![«Llevo más de 25 años pidiendo la obra, me tienen que subir la compra»](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/06/04/biz-piso-sin-ascensor-kAaC-U200472075936VKF-1200x840@El%20Correo.jpg)
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La casa de la señora Rosario está en la sexta planta de un edificio de la Avenida Pau Casals de Otxarkoaga. Es un apartamento humilde y pequeñito, jalonado de fotos de su difunto marido, José, de su hija Yoli y de sus dos nietos, tan ... limpio que se podría hasta comer en el suelo. Es el hogar en el que la mujer, palentina de origen, vive desde que se casó y donde crió a su hija. De joven trabajó como empleada doméstica y conoció a su marido en una verbena. Cree que en la de Portugalete. Corría el año 1963 cuando se instalaron allí, en un barrio nuevo y entonces apartado del resto de la ciudad, repleto de jóvenes trabajadores de todas partes, de niños. Tenía mucha vida. «Ahora nos hemos hecho todos viejos. Quien no va con andador camina con cachava o con muletas».
Rosario, de apellido Villalba, tiene ahora 91 años y buena salud, pero lógicas dificultades de movilidad. Camina con la ayuda de dos bastones de colores que le regalaron sus nietos. Y quiere ser el rostro de este drama que afecta a muchos mayores de Bilbao, la falta de ascensor que convierte sus hogares en cárceles. «¿La compra? Olvídate. Me tienen que subir todo a casa», relata.
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Eva Molano
Rosario lleva pidiendo un ascensor «más de 25 años». Desde que su marido, José, comenzara a perder la salud a los 69 por un derrame cerebral y la agilidad que le caracterizaba. Ella empezó a reclamar la obra en las reuniones de la comunidad. Pero nunca logró la mayoría simple. Porque no es lo mismo vivir en el primero que en el sexto, ser joven que mayor. La última etapa de su vida, su marido podía subir a casa muy despacio, descansando en los rellanos en una banqueta que le ponían. Su hija le ayudaba con una silla de ruedas en la calle. Pero llegó un momento en el que le era imposible. Falleció a los 93 y los últimos veinticuatro meses se los pasó encerrado. Cuando tenía que ir al médico, la ambulancia venía a buscarle con una camilla especial, una «oruga». Rosario teme pasar por lo mismo. Baja una vez al día con una amiga. Dan una vuelta a la manzana y se sientan a charlar en el parquecito de enfrente. Hacerlo más veces sería forzar demasiado la máquina.
«No quieren poner dinero»
Podría apañarse mejor con un andador, pero le es imposible subir y bajar el aparato. En el bloque residen 12 familias. Sólo uno de los pisos es de propiedad municipal. Ahora hay más vecinos con dificultades: el matrimonio de enfrente tiene problemas de salud y también un vecino del cuarto, que es el hermano de una mujer con las dos piernas amputadas que se pasó sus útimos diez años sin poder salir de casa. Las ayudas que otorga Surbisa cubren el 85% de la inversión, pero la mayoría de los propietarios siempre rechazan colocar un ascensor. «No quieren poner dinero» responde contundente. Y lamenta la oportunidad perdida de haberse cambiado de casa. No lo hizo porque su marido estaba malito y se desorientaba en aquella época. «Ahora me arrepiento, porque aunque al final accedan a poner ascensor, no creo que vaya a poder verlo. ¿Y dónde voy a ir ya ahora, con 91 años?».
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