Ahmed y Rabia, los padres de Aya. Su hermano mayor, Mohamed Said, y el menor, Ayman. Y también su tía y su prima, Hanane y Malak, que viven en Portugalete. El padre y el hermano mayor vienen de trabajar de albañiles en las obras de un parque de Barakaldo. «Esta mañana no me ha sonado el despertador y no he podido desayunar. ¡He hecho doble Ramadán!», suspira Ahmed. «Hoy un compañero me ha traído una Coca-Cola. Ya le he dicho: ¡llevo dos meses trabajando contigo y me traes una Coca-Cola justo cuando empieza Ramadán!», se ríe Mohamed.
–¿Y qué hacen en la obra mientras los demás se zampan el bocadillo?
–¡Mi padre sigue trabajando!
El ayuno, tras una breve oración, se rompe tradicionalmente con un dátil. Después hay mucho donde elegir: la imprescindible harira (una reconstituyente sopa con «apio, cebolla, tomate, perejil, cilantro, carne, garbanzos, lentejas...», van repasando la receta Rabia y Hanane), jarras de batido (de aguacate, manzana, plátano y leche), batbot (unos panecillos rellenos de ensalada), minipizzas, burak (rollitos de pollo), empanadillas, huevos duros con comino y el poderoso sfuf, una mezcla de harina, almendras, cacahuete y sésamo que se come a cucharadas. Y, por supuesto, dulces árabes y agua en abundancia. Pero resulta que... ¡nadie come mucho! «Después de todas esas horas de ayuno, con dos cosas te llenas, igual que si hubieses comido todo el día», asegura Aya. «Nos suelen preguntar si nos tiramos toda la noche comiendo, pero después de esto yo ya no pruebo nada hasta mañana», puntualiza Hanane. Y Mohamed se complace en provocar al resto de la familia, especialmente a su hermana Aya, la más estricta en el cumplimiento de los preceptos: «Hombre, algún día estás trabajando y te bebes un vaso de agua. No te vas a morir de sed, ¿no?», suelta con ojos traviesos.
En la tele han puesto una serie titulada 'Dar Nsa', 'Casa de mujeres'. «Es como una versión actualizada de 'La casa de Bernarda Alba', con chavalas de ahora», aclara Aya. La familia va instruyendo a los visitantes sobre el Ramadán. El día 27 del mes, por ejemplo, se conmemora la revelación del ángel Gabriel al Profeta: «Muchos nos quedamos despiertos hasta el amanecer en la mezquita, comiendo y pasándolo bien», comenta Hanane. El iftar se celebra a menudo de manera comunal: «A veces lo hacemos en la playa. El año pasado nos fuimos las chicas a Neguri: rezamos juntas, vimos el atardecer, cortamos juntas el ayuno...». Y las mujeres que tienen la regla no ayunan, aunque después han de recuperar esos días antes del siguiente Ramadán. «Cuando tienes el periodo, puedes comer, pero yo lo hago a escondidas para no dar envidia a la familia», comenta Hanane. «Ah, yo no, no me escondo», se ríe Aya.
–¿Y luego lo recuperan, por ejemplo, en verano?
–Nooooo, lo hacemos cuando los días son cortos.
Tras romper el ayuno, la familia baja a la mezquita de Rekalde. En Ramadán, a la oración habitual se suman unos rezos extra llamados taraweeh. «Solemos terminar a eso de las diez». Al día siguiente, el límite para el desayuno se adelantará dos minutos y el iftar se atrasará uno. Ayman, el hermano pequeño, de 13 años, afrontará una jornada dura: tiene examen de Ciencias («las moléculas»), Korrika y entrenamiento de fútbol con el Ibaiondo. Pero también hay quien ayuna sin obligación: «Yo tengo un colega que no es musulmán y hace el Ramadán –comenta Mohamed–. Dice que, cuando lo hace, le va mejor la vida».
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