Bilbao se despertó ayer como si fuera domingo en vez de un viernes festivo sin fiestas. Desierta, como un páramo, como es cualquier domingo del año. Con las aceras vacías de gente y, sorpresa, también libre de patinetes. La ciudad se levantó algo caliente -el ... termómetro de la Plaza Circular pronto se disparó hasta los 31 grados-, con muchos vecinos fuera de la ciudad, se supone que tirados en las playas, y la inmensa mayoría de comercios cerrados a cal y canto. Algo muy 'made in Bilbao' en estas fechas señaladas en rojo donde el consumo parece prohibido.
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A los turistas, que los hubo, sobre todo españoles, aunque en un número muchísimo menor del esperado -dar con extranjeros se ha convertido estos días en una misión casi imposible-, se les vio con las costumbres de siempre. Con las manos metidas en los bolsillos o echadas para atrás (los más mayores), haciéndose fotos, dedicándose escenas cariñosas -definitivamente Bilbao es muy 'gay-friendly'-, tirando de rabas, vermú y cervezas en la Plaza Nueva y aledaños -en los barrios e incluso en zonas céntricas de Indautxu la actividad lleva bajo mínimos todo este agosto- o acercándose al Guggenheim. Más de lo mismo, en pocas palabras, porque apenas queda otra alternativa. Se impone la hoja de ruta clásica. Incluso así a algunos se les veía contentos, con cara de disfrute.
echarles una mano
El pobre Puppy, que jamás abre la boca por mucho que le cosan a flashes niños y grandes, asistía atónito desde las alturas a lo que presenciaba. La sensación volvió a ser extrañísima, demasiado rara para tratarse del Día Grande de una Aste Nagusia muda a la que la pandemia ha devorado por segundo año consecutivo. Es muy fácil en este contexto y escenario distinguir a los locales de los forasteros.
Entre los visitantes reinaba una mirada extraviada, algo confundida, como preguntándose qué hacer en estos casos, más allá de callejear. Casi daban ganas de acercarse a muchos de ellos y proponerles un plan. «Hemos desayunado a las once y era muy difícil ver ambiente», se escuchaba a un catalán e italiana a la salida de un bar de Colón de Larreátegui. Pero no fue necesario. Ante la falta de alicientes, los visitantes se buscan la vida y parece que han descubierto nuevas aficiones. Mirar edificios, con la cabeza bien alta, figura entre las favoritas.
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Tampoco es cuestión de exagerar y hablar de colas, pero hay estampas que recuerdan que Bilbao tiene inmuebles de campeonato, como el teatro Campos Elíseos, de Bertendona, o el Palacio Chávarri. Que no todo es titanio. La cuestión es mirar a algún lado. A lo alto y por lo bajo. Porque no hay flores más fotografiadas en el mundo que las de los cuidados jardines de la Plaza Moyua. A toda una familia japonesa se la veía en faena y en cuclillas interesada de forma apasionante por un asunto de lo más espinoso: los tallos de unas rosas rojas.
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Sin embargo, entre los vecinos ya fue otro cantar. Las obligaciones familiares convirtieron la arteria principal en un correcalles para muchos aitites. Gran Vía arriba, Gran Vía abajo. Así se la pasó más de uno tirando toda la mañana del carrito del nieto. Otros muchos paseaban a sus perritos. La cantidad de chuchos que hay en Bilbao.
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Viejos tiempos
Quién sabe si por nostalgia o deseando la llegada de tiempos mejores, hay costumbres que nunca se van. Aunque la ciudad rezume tristeza, nada como volver a echar mano de los pañuelos de baldosas y con la imagen de Marijaia bien anudados al cuello para seguir creyéndonos los reyes y las reinas de las fiestas. «Bastante tristeza hay como para no darle una pequeña alegría al cuerpo, que todo esto es muy deprimente». Pero más lo es tener que trabajar cuando todos descansan. La ciudad no para y ya hay quien labora con vistas al cada vez más cercano septiembre. Varios operarios trabajaron sin desmayo cerca de la barra de un bar colmada de cócteles en la que será la próxima reapertura de Barbour, una de las firmas británicas más icónicas.
Otros sudaban la gota gorda caminando sin parar. Y eso que el de ayer fue un día «muy tranquilo», se oyó a un guía turístico, en el arranque de la Gran Vía, a la altura del que será el futuro hotel de lujo Radisson y enfrente de Primark. Un comercio al que muchos visitantes miraban con ganas de hincarle el diente. Tendrá que ser hoy.
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27 de agosto. El Día Grande de la inexistente Aste Nagusia volvió a ser ayer, por segundo año consecutivo, igual de triste que el del anterior. El Excelentísimo Club Taurino montó en su sede de Hurtado de Amézaga un aperitivo para recordar, entre otras cosas, las grandes faenas que se han protagonizado en Vista Alegre en días como el de ayer. Muchos turistas se llevaban las manos a la cabeza y no veían «ambiente de fiesta por ningún lado».
4.500 metros cuadrados. Primark, que aterrizó el pasado mayo, abrirá hoy las puertas de su gigantesco establecimiento de Gran Vía. También lo hará la multinacional francesa FNAC, dedicada a la industria de la cultura y el ocio. Ambas compañías se han desmarcado del resto de comercios. Alegan que se trata de un día no festivo, por lo que no rompen las reglas del juego.
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