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El Covid-19 sigue sumando nuevas víctimas en el mundo de la hostelería bilbaína. No respeta a nadie. Esta vez se ha llevado por delante al 'Manila', la histórica hamburguesería de Gregorio de la Revilla. Chuparse los dedos en la barra de este local que ... hace esquina con Particular de Indautxu ha sido hasta hace unos días un clásico en Bilbao. Llevaba en pie desde 1981. Fue cuando arrancó el negocio de Juan Carlos y Blanca. «Adelantamos la jubilación. Gracias a todos por compartir 39 años con nosotros», agradecieron los dueños con un triste cartel en la fachada de un establecimiento que se ha quedado a un paso de cumplir cuatro décadas.
En la cafetería Manila lo mismo se hincaba el diente a sándwiches de hasta tres pisos que a una hamburguesa o a un combinado. Fue un establecimiento precursor con un aire inequívocamente americano. Quienes lo frecuentaron en los 80 y 90 hablan maravillas. De que se comía en la misma barra, algo hoy común, pero no tanto entonces. De que los clientes se acomodaban en taburetes altos de escay y que Juan Carlos cocinaba a la plancha delante de los comensales, lo que en los 80 tampoco era demasiado habitual.
Algunos que comían casi a diario en este pequeñísimo lugar destacan que el hostelero economizaba el espacio y le recuerdan sacando de la nevera los táper con trozos de lechuga, tomates, cebollas... Pero, sobre todo, hacen hincapié en algo en lo que mucha gente quizás hoy no repara. «Se comían patatas de verdad», cuenta Iván, fijo de un clásico de la que en su día fue una de las cafeterías más modernas de la capital vizcaína. 'Manila' siempre se mantuvo fiel a una fórmula. Igual que el local, al que se le distinguía de lejos por su característico letrero de neón sobre una fachada acristalada en la que se leían los nombres de los sándwiches y platos combinados que componían la carta.
'Manila' fue pionera en muchas cosas. Introdujo manteles individuales de papel y cartas plastificadas. Curiosamente, con el negocio ya sobre ruedas, no se movía ni una coma. ¿Quién no saliva pensando en su hamburguesa especial de queso, lechuga, tomate, cebolla, pepinillos y mayonesa? Hay quien la completaba con huevo y bacón, pero en el fondo cada uno quitaba y ponía los ingredientes a su antojo. Sirvió platos combinados a mansalva: escalopes, merluzas a la romana, lomos de cerdo, tortillas, huevos...
Y creó una acérrima legión de fieles con sus dos sándwiches estrella: el Especial club, con pollo, bacon, tomate, lechuga y mahonesa, y el 22 –pollo, lechuga, huevo cocido y salsa americana–. En tiempos en los que se mira más que nunca el euro, comer en el Manila daba gusto. Se salía feliz sin dejar más de 10 euros. Un milagro con solera al que este maldito virus ha adelantado la fecha de cierre. A los más golosos les ha privado de sus tortitas con chocolate, nata o caramelo.
También 'El Patito Feo', de Máximo Aguirre, echa definitivamente la persiana. Sus dueños lamentan que el Covid-19 y la «singularidad» de su diminuto local no les dejaban «margen» para que pudiera seguir abierto. Fue uno de los locales de moda más especiales. Disponía de una sola mesa para un máximo de 6 comensales. Situado junto al Museo de Bellas Artes, basaba su oferta en una exquisita carta de vinos, con abundantes caldos franceses, australianos, alemanes, argentinos, chilenos... Los propietarios agradecen la amistad forjada con los clientes y esperan encontrarse «pronto» con ellos.
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