Tres. Son los sacerdotes que, «con certeza suficiente», abusaron de niños en el Seminario de Derio. La investigación especial encargada a la Universidad de Deusto, que abarca el periodo en el que la institución diocesana estuvo radicada en esta localidad (1953-1970), da credibilidad a ... las acusaciones y relata lo sucedido en el centro formativo tomando como referencia el testimonio de cuatro víctimas, tres antiguos alumnos y cuatro sacerdotes que trabajaron allí en los años sesenta. El informe aclara que «no se descarta que existan más víctimas que siguen manteniendo silencio» e insiste en que los afectados quieren «que se reconozca públicamente la realidad» y que la Diócesis «pida perdón por ellos». El primero de los casos se produjo en los años cincuenta; los otros dos, una década después.
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El primero de los casos, el que afecta a Manuel Estomba, era el único que había salido a la luz. Fue director espiritual de los alumnos más jóvenes, de 11 y 12 años, entre 1953 y 1956. «En los encuentros individuales con seminaristas era habitual que les abrazara, juntando su cara con la de ellos, introdujera la mano por la pernera del pantalón corto y acariciara los genitales por encima del calzoncillo», recoge el informe dirigido por el decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Javier Arellano, y en el que participan otros cuatro expertos.
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Los entrevistados «coinciden en señalar que fue voz común que su salida intempestiva del Seminario a mediados del curso 1955/1956 se debió a que estas prácticas llegaron a conocimiento de sus superiores por la queja del padre de uno de los alumnos, a quien se lo había revelado su hijo». Los investigadores no han encontrado ninguna referencia en su expediente personal sacerdotal de que este fuera el motivo de su traslado a las misiones a Ecuador, donde permaneció hasta finales de los setenta. Pero entienden que «parece claro» que, tanto los responsables de la institución como de la Diócesis en los años cincuenta, «tuvieron conocimiento» de esta situación y que eso «determinó su salida».
El equipo que dirige Arellano pidió más tiempo para ampliar las pesquisas a la década siguiente, en la que detectaron otros dos sacerdotes abusadores. Uno fue profesor en dos períodos, de 1958 a 1962 y entre 1965 y 1967. Durante su ausencia, estuvo en misiones en Ecuador. El grupo de trabajo ha recogido un único testimonio, indirecto pero completamente verosímil, respecto a este sacerdote. «Una persona, que fue director espiritual, ha revelado que uno de los seminaristas le comunicó confidencialmente el abuso sexual sufrido a manos de este profesor. En el momento de la comunicación, el seminarista era estudiante de Filosofía en el Seminario Mayor, y los hechos referidos habían ocurrido mientras era alumno del Seminario Menor, al menos cinco o seis años atrás. En el momento en que el seminarista reveló los abusos a su director espiritual, el sacerdote señalado ya no era profesor», detallan.
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En este caso, no consta que las autoridades diocesanas «tomaran ninguna medida disciplinaria». Esta persona, que no llegó a secularizarse, abandonó el ejercicio y, desde 1970, «no tuvo ningún destino pastoral». En cualquier caso, su vinculación con el Obispado continuó, ya que abrió una librería que, más adelante, se fusionó con la librería diocesana, «en la que él estuvo trabajando». Antes de dejar su labor como cura, en 1969, manifestó a sus superiores que, «entre sus dificultades para la vida sacerdotal» se encontraban lo que denominó «problemas de naturaleza sexual». El informe insiste en que, con la información de la que disponen, no pueden «establecer si el abandono del sacerdocio fue una decisión voluntaria o forzada».
El segundo sacerdote acusado de abusos en los años 60 fue profesor desde el curso 1959/1960 hasta la transformación del centro. Cuentan con el testimonio de un alumno que relata que, cuando tenía 12 años, a finales de la década de los sesenta, formaba parte de un grupo de estudiantes a los que este docente prestaba «especial atención» y con los que compartía su afición por el cine. Este joven había tenido «dificultades» de integración, por lo que el apoyo del sacerdote constituía para él «un refugio».
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En una ocasión, explica el afectado, «lo visitó en la camareta que compartía con los demás alumnos y lo masturbó». La experiencia «lo desestabilizó». Se lo comunicó a un psicólogo que visitaba periódicamente el centro, pero esta persona «quitó importancia a los hechos». Además, disponen de otros dos testimonios indirectos sobre los abusos cometidos por este sacerdote.
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